Hitler ensayando ante el espejo

Que Adolf Hitler era un extraordinario orador es algo que nadie puede negar. Su presencia escénica y la gran fuerza de su oratoria jugaron un papel importante en su ascenso al poder. Lo que no es tan conocido es lo poco que dejaba a la improvisación en sus actos públicos. Hacia 1927 el fotógrafo Heinrich Hoffmann captó estas imágenes de Hitler ensayando poses. La meticulosa revisión de aquellas fotografías le servían para adoptar o descartar los gestos que practicaba ante el espejo. Hasta el más mínimo ademán que utilizaba en sus discursos estaba preparado de antemano.



Hitler nunca tuvo intención de que estas fotografías se hiciesen públicas. Después de utilizarlas en los ensayos de sus discursos las destruía y pedía a Hoffmann que hiciese lo mismo con los negativos. Pero el fotógrafo no siguió sus instrucciones, y después de la guerra dio a conocer nueve de aquellas imágenes que había mantenido ocultas durante un cuarto de siglo.

Heinrich Hoffmann fue el fotógrafo personal de Hitler desde 1921 hasta la muerte del Führer en 1945. Era además uno de sus pocos amigos íntimos (fue él quien le presentó a Eva Braun, una muchacha que trabajaba como ayudante en su estudio). Ganó una fortuna con los derechos de sus fotografías, entre las que se incluían, por ejemplo, las efigies de Hitler utilizadas en los sellos de correos. En 1946 fue condenado a cuatro años de prisión por su trabajo como propagandista del régimen nazi. Murió en Munich en 1957, a los 72 años, dejando para la posteridad un legado de decenas de miles de fotografías y retratos de los dirigentes de la Alemania nacionalsocialista.

Más fotos, aquí:
http://rarehistoricalphotos.com/hitler-rehearsing-speech-front-mirror-1925/


Marianne Kürchner, ejecutada por contar un chiste

En la primera mitad de 1943 gran parte de la población alemana comenzó a ser consciente de que Hitler estaba conduciendo a su país al desastre. En Rusia, la derrota de Stalingrado había supuesto un punto de inflexión en la guerra. Los soviéticos habían pasado a la ofensiva, que ya no detendrían hasta llegar a Berlín. En el Mediterráneo los restos del Afrika Korps capitulaban en Túnez, con la débil Italia de Mussolini en el punto de mira de los aliados. Y dentro del propio Reich, los civiles veían cómo los bombardeos aéreos se repetían con una frecuencia cada vez mayor, sin que aparentemente la Luftwaffe pudiese hacer nada para impedirlos.

A pesar del esfuerzo propagandístico del régimen, no se podía ocultar que la guerra empezaba a ir muy mal para los alemanes. Fue entonces cuando Hitler trató de frenar el derrotismo endureciendo las leyes contra el que consideraba “enemigo interior”. Se intensificó la persecución contra los que se atrevían a expresar en voz alta sus críticas o a hacer comentarios burlones sobre los dirigentes nazis o sobre la marcha de la guerra. La ley contemplaba diversas penas, que en algunas ocasiones podían llegar a la pena de muerte, para quien públicamente contribuyese a “socavar la voluntad nacional” o incitase a los militares al incumplimiento del deber. Era una ley intencionadamente ambigua que en la práctica dejaba en manos de los jueces la decisión de castigar con mayor o menor severidad un chiste o un comentario derrotista. Muchos acusados se libraron con una advertencia, otros fueron condenados a pasar una temporada en un campo de “reeducación”. Solo en casos extremos se decretaban penas más graves, aunque a medida que la derrota se iba viendo cada vez más próxima, los castigos se fueron endureciendo progresivamente.

Rudolph Herzog relata un caso trágico en su libro Heil Hitler, el cerdo está muerto, dedicado al humor en el Tercer Reich. Marianne Elise Kürchner era una joven viuda de guerra de origen checo que trabajaba en una fábrica de municiones situada en el distrito berlinés de Mariendorf. Un día, durante el trabajo, cometió el error de contar un chiste a uno de sus compañeros:

Hitler y Göring están en lo alto de la torre de radiodifusión de Berlín. Hitler dice “Habría que darles una alegría a los berlineses”, a lo que Göring contesta: “¡Entonces, salta desde la torre!”

Aquella ingenua broma le costaría muy cara. Su compañero de trabajo, quizá por miedo a que alguien más la hubiese escuchado, o puede que por convicción ideológica o para ganar puntos ante los nazis, la denunció a las autoridades. Marianne fue detenida y acusada de derrotismo. El caso fue remitido al Volksgerichtshof, el temido “Tribunal del Pueblo” encargado de juzgar los delitos políticos, presidido por el sádico juez Roland Freisler, famoso por su crueldad y por el trato burlón y despectivo que daba a los acusados durante los procesos.

En el juicio Marianne admitió haber contado el chiste, pero alegó que en el momento en el que lo hizo estaba muy afectada por la reciente pérdida de su marido en el frente y no actuaba de forma racional. El tribunal no tuvo piedad. El 26 de junio de 1943 el Volksgerichtshof dictó sentencia: «La señora Marianne Kürchner, en su condición de viuda alemana de guerra, ha intentado socavar nuestra sólida moral de defensa y nuestro trabajo eficiente en aras de la victoria en una fábrica de armas haciendo uso de palabras malévolas contra el Führer y el pueblo alemán, expresando con ello el deseo de que perdamos la guerra. Por eso, y debido a que se ha comportado como una checa, aunque es alemana, se ha situado al margen de nuestra comunidad patriótica. Ha perdido el honor para siempre y por lo tanto es condenada a muerte». El hecho de ser viuda de guerra no le ayudó en nada. Por el contrario, fue considerado un agravante, ya que el tribunal estimó que con su comportamiento Marianne también había manchado la memoria de su esposo.

Pocos días más tarde Marianne Elise Kürchner fue guillotinada.

En el libro de Herzog se identifica a la acusada solo como Marianne Elise K.
Su nombre completo lo he encontrado aquí:
http://www.executedtoday.com/2012/06/26/1943-marianne-elise-kurchner-condemned-for-a-joke/


Kazuro Shimizu, la historia de un Dragón Acechante

Kazuro Shimizu era el cuarto hijo de unos modestos agricultores que vivían en una zona rural de la prefectura de Nagano, en el centro de Honshu. Un día de 1943, cuando tenía 15 años, los profesores de su escuela reunieron a los alumnos en el gimnasio para escuchar una charla de un oficial del Ejército. El militar les habló de la difícil situación de su país y de los sacrificios a los que la guerra obligaba a todos los japoneses. A continuación pidió voluntarios para alistarse. Los profesores enviaron a los chicos de vuelta a las aulas y allí escogieron a los “voluntarios”. Según Shimizu, los maestros aprovecharon la ocasión para deshacerse de sus alumnos más problemáticos. Él no temió ser uno de los elegidos, ya que era el estudiante más destacado de su clase. Y no se equivocaba, pero uno de los que sí fueron seleccionados, un muchacho huérfano, le pidió que intercediese por él. Shimizu rogó al maestro que dejase marchar a su compañero. La forma en la que el hombre ignoró sus súplicas le enfureció y le llevó a plantear lo que él creía que era una amenaza: “Pues entonces me alistaré yo en su lugar”. Ante su sorpresa, el maestro aceptó la propuesta.

Como era un buen estudiante, tras un periodo de instrucción básica Shimizu fue destinado a la élite de las fuerzas armadas japonesas, la aviación naval. En septiembre de 1944 ingresó en la Academia Aeronaval Yokaren, en Tsuchiura, al norte de Tokio. En marzo de 1945 se canceló repentinamente toda la parte teórica de su preparación y en su lugar aumentaron los ejercicios prácticos y las maniobras. Todo parecía indicar que iban a ser desplegados de forma inminente. Pero en lugar de ello los reclutas fueron trasladados a las montañas de Tsukuba para recoger raíces de pino con las que fabricar biocombustible. A aquellas alturas de la guerra los japoneses tenían tal necesidad de petróleo que tuvieron que recurrir a cualquier medio a su alcance para conseguir sustitutos. Por entonces los ataques aéreos eran casi continuos. Los cuarteles de Tsuchiura fueron destruidos en un bombardeo, y seis compañeros de Shimizu murieron ametrallados por aviones estadounidenses mientras recogían raíces. La impunidad con la que actuaba la aviación enemiga le llevó a tomar una decisión drástica. Convencido de que también él iba a morir en cualquier momento, quiso que al menos su muerte tuviese alguna utilidad. Así que cuando pidieron voluntarios para el Cuerpo de Ataque Especial, el nombre que la Marina Imperial daba a sus unidades “kamikaze”, Shimizu dio un paso al frente.

Shimizu pensaba que se había alistado en una unidad kamikaze de ataque aéreo. Solo supo la verdad cuando llegó al centro de entrenamiento situado en Yokosuka, en la bahía de Tokio. Allí les explicaron que estaban en una unidad secreta de buceadores conocida con el nombre de Fukuryu (algo así como “dragón acechante” o "dragón agazapado"), que se estaba preparando para hacer frente a los previstos desembarcos estadounidenses en el sur de Kyushu, la isla más meridional del archipiélago japonés. Cuando comenzase el ataque los buzos Fukuryu esperarían sumergidos en aguas poco profundas, cerca de la costa, armados con cargas explosivas unidas a largas pértigas de bambú y preparados para hacerlas detonar en el momento en que los barcos de desembarco enemigos pasasen sobre ellos. A comienzos de julio de 1945 comenzaron los entrenamientos. Al principio consistían en inmersiones en vertical de hasta 8 metros. Más tarde les enseñaron a caminar sobre el lecho marino.

Para ponerse y quitarse el equipo de buceo necesitaban la ayuda de varios compañeros. El casco iba fijado al traje con tornillos. No llevaban botellas de oxígeno. En su lugar, para depurar el aire utilizaban un ingenioso y peligroso sistema a base de sosa cáustica. El aire viciado iba por un tubo hasta un tanque metálico que llevaban a la espalda. Cuando el dióxido de carbono reaccionaba con la lejía de sosa, esta se transformaba en carbonato de sodio y liberaba oxígeno, que era conducido por otro tubo hasta la nariz del buzo. El peso total del equipo era de 38 kilogramos, a los que había que sumarles otros 15 de la pértiga con la carga explosiva. En el fondo marino tenían que aprender a caminar adoptando una postura determinada, 10 o 15 grados inclinados hacia delante, para evitar caer de espaldas por el peso del tanque. Los accidentes durante los entrenamientos eran muy frecuentes. Tenían que mantener la calma en cualquier circunstancia y concentrarse en la respiración, aspirando siempre por la nariz. Si no lo hacían podían quedarse sin oxígeno y llegar a perder el conocimiento. A veces, a causa de una soldadura defectuosa, el agua de mar se filtraba dentro del tanque de lejía de sosa y reaccionaba con ella, produciendo una mezcla que al ser aspirada corroía los órganos respiratorios. Cuando eso ocurría el desdichado buzo moría tras una terrible agonía. Mientras permanecían sumergidos estaban siempre unidos con una soga a un bote en la superficie. Cuando se destensaba era señal de que había problemas y todos tiraban de ella para izar a su compañero. Muchas veces era demasiado tarde. En ocasiones la cuerda se soltaba y el buzo se quedaba atrapado en el fondo marino. Decenas de jóvenes murieron en las prácticas. Otros muchos lograron sobrevivir a los accidentes, pero sufrieron daños cerebrales irreversibles.

Pasaban los días y la vida en el campamento transcurría en medio de una terrorífica monotonía. Shimizu se iba a dormir cada noche pensando que el día siguiente podía ser el último. Llegó a envidiar a los kamikazes aéreos, a los que al menos les esperaba una muerte que a él le parecía épica, estrellándose contra los buques enemigos con sus aviones. A ellos, en cambio, incluso sus propios instructores les explicaban que estaban condenados y que sus posibilidades de éxito (no de sobrevivir, que se daba por hecho que era imposible, sino de morir causando daño al enemigo) eran casi inexistentes. Más que el miedo a la muerte, a Shimizu le torturaban las dudas sobre el sentido que tenía sacrificar tan inútilmente su vida.

El 15 de agosto de 1945 les reunieron a todos para escuchar una emisión de radio. En ella el Emperador anunció el fin de la guerra, pero, al igual que la mayoría de los japoneses, Shimizu y sus compañeros no se enteraron hasta varios días más tarde. Entre la mala calidad de la señal y el lenguaje arcaico que utilizó el Emperador, fueron muy pocos los que pudieron entender su mensaje. Shimizu supuso que les estaba animando a continuar con la lucha. Volvieron a sus entrenamientos como si nada hubiese cambiado. Sin saber que se había decretado el alto el fuego, en los días posteriores algunos otros jóvenes murieron en accidentes durante las prácticas. Al fin el 20 de agosto les hicieron guardar su equipo y quemar todos los documentos de la unidad, y el 25 les ordenaron regresar a sus casas. Solo entonces se enteraron de que la guerra había terminado. Shimizu no se sintió triste ni humillado por la derrota. Lo único que sintió fue alivio.

Cuando volvió a su pueblo se alegró al saber que todos sus familiares habían sobrevivido a la guerra, incluyendo a dos hermanos suyos que regresaron del frente. La vieja escuela había sido convertida en una fábrica de guerra, donde tuvieron que trabajar los estudiantes que no fueron reclutados. Shimizu llegó a sentir odio hacia sus maestros, que les habían enviado a la muerte sin mostrar el más mínimo remordimiento. Durante mucho tiempo guardó el secreto sobre su pertenencia a un Cuerpo Especial y sobre las experiencias traumáticas que había tenido que vivir. En los años posteriores intentó suicidarse en un par de ocasiones.

Entrevista a Kazuro Shimizu (en inglés o húngaro):
http://interjapanmagazin.com/fukuryu-the-secret-unit-of-the-japanese-special-offensive-corps-lurking-dragons-3/


John Cairncross, el quinto de Cambridge

“Los Cinco de Cambridge” es el nombre por el que se conoce a una de las redes de espionaje más famosas de la historia. Todos sus miembros fueron reclutados por el NKVD (el antiguo nombre del KGB) en la década de los 30, cuando eran estudiantes de la Universidad de Cambridge, y durante quince años se dedicaron a hacer carrera en los servicios de inteligencia o diplomáticos británicos, alcanzando puestos de la más alta responsabilidad desde los que actuaban como topos de Moscú. Cuando se desarticuló la red, en 1951, Kim Philby ocupaba el cargo de agente de enlace entre el servicio secreto británico y la CIA estadounidense, y muchos le veían como un futuro jefe de los servicios de inteligencia de su país, mientras que Guy Burgess y Donald Maclean eran altos funcionarios del Foreign Office. Un cuarto miembro, un profesor de Bellas Artes llamado Anthony Blunt, no fue descubierto en un primer momento, y de hecho su nombre no se dio a conocer al público hasta 1979, solo cuatro años antes de su muerte (le benefició ser asesor de arte de la reina de Inglaterra y una persona muy cercana a la familia real).

Durante mucho tiempo se ha especulado sobre la identidad del “quinto de Cambridge”, aunque en realidad no hay demasiado misterio. Él mismo confesó en 1951, su testimonio sería corroborado por las declaraciones de Blunt en 1964 y por las del desertor del KGB Oleg Gordievski en 1985, y la confirmación definitiva llegaría con la desclasificación de los archivos soviéticos en la década de los 90. Aun así, sigue siendo un personaje discutido, probablemente porque su caso era especial: había conocido al grupo en su época de estudiante en Cambridge, compartió con ellos los mismos agentes de enlace soviéticos durante los años que fue un agente activo, y fue descubierto a raíz de la caída del resto de la red, pero en realidad nunca formó parte de ella. La suya era más bien una guerra en solitario. Y sin embargo, y a pesar de ser el menos famoso de todos, fue el que más habilidad demostró infiltrándose en diversos organismos y centros de poder y consiguiendo información de la mayor importancia para Moscú.


John Cairncross era un escocés de origen modesto, uno de los ocho hijos de una maestra de escuela y el empleado de una ferretería. Seguramente por eso su relación con los otros componentes de la red fue siempre distante, y en ocasiones hostil. En el elitista Trinity College de Cambridge él no era más que un estudiante becado, mientras que los demás provenían de importantes familias aristocráticas (serían comunistas, pero hasta ciertos límites). Cairncross estuvo un año estudiando en París con una beca de la Universidad de La Sorbona, y parece que fue allí donde abrazó el comunismo. A su regreso aceptó colaborar con el NKVD, pero no fue captado por Theodor Maly, el agente que reclutó al resto del grupo, sino por un colaborador de segunda fila de la célula comunista de Cambridge llamado James Klugmann (hasta en eso se notaban las clases). En 1936, tras acabar sus estudios de literatura francesa y alemana, se presentó a las oposiciones para entrar en el civil service, consiguiendo la mejor nota de su promoción. Comenzó a trabajar en el Foreign Office y durante un tiempo estuvo entregando a la inteligencia soviética información de poca trascendencia. Más tarde pidió un traslado al Departamento del Tesoro y el NKVD se olvidó de él. Hasta 1940, con Gran Bretaña ya en guerra contra Alemania, cuando se convirtió en secretario particular de Lord Hankey, ministro sin cartera y asesor de los gobiernos de Chamberlain y Churchill. Por sus manos comenzaron a pasar documentos de la mayor importancia, y fue entonces cuando el servicio secreto soviético decidió despertar a su agente “dormido”. Las informaciones más valiosas que consiguió en esa época fueron las referidas al funcionamiento de la parte británica del comité anglo-soviético encargado de coordinar el envío de material bélico a la URSS. Su nombre en clave para la inteligencia soviética era “Carelio”.

En marzo de 1942 Moscú le pidió que solicitase su traslado a Bletchley Park, el centro secreto encargado de la descodificación de las radiocomunicaciones alemanas. El gobierno británico compartía con la URSS por los canales oficiales parte de la información que se obtenía de la desencriptación de la Enigma, pero Stalin desconfiaba de sus aliados (tratándose de Stalin no es ninguna sorpresa) y quería tener acceso a los mensajes originales. Aunque los británicos no explicaban por qué medio conseguían la información (lo que implicaba, entre otras cosas, no entregar directamente las transcripciones de las comunicaciones alemanas), para la inteligencia soviética no era un secreto la existencia de Bletchley Park ni el trabajo que se realizaba allí. Cairncross fue destinado al grupo encargado del análisis de las comunicaciones de la Luftwaffe. Durante meses, al terminar la jornada, escondía en sus pantalones las transcripciones que tenía que destruir y las entregaba en Londres a su contacto del NKVD. En los primeros meses de 1943 consiguió sus informaciones más valiosas: la situación de los aeródromos alemanes en la URSS y el despliegue de las escuadrillas de la Luftwaffe durante los preparativos de la operación Citadelle. Aquella fue la última gran ofensiva alemana en el frente oriental, y su fracaso (con la derrota en la batalla de Kursk) supuso un punto de inflexión en la guerra. Los analistas británicos habían proporcionado a los soviéticos informes detallando los planes alemanes, pero gracias al Carelio la Stavka pudo disponer además de las transcripciones originales de las comunicaciones enemigas. Los soviéticos reconocieron su trabajo concediéndole la Orden de la Bandera Roja. No le entregaron la condecoración físicamente (como es lógico), pero Cairncross se emocionó cuando su agente de enlace se la mostró en una de sus reuniones en un parque de Londres. Poco más tarde pidió permiso a sus superiores en el NKVD para abandonar Blethcley Park. Estuvo unos años destinado en puestos de poca relevancia, hasta que en 1948 le concedieron un destino en la sección del Departamento del Tesoro encargada de las industrias de defensa, lo que le convirtió de nuevo en uno de los agentes soviéticos más valiosos de todos los que operaban en Gran Bretaña.

Tras el descubrimiento de la red de Cambridge y la huida a la URSS de Philby, Burgess y Maclean en 1951, el MI5 descubrió en un registro en la casa de Guy Burgess una nota manuscrita de Cairncross. Aquello le colocó en el punto de mira de la contrainteligencia británica, aunque lo cierto es que Cairncross tenía que ser un sospechoso evidente, compañero de estudios del resto del grupo y comunista en su juventud. Fue sometido a varios interrogatorios, pero los servicios de espionaje británicos no pudieron conseguir pruebas contra él. Finalmente aceptó confesar a cambio de inmunidad, en un acuerdo que posiblemente incluyese alguna otra condición que hoy todavía se desconoce (no deja de ser sorprendente lo bien librado que salió). Nunca fue procesado, aunque perdió su trabajo para la Administración. Consiguió un puesto como profesor de literatura en una pequeña universidad de Estados Unidos. Allí vivió sin que nadie le molestase, dedicado a la enseñanza, e incluso llegó a escribir varios libros sobre literatura francesa del siglo XVII. Más tarde se trasladó a Italia para trabajar como traductor para la ONU. En 1979, cuando vivía en Roma, fue descubierto por un periodista e hizo una confesión pública de su pasado como agente soviético. Al jubilarse se retiró al sur de Francia. Regresó a Gran Bretaña en 1995, poco antes de morir.

John Cairncross era un hombre comprometido con sus ideales. Nunca pidió nada a los soviéticos a cambio de sus servicios. Era muy inteligente y tenía una gran cultura, pero también era de trato difícil, desagradable, con una memoria horrible que desesperaba a sus enlaces del KGB: olvidaba el lugar o la fecha de las citas, y cuando las recordaba era incapaz de llegar puntual a ninguna; siempre aparecía con al menos media hora de retraso (y estar media hora esperando a alguien en algún sitio público puede poner nervioso al espía más avezado). Además era un hombre de una torpeza increíble. Los soviéticos le dieron varias veces cámaras para fotografiar documentos e intentaron enseñarle a utilizarlas, pero nunca fue capaz de hacer una sola fotografía decente.

Yuri Modin, su enlace entre 1944 y 1947, cuenta en su libro Mis camaradas de Cambridge que en una ocasión el KGB decidió que el método más seguro para reunirse con el Carelio era circulando con un automóvil por las calles de Londres, así que dieron dinero a Cairncross para que se comprase uno. Él lo aceptó sin decir nada, pero pasaban los meses y Cairncross seguía acudiendo a sus citas andando. Finalmente el agente soviético le preguntó por el coche. Explicó que ya lo había comprado, pero que no había conseguido aprobar el examen para el permiso de conducir (“es que me hago un lío con los pedales”). Por fin un día apareció con su flamante automóvil. Modin subió al asiento del acompañante, se pusieron en marcha y de repente el coche se paró en medio de un cruce. Cairncross estuvo tratando de arrancarlo sin éxito durante unos minutos. En ese momento se acercó un agente de policía y pidió al conductor que se bajase. Cairncross salió del coche con su documentación en la mano, el agente le ignoró, se sentó en el asiento, echó un vistazo al salpicadero, pulsó un botón, arrancó el coche tras un par de intentos y lo movió fuera del cruce. Cuando Cairncross llegó junto a él, el policía le reprochó: “Cuando el motor de su vehículo esté ya caliente debe quitar el estárter, de lo contrario el motor se ahoga ¡Debería saberlo!”.

Para Modin aquel fue su peor momento en todos los años que estuvo destinado en Londres. Si los nervios hubiesen delatado a Cairncross o si el agente hubiese sospechado algo por cualquier motivo y les hubiese pedido la documentación ¿cómo iban a justificar la presencia de un diplomático soviético en el coche de un funcionario del Departamento del Tesoro con documentación comprometida encima? Pero una cualidad que sí tenía el Carelio era su sangre fría, que demostró sobradamente en sus muchos años como espía al servicio del KGB.

El rey republicano

Como vimos en la entrada anterior, las familias reales europeas están todas emparentadas entre sí. Durante siglos han practicado una endogamia que solo en tiempos muy recientes se ha comenzado a romper.

Aunque de vez en cuando aparecía sangre nueva. Normalmente, cuando un rey no dejaba descendencia (o era depuesto) y obligaba a inaugurar una dinastía, se recurría a alguien de la alta nobleza local o a algún príncipe de una casa real extranjera para sucederle. Pero no siempre fue así.

Un día el rey Carlos XIV de Suecia se puso enfermo. Su médico decidió aplicarle una sangría, el remedio para casi todos los males en aquella época. Cuando el doctor le pidió que se subiese la manga derecha, el monarca se negó. Después de mucho insistir, el rey aceptó mostrarle el brazo, pero antes hizo que el medico jurase guardar el secreto de lo que iba a ver. Al remangarse mostró un tatuaje con la inscripción: “Muerte a los reyes”.

Carlos XIV no nació de sangre azul. Era un militar francés, mariscal de Napoleón, de nombre Jean Baptiste Bernadotte. El prestigio que consiguió en el norte de Europa hizo que el parlamento sueco le eligiese como sucesor del rey Carlos XIII, muerto sin descendencia. Bernadotte era un republicano convencido. Antes de la Revolución un hombre de clase relativamente humilde como él (era hijo de un abogado de Pau) nunca habría podido llegar a oficial. La República le había permitido hacer carrera en el Ejército hasta alcanzar cargos anteriormente reservados a la alta aristocracia. Incluido el de rey.

Asuntos de familia

En mayo de 1910 gran parte de la realeza europea se reunió en Londres para acudir al funeral del rey de Inglaterra Eduardo VII. Allí se tomó esta fotografía, para la que posaron nueve soberanos, y que probablemente es la imagen en la que se pueden ver juntos a más monarcas reinantes de toda la historia:


De pie, de izquierda a derecha, están el rey Haakon VII de Noruega, el zar Fernando I de Bulgaria, Manuel II de Portugal, el kaiser del Imperio Alemán Guillermo II, Jorge I de Grecia y Alberto I de Bélgica. Sentados, de izquierda a derecha, tenemos al rey Alfonso XIII de España, a Jorge V del Reino Unido y a Federico VIII de Dinamarca.

Se podría considerar una foto de familia: Haakon VII de Noruega era hijo de Federico VIII de Dinamarca, y a su vez cuñado de Jorge V del Reino Unido (su esposa Maud era hermana del monarca británico). Pero además Jorge V y Maud eran hijos de la princesa Alejandra de Dinamarca, hermana de Federico VIII, y por tanto sobrinos del rey danés (si os habéis dado cuenta del detalle, efectivamente, Haakon y su mujer eran primos hermanos). Otros hermanos de Federico (y tíos de Haakon, Jorge y Maud) eran el rey de los Helenos (o sea, de Grecia) Jorge I, y Dagmar de Dinamarca, zarina consorte y madre de uno de los grandes ausentes en aquella reunión, el zar de Rusia Nicolás II (por cierto, el zar tenía un gran parecido físico con su primo el rey de Inglaterra). El kaiser Guillermo era también primo de Jorge V y de la reina Maud de Noruega, aunque en este caso no por el lado danés de la familia, sino por el inglés. Los tres eran nietos de la reina Victoria de Gran Bretaña, al igual que Victoria Eugenia, reina de España por su matrimonio con Alfonso XIII. Otras tres nietas de la reina-emperatriz británica llegarían a reinar como consortes: María, esposa de Fernando I de Rumanía, Margarita, esposa de Gustavo VI de Suecia, y Alejandra, esposa del zar Nicolás II. El padre del zar Fernando de Bulgaria, Alejandro I, era primo de la reina Victoria, sobrino-nieto del zar Alejandro II de Rusia y hermano de un rey consorte de Portugal, bisabuelo del joven Manuel II. Había estado a punto de casarse con una hermana del futuro kaiser Guillermo, pero el canciller Bismarck se opuso en el último momento a aquella boda para no ofender a Rusia. Por último, Alberto I de Bélgica era sobrino del rey de Rumanía Carlos I (tío de Fernando I, el que se casó con una de las nietas de la reina Victoria) y sobrino también de una reina consorte de Portugal, tia-abuela de Manuel II. Además estaba casado con Isabel Gabriela de Baviera, nieta de otro rey de Portugal. Seguro que si siguiésemos desgranando el árbol genealógico de los monarcas de la fotografía encontraríamos muchos más parentescos entre ellos, pero imagino que a estas alturas ya estaréis tan liados como yo.

Pocos años después la mayoría de aquellos países estaban en guerra. Los reyes olvidaron sus lazos familiares, y, como no podía ser de otra manera, bendijeron las matanzas entre sus súbditos en los campos de batalla europeos. De los nueve monarcas que aparecen en la fotografía, cuatro fueron derrocados, uno de ellos solo unos meses más tarde (Manuel II de Portugal), y otro murió asesinado (Jorge I de Grecia). Pero pese a los años convulsos que les tocó vivir y los enormes cambios que sufrió Europa tras las dos guerras mundiales, cinco de las nueve monarquías representadas todavía existen en la actualidad.

La ventaja de tener un jefe llamado Churchill

Odette Brailly nació en 1912 en Amiens, en el norte de Francia. Su infancia estuvo marcada por la muerte de su padre en la batalla de Verdún, cuando Odette tenía seis años, y por una poliomielitis que contrajo un año más tarde y que la dejó durante meses ciega y con parálisis en las piernas (aunque se recuperó totalmente y la enfermedad no le dejó secuelas). Cuando tenía diecinueve años se casó con un joven británico llamado Roy Sansom y se marchó a vivir con él a Londres. El matrimonio tuvo tres hijas, y durante casi una década Odette vivió una vida de ama de casa normal y corriente. Aquello cambió al estallar la guerra. En 1940 Roy se alistó en el Ejército y Odette se quedó sola en Londres al cuidado de las niñas. En la primavera de 1942, cansada de la inactividad y deseando contribuir de alguna manera al esfuerzo de guerra, solicitó su incorporación al cuerpo auxiliar femenino. Al hacerlo consiguió que el SOE se fijase en ella (el Special Operations Executive era la organización británica encargada de las operaciones encubiertas en la Europa ocupada). Se necesitaban con urgencia agentes para infiltrarse en Francia, y Odette, como francesa nativa, era una candidata ideal (aunque estuvo a punto de ser rechazada porque, a juicio de los reclutadores que la examinaron, presentaba una personalidad demasiado impulsiva y poco reflexiva).

Los meses siguientes Odette estuvo compaginando sus labores de ama de casa y madre con el entrenamiento que recibía en el SOE. Al fin fue seleccionada para ir a Francia como agente de enlace con la Resistencia. Un día de agosto de 1942 dejó a sus hijas internas en un colegio de monjas y subió a un avión para saltar en paracaídas en la región de la Costa Azul. En Francia su contacto y superior era un oficial del SOE llamado Peter Churchill, que pese a su apellido no tenía ninguna relación con el primer ministro británico. Descendiente de una familia de diplomáticos, había nacido en Amsterdam, donde estaba destinado como cónsul su padre, William Algernon Churchill (que además fue un prestigioso historiador de arte). El capitán Churchill tenía treinta y tres años y era ya un veterano agente del SOE. Aquella era su tercera misión en Francia. Había saltado cerca de Cannes en abril de 1942 como oficial de enlace con una red de resistencia local de nombre en clave Spindle. Su tarea era organizar la recepción de las armas y el material que se enviaba desde Inglaterra y de los agentes que saltaban en paracaídas o desembarcaban en las costas del sur de Francia.

Odette Sansom y Peter Churchill establecieron una estrecha relación. A comienzos de 1943 se trasladaron de la Costa Azul a Annecy, en la Alta Saboya. Por entonces Spindle estaba ya condenada. Hugo Bleicher, el agente de contrainteligencia alemán más efectivo en la lucha contra la resistencia francesa, había logrado infiltrar agentes dobles dentro de la red y recibía información de todos sus movimientos. El 23 de marzo de 1943 Churchill hizo un breve viaje a Inglaterra para recibir instrucciones. El 15 de abril saltó de nuevo en paracaídas en las montañas de la Alta Saboya, cerca del lago de Annecy. Al día siguiente tenía una cita con Odette en un hotel de Sainy-Jorioz. Cuando acudieron a la reunión la Gestapo les estaba esperando. Ambos fueron arrestados y trasladados a las oficinas del SD en París. Allí fueron torturados y sometidos a todo tipo de vejaciones. Odette y su superior tenían una historia preparada para aquella situación que esperaban que les ayudase a suavizar el trato de sus interrogadores o incluso que les librase de ser ejecutados como espías. Afirmaron que estaban casados y que Peter era sobrino de Winston Churchill. Durante los interrogatorios Odette se mantuvo firme con aquella historia. Su supuesto parentesco con el primer ministro británico no le sirvió para recibir un trato menos brutal, pero acabaría salvándole la vida.

Odette fue enviada a Ravensbrück, el mayor campo de concentración para mujeres en territorio del Reich, situado unos 90 kilómetros al norte de Berlín. Se había firmado su orden de ejecución (aunque sin fecha fijada), pero el comandante del campo, el Sturmbannführer Fritz Sühren, creyendo que realmente estaba emparentada con Winston Churchill, decidió mantenerla con vida y concederle un trato de privilegio por si alguna vez la necesitaba como moneda de cambio. El momento llegó en abril de 1945, en los últimos días de la guerra, cuando las tropas soviéticas estaban ya a escasos kilómetros de Ravensbrück. Sühren subió a Odette a su coche particular y huyó con ella hacia el oeste. Al alcanzar las líneas estadounidenses entregó su pistola a Odette y se rindió a los soldados, esperando que las supuestas conexiones de su prisionera (convertida en captora) con el primer ministro británico pudiesen rebajar el castigo que le esperaba. No le sirvió de mucho. Fritz Sühren fue acusado de crímenes contra la humanidad por el asesinato de miles de personas en Ravensbrück. Fue condenado a muerte y ejecutado en la horca en junio de 1950. En el juicio Odette había declarado en su contra.

Peter Churchill también tuvo suerte. Permaneció recluido en la prisión francesa de Fresnes hasta febrero de 1944, cuando la Gestapo le trasladó a Berlín. Tras varias semanas de interrogatorios en la capital del Reich fue enviado al campo de concentración de Sachsenhausen. En abril de 1945, ante la proximidad de las tropas soviéticas, las SS dieron orden de evacuar el campo. Churchill, junto con una treintena de prisioneros relevantes (entre los que se encontraba el antiguo canciller de Austria Kurt Schuschnigg), fueron trasladados a Flossenbürg, en Baviera. Solo unos días después de su llegada, el avance estadounidense por el sur de Alemania obligó a los alemanes a trasladar de nuevo a los cautivos. Su condición de oficial le permitió hacer el viaje en camión, librándole de la “marcha de la muerte”, la evacuación a pie y en condiciones inhumanas de miles de prisioneros de Flossenbürg con destino a Dachau (más de la tercera parte de ellos perecieron en el camino). A finales de abril los guardianes de Dachau seleccionaron a los prisioneros más valiosos (Churchill entre ellos) y los condujeron a un hotel de montaña cerca del lago Wildsee, en sur del Tirol. Tenían orden de ejecutarlos y hacer desaparecer las pruebas, pero en lugar de eso los SS optaron por liberarles allí, desertar y tratar de pasar desapercibidos. El Reich se estaba desmoronando, y solo los más fanáticos o los más insensatos habrían aceptado cometer un crimen en nombre de una autoridad que ya casi nadie reconocía. El 4 de mayo de 1945 Churchill y sus compañeros de cautiverio fueron encontrados por las tropas del Quinto Ejército de los Estados Unidos.

Después de la guerra Odette fue recibida como una heroína. Entre otras distinciones, el rey Jorge VI la nombró Miembro de la Orden del Imperio Británico, y el gobierno francés "Caballero” de la Legión de Honor. En 1946 se divorció de Roy Sansom, y un año más tarde se casó con Peter, su antiguo superior, convirtiéndose en Odette Churchill y haciendo así realidad una parte de su historia inventada.

Funeral por dos enemigos

Las Islas del Canal (o Anglonormandas), un grupo de islas situadas frente a las costas francesas del canal de la Mancha, fueron el único territorio británico ocupado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

El 3 de junio de 1943 un cuerpo fue expulsado por el mar en la playa de St. Queens, en Jersey, la mayor de las islas del archipiélago. El cadáver fue trasladado al hospital de Saint Helier y allí fue identificado como el sargento de la RAF Abraham Holden, observador en un Avro Lancaster derribado dos semanas antes sobre el Canal cuando regresaba de una misión de bombardeo sobre Alemania. En las horas posteriores se recibieron en el hospital decenas de coronas de flores, y por su capilla pasaron cientos de isleños para presentar sus respetos y rendir homenaje al héroe. Las autoridades de ocupación alemanas comenzaron a temer que el entierro, programado para dos días más tarde, acabase convertido en una gran demostración popular de patriotismo.

El día del entierro, el sábado 5 de junio, apareció un segundo cadáver en la playa. Fue identificado como Dennis Butlin, otro sargento tripulante de un Lancaster de la RAF. Las autoridades decidieron entonces aplazar el funeral de Holden para celebrar uno conjunto al día siguiente.

La mañana del domingo 6 de junio se celebró el funeral por los dos aviadores británicos. Centenares de personas se alinearon en la ruta de los coches fúnebres. Los soldados alemanes impidieron la entrada de la multitud al cementerio. Sin embargo, la Luftwaffe tuvo el gesto apaciguador de rendir honores militares a los dos enemigos caídos.

En esta fotografía se ve a soldados alemanes transportando a hombros uno de los ataúdes cubierto con la bandera británica:


Esto no era lo habitual, pero tampoco fue un caso único. Despedir con honores a un enemigo muerto en combate fue algo que todos los contendientes hicieron en alguna ocasión.

El bombardeo alemán de Nauru: La guerra llega al Pacífico

Nauru es una pequeña isla del Pacífico central, famosa por ser el tercer estado más pequeño del mundo (después del Principado de Mónaco y la Ciudad del Vaticano) y por estar en peligro de desaparición física por la sobreexplotación de sus reservas de fosfatos, que ha hecho del 90% de su territorio un pedregal estéril. La isla fue colonia alemana hasta el final de la Primera Guerra Mundial, cuando un mandato de la Sociedad de Naciones concedió su administración a Australia. El descubrimiento de grandes depósitos de fosfatos a comienzos del siglo XX convirtió a Nauru y su vecina Ocean en las principales fuentes que abastecían a las industrias de fertilizantes de Australia y Nueva Zelanda. La explotación de fosfatos, y en la práctica toda la isla, estaba controlada por la Comisión Británica de Fosfatos (BPC, que a pesar de su nombre era una compañía mixta australiana, neozelandesa y británica, con sede en Melbourne). Cuando estalló la guerra la BPC producía cerca de un millón de toneladas anuales de fosfato de Nauru y aproximadamente otro medio millón de Ocean. Contaba con cuatro barcos fosfateros de más de 6.000 toneladas de desplazamiento cada uno, llamados Triadic, Triaster, Triona y Trienza. Las islas no tenían puertos de aguas profundas, por lo que la carga de los barcos tenía que realizarse a través de estructuras en voladizo que se prolongaban hasta mar abierto.

Debido a su situación, aislada en medio del océano, a los australianos no les pareció necesario destinar fuerzas para la defensa de Nauru, por lo que, a pesar de la importancia económica y estratégica de las dos islas, en ellas no había presencia militar de ningún tipo. Las zonas de patrulla aéreas o navales de la Royal Australian Navy estaban muy lejos de las islas, y en el Mandato de la Sociedad de Naciones que concedía su administración a Australia figuraba una cláusula que prohibía la construcción de defensas costeras.

Al norte de Nauru se extendía una inmensa región de océano sembrada de minúsculas islas (lo que hoy llamamos Micronesia), muchas de ellas en manos de los japoneses. Aunque seguía siendo neutral, Japón había llegado a acuerdos de colaboración con el Eje tras la firma del Pacto Tripartito, que, entre otras cosas, contemplaban la posibilidad de que los puertos japoneses diesen apoyo logístico (refugio y suministros) a los buques alemanes en su guerra contra Inglaterra. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial la superioridad de la Royal Navy obligó a los alemanes a recurrir a buques corsarios para atacar las rutas comerciales del Imperio Británico. Haciéndose pasar por barcos mercantes, los cruceros auxiliares armados se aproximaban a otros buques sin levantar sospechas y los atacaban por sorpresa. Sus zonas de operaciones solían estar muy lejos de sus bases europeas. Contando con la ayuda japonesa, la Kriegsmarine envió al Pacífico a algunos de aquellos barcos.

A finales de octubre de 1940 dos cruceros auxiliares alemanes, el Orion y el Komet, junto con el buque cisterna de suministro Kulmerland, se reunieron en el atolón Lamotrek, en las Carolinas (territorio japonés por aquel entonces). En noviembre pusieron rumbo a aguas de Nueva Zelanda camuflados como mercantes japoneses. El 25 de ese mes capturaron un pequeño buque de cabotaje llamado Holmwood, que transportaba un cargamento de más de mil ovejas. Sus diecisiete tripulantes y doce pasajeros fueron apresados y el barco fue hundido con cargas de demolición. Dos días más tarde los barcos corsarios cañonearon y hundieron al gran paquebote Rangitane. Dieciséis tripulantes o pasajeros murieron en el naufragio. Más de trescientos fueron rescatados por los alemanes y hechos prisioneros. Tras una breve parada en las islas Kermadec, los tres buques se dirigieron a Nauru. El plan era desembarcar en la isla y destruir toda la infraestructura fosfatera.

El crucero auxiliar Komet, camuflado como un mercante japonés de nombre Manyo Maru:


El 6 de diciembre, en ruta hacia su objetivo, los buques se encontraron con uno de los fosfateros de la BPC, el Triona, navegando con rumbo a Nueva Zelanda. Tras una breve persecución, los alemanes torpedearon y hundieron al carguero. Tres de sus tripulantes murieron en el ataque y otros sesenta y ocho fueron capturados.

El momento previsto para iniciar el ataque a Nauru era la madrugada del 8 de diciembre. Pero el mal tiempo que encontraron la tarde anterior, cuando se aproximaban a la isla, obligó a los alemanes a abandonar sus planes de desembarco. Sin embargo, no se irían de vacío. Las malas condiciones meteorológicas hicieron también que varios cargueros se hallasen concentrados en las cercanías. Aquello les convertía en presa fácil para los corsarios alemanes. La tarde del 7 de diciembre, a unas 7'5 millas náuticas al sur de Nauru, el Komet capturó y hundió al Vinni, un barco noruego de 5.181 toneladas. Sus treinta y dos tripulantes fueron hechos prisioneros. Aquella madrugada el Orion se unió al Komet, y entre ambos atacaron a los fosfateros Triadic y Triaster, que se encontraban fondeados cerca de la costa mientras esperaban una mejoría del tiempo para atracar en el muelle en levadizo. Las tripulaciones trataron de huir a tierra en los botes salvavidas, pero todos los hombres fueron capturados y obligados a subir a los buques alemanes. Mientras el Orion hundía el Triadic a cañonazos, el Komet de dirigió hacia un tercer carguero, el británico Komata, de 3.900 toneladas. El ataque del Komet, que causó un muerto y varios heridos, obligó al capitán del Komata a dar la orden de abandonar el barco. Tras capturarlo, los alemanes trataron de hundirlo con cargas de demolición. Los explosivos fallaron y les obligaron de nuevo a utilizar el cañón, ya en la tarde del 8 de diciembre.

Las condiciones meteorológicas hacían que la visibilidad desde tierra fuese muy reducida. Aun así, a última hora del 7 de diciembre los isleños habían detectado la llegada de tres barcos sospechosos. Al amanecer del día siguiente pudieron ver al Triadic ardiendo, y poco más tarde se recibieron por radio llamadas de socorro provenientes del Komata. Por la tarde vieron al Komata bombardeado por otro buque y envuelto en llamas. La confusión era enorme. La suposición más extendida era que Nauru iba a ser atacada por una escuadra japonesa. Pero el mal tiempo impidió a los buques hostiles iniciar un ataque directo contra la isla. En lugar de ello se retiraron.

Los buques alemanes abandonaron Nauru. El Orion se dirigió a Pohnpei, y el Komet y el Kulmerland a Ailinglaplap, en las Islas Marshall, para repostar y aprovisionarse. El plan era reunirse de nuevo el 15 de diciembre, pero al llegar ese día el tiempo seguía siendo igual de malo, lo que frustraba de nuevo sus planes de desembarco. Además habían detectado mensajes que alertaban a los cargueros con rumbo a Nauru y Ocean de sus últimos ataques. Ningún barco se atrevería a navegar por aquellas aguas, por lo que tampoco podrían esperar encontrar nuevas presas. Los alemanes optaron por retirarse una vez más.

Por entonces los tres barcos habían acumulado tal cantidad de prisioneros en sus ataques que tuvieron que plantearse qué hacer con ellos antes de continuar con sus operaciones. El capitán Eyssen, del Komet, propuso dirigirse al archipiélago Bismark para desmbarcarlos allí. El capitán conocía la región (había estado destinado allí durante la Gran Guerra, cuando era una posesión alemana) y sabía que eran unas islas mal comunicadas y que muchas de ellas ni siquiera contaban con estaciones de radio que pudiesen dar la alarma. El 21 de diciembre los barcos arribaron a la isla de Emirau. Los oficiales alemanes reunieron a los colonos australianos (tan solo dos matrimonios) y a los trabajadores nativos de sus plantaciones y ante ellos tomaron posesión de la isla en nombre del Reich. A continuación liberaron a quinientos catorce prisioneros, entre los que había más de cincuenta mujeres y algunos niños. Mantuvieron en su poder a unos ciento cincuenta hombres, todos ellos europeos, australianos o neozelandeses (serían trasladados a Alemania y recluidos en campos de prisioneros). Los isleños ayudaron en lo que pudieron a los más de quinientos desembarcados, sacrificando buena parte de su ganado para alimentarles, mientras algunos hombres partían en una pequeña embarcación para recorrer las 70 millas náuticas que les separaban de Kavieng, en la isla de Nueva Irlanda. Desde allí alertaron por radio a las autoridades australianas de Rabaul, que no tardaron en enviar un equipo de rescate. Los prisioneros liberados llegaron a Australia el 29 de diciembre.

Al dejar Emirau los tres barcos alemanes se separaron. El Kulmerland se dirigió a Japón y el Orion a Lamotrek, y desde allí a las Islas Maug, en las Marianas (también bajo control japonés) para una revisión de sus motores. El capitán Eyssen decidió poner rumbo una vez más a Nauru para intentar el ataque por última vez. El Komet llegó a la isla al amanecer del 27 de diciembre. Eyssen ordenó izar la bandera alemana y abrir fuego contra las estructuras de carga de fosfatos, los depósitos de combustible y los edificios vecinos. Durante una hora el Komet bombardeó sin oposición el puerto con sus seis cañones de 150 mm y sus armas antiaéreas. Los trabajadores se refugiaron en el otro extremo de la isla. La única víctima fue un anciano de 98 años, que murió de un ataque al corazón.

Las instalaciones fosfateras de Nauru bajo el bombardeo del Komet:


Tras el ataque el Komet permaneció unas semanas en el Pacífico sur y a continuación se dirigió al Océano Índico, donde continuó con su actividad corsaria. Regresó a Europa en noviembre de 1941, completando una increíble misión de casi año y medio de duración que le había llevado alrededor del mundo a través de los cinco océanos.

La incursión alemana en Nauru afectó gravemente a la producción de fosfatos. Pasaron diez semanas antes de que se reanudasen los embarques. No se pudo recuperar el nivel de exportaciones previo al ataque, debido a los daños en las infraestructuras de la isla y a la pérdida de barcos fosfateros. La producción en Ocean aumentó, pero no fue suficiente para cubrir la demanda. Gran Bretaña tuvo que recurrir a las importaciones de fosfatos de Egipto, y Nueva Zelanda se vio obligada a racionar el uso de fertilizantes a partir de julio de 1941. Otra consecuencia fue la alarma que el ataque generó en Australia y Nueva Zelanda. Ambos países comenzaron a organizar su tráfico naval en convoyes para proteger sus mercantes de posibles ataques. El gobierno australiano hizo regresar al crucero Sydney y al crucero auxiliar Kanimbla del teatro europeo para reforzar la defensa de las islas del Pacífico. Varios buques de guerra se mantuvieron patrullando las aguas próximas a Nauru y Ocean durante meses, y en ambas islas se desplegaron cañones de campaña para defenderlas de nuevas incursiones.

El ataque también tuvo como consecuencia la interrupción de las importaciones de fosfatos a Japón. Los japoneses temían que se cortasen definitivamente si los aliados confirmaban sus sospechas (más que fundadas) de que los buques corsarios alemanes recibían apoyo logístico en sus puertos. Por ello el gobierno japonés se mostró indignado por el ataque del Komet, y amenazó a Alemania con abandonar los acuerdos de colaboración entre las marinas de ambos países. La Kriegsmarine se vio entonces ante el dilema de elegir entre recompensar la acción del Komet, sin duda su mayor logro alemán en el Pacífico en toda la guerra, o ignorarla, a la vista de los problemas diplomáticos que estaba provocando. Finalmente, el capitán del buque corsario, Robert Eyssen, recibió una felicitación y un ascenso a contralmirante, lo que le convertía en el oficial de más alto rango de toda la flota auxiliar alemana. Al mismo tiempo, se ordenó a todos los cruceros auxiliares evitar nuevas operaciones de ese tipo cerca de aguas japonesas o que pudiesen comprometer de alguna manera a Japón.