Pavos azules y pollos radiactivos

Blue Peacock ("pavo real azul") era el nombre en clave que recibió un proyecto británico de arma nuclear táctica de la década de los 50. Se trataba de una mina nuclear de 10 kilotones contenida en una carcasa de acero, con un peso conjunto de 7,2 toneladas. La mina sería enterrada y detonada a distancia por cable o por medio de un temporizador programado para ocho días. La carcasa estaba presurizada, y contaba con un dispositivo antimanipulación con sensores de presión e inclinación que la harían detonar a los diez segundos en caso de detectar movimiento o pérdida de presión (si la bomba era trasladada o la carcasa perforada). El arma fue desarrollada entre 1954 y 1957 por el RARDE (Royal Armament Research and Development Establishment) en su centro de investigación de Fort Halstead, en Kent.

En julio de 1957 el ejército británico solicitó diez Blue Peacocks para ser enviadas a Alemania Occidental. El plan consistía en sembrar las llanuras del norte de Alemania con minas nucleares que serían detonadas en caso de invasión soviética. Se conseguiría así destruir instalaciones estratégicas tras la retirada aliada y al mismo tiempo impedir al enemigo la ocupación del terreno por un tiempo considerable a causa de la contaminación radiactiva. Entre los objetivos escogidos había plantas hidroeléctricas, instalaciones industriales, refinerías de petróleo, nudos ferroviarios y canales. Los diez dispositivos solicitados habrían tenido el poder explosivo combinado de más de cinco bombas atómicas como la que destruyó Nagasaki. Pero las minas nunca llegaron a colocarse. En febrero de 1958 el Ministerio de Defensa canceló el proyecto por razones políticas. Lógico, ya que se trataba del despliegue de armas nucleares pensadas para utilizarse en el territorio de un país aliado.

Antes de eso los británicos habían tenido que esforzarse en solucionar algunos problemas técnicos que les planteaba el plan. Uno de ellos era que en el norte de Alemania los inviernos eran muy fríos, y la temperatura de un objeto enterrado allí durante varios días podía llegar a ser realmente baja. Los técnicos del AWE (Atomic Weapons Establishment) de Aldermaston, en Berkshire, estudiaron varios métodos para evitar que el frío pudiese provocar fallos en la electrónica de las minas. La solución más razonable fue la de envolver las bombas en mantas aislantes de fibra de vidrio. Pero también hubo alguna propuesta más imaginativa. Alguien sugirió que se podían meter pollos vivos dentro del mecanismo de las bombas. Encerrados allí con un suministro suficiente de semillas y agua, podían permanecer con vida durante una semana o más, y su calor corporal bastaría para mantener los componentes electrónicos a su temperatura de trabajo.

En 2004, cuando el gobierno británico desclasificó la información relativa a Blue Peacock, y con ella los documentos que explicaban la extravagante idea de los pollos encerrados dentro de las bombas, muchos pensaron que alguien podía haberlos añadido a los informes originales para hacer una broma. Tom O'Leary, responsable de servicios online y educación de los Archivos Nacionales, tuvo que desmentirlo a la prensa: "Parece una inocentada, pero no lo es. La Administración Pública no hace chistes".

Fuentes;
http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/3588465.stm
http://www.theguardian.com/uk/2003/jul/17/world.jamiewilson


Krummlauf

Hans-Joachim Schaede era un industrial de éxito de Saalfeld, una pequeña ciudad de Turingia, que había convertido la fábrica de lavadoras heredada de su padre en una boyante empresa con quinientos empleados. Como veterano de la Gran Guerra, donde había servido como teniente en una unidad de globos de observación, era oficial en la reserva de la Wehrmacht. En agosto de 1939, durante la movilización previa al estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue llamado al servicio activo. Participó en la invasión de Polonia como capitán de la 1ª División Panzer. Mas tarde, en 1942, fue ascendido a comandante y destinado a la oficina técnica del Ministerio de Armamentos. Allí puso su ingenio al servicio de la industria armamentística del Reich. Al poco tiempo el Ministerio le premió con una recompensa de 50.000 marcos por introducir varias mejoras técnicas en los Panzer alemanes.

En 1943, después de la batalla de Stalingrado, Schaede se centró en un problema que sufrían las tropas alemanas en las luchas callejeras en Rusia, y que afectaba especialmente a las tripulaciones de los Sturmgeschütze (cañones de asalto). Sin torreta giratoria, con varios puntos ciegos y escasamente protegidos con armas de fuego ligeras, los cañones de asalto eran muy vulnerables a los equipos anticarro soviéticos, que podían aproximarse a ellos sin ser vistos para atacarlos con granadas o cócteles molotov. Schaede diseñó un accesorio para los fusiles de asalto StG 44, el Krummlauf ("cañón curvo"), que, como su nombre indica, consistía en una ampliación curvada que se añadía a la boca del cañón original del arma para poder disparar de forma segura sin que el tirador tuviese que exponerse a la vista del enemigo.

A causa de su fuerte retroceso, su uso parecía limitado a las tripulaciones de los Panzer o Sturmgeschütze, que podían apoyarlos en la estructura de sus vehículos para darles estabilidad. Pero para la infantería era un arma engorrosa, demasiado larga y con un retroceso excesivo. A partir de agosto de 1944 el Krummlauf comenzó a introducirse de forma experimental en unidades acorazadas del frente oriental, en varias versiones distintas con ángulos de 30º, 45º, 60º o 90º. Pronto comenzó a recibir elogios de los soldados, que ya no tenían que exponerse al fuego enemigo para defenderse de los grupos antitanque soviéticos. En septiembre de 1944 el Ministerio de Armamento ordenó una producción de 20.000 unidades mensuales.

Schaede, que había sido ascendido a coronel, se centró entonces en el desarrollo de un Krummlauf para su uso por la infantería. Logró reducir el retroceso de su nuevo modelo, con una única curvatura de 30º, y le añadió un complemento en teoría indispensable: un periscopio fabricado por Zeiss que permitiría al soldado no disparar a ciegas. Sorprendentemente, Hitler, que había sido muy escéptico con las posibilidades del StG 44 como arma de infantería, mostró un enorme interés en el Krummlauf. En enero de 1945 el Ministerio de Armamento ordenó iniciar su producción en masa.

Pero en los meses finales de la guerra las fábricas de armamento alemanas eran incapaces de cumplir con los pedidos y entregar los miles de unidades mensuales que se les exigía. El incesante bombardeo aliado de centros industriales y líneas de comunicación y la dramática escasez de materiales y combustible hacían que tanto su producción como su posterior distribución fuesen tareas casi imposibles. Finalmente llegaron a distribuirse en pequeñas cantidades entre algunas unidades militares. Solo un pequeño porcentaje de ellos contaban con periscopio.

¿Qué habría supuesto la distribución masiva del Krummlauf? En teoría la combinación de StG 44 y Krummlauf parecía dar a la infantería alemana una gran ventaja sobre sus enemigos, al menos en combates callejeros. Y es cierto que podía ser muy útil en casos concretos, pero no se trataba de un arma revolucionaria que fuese a tener un impacto significativo en la guerra. Y también tenía defectos. Un alto porcentaje de las balas se fragmentaba al atravesar el cañón, por lo que en realidad el fusil acababa disparando metralla y su alcance era muy pequeño. Su vida útil era muy corta (300 disparos para la versión de infantería, la más duradera, y apenas unas decenas para las de mayores curvaturas).

Al finalizar la guerra el coronel Schaede fue capturado por las tropas de ocupación soviéticas. Fue condenado por un tribunal militar por sus contribuciones a la industria armamentística nazi y encarcelado en la URSS. En 1953 fue liberado y regresó a Alemania. Murió en 1967.


Fuentes:
http://www.historynet.com/weaponry-krummer-lauf.htm
http://naukas.com/2010/09/20/krummlauf-historia-de-la-bala-que-doblo-la-esquina/
http://en.wikipedia.org/wiki/Krummlauf

La "S." de Harry S. Truman

Como ya sabréis, en varios países anglosajones, y especialmente en Estados Unidos, es habitual el middle name, o segundo nombre. Aunque la mayor parte de la gente lo tiene, no existe ninguna norma de uso concreta sobre su utilización. Ni siquiera hay una pauta definida para determinar de forma oficial el nombre por el que son conocidos sus presidentes. Hay ejemplos para todos los gustos: Algunos presidentes nunca utilizaban su segundo nombre y es difícil encontrar a alguien que los conozca, como Richard Milhous Nixon o Ronald Wilson Reagan. Otros pasaron a la historia precisamente con su segundo nombre (Woodrow Wilson, que se llamaba en realidad Thomas Woodrow). Los hay que utilizaban con frecuencia sus dos nombres, casi como un nombre compuesto: Franklin Delano Roosevelt o John Fitzgerald Kennedy. Y por último los que se limitaban a usar la inicial, como Dwight D. Eisenhower o Lyndon B. Johnson.

En este último caso parece que está el 33º presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman. ¿Es realmente así? ¿Qué significa la "S." de Harry S. Truman?

Truman recibió su middle name en honor a sus dos abuelos, Anderson Shippe Truman y Solomon Young. ¿Y qué tenían en común esos dos nombres? La inicial S. El segundo nombre de Harry Truman era "S." a secas. Con punto, por cierto. Hay quien cree que al ser una letra y no una inicial la forma correcta de escribirlo tendría que ser "S", sin el punto, pero de hecho el nombre sí que era una inicial. El propio presidente firmaba como Harry S. Truman, despejando así cualquier duda que pudiese existir.

El Pájaro de Plata del doctor Sänger

Entre junio de 1935 y febrero de 1936 la revista austriaca Flug publicó una serie de artículos sobre aeronaves propulsadas por cohetes. Estaban firmados por el doctor Eugen Sänger, un joven ingeniero aeronáutico austriaco, seguidor del trabajo de Hermann Oberth y miembro del Verein für Raumschiffahrt (o VfR, “Sociedad para la Navegación Espacial”). Sänger había estado trabajando desde 1930 en el desarrollo de un motor cohete de refrigeración regenerativa (era la circulación del propio combustible en la cámara de combustión la que enfriaba el motor) con el que aseguraba poder alcanzar la impresionante velocidad de escape de 3.000 metros por segundo. Los artículos llamaron la atención del Reichsluftfahrtministerium (RLM, "Ministerio de Aviación de Reich"), que ofreció al doctor Sänger la dirección de un centro secreto de investigación aeronáutica en Alemania. Las instalaciones, situadas en Trauen, en la Baja Sajonia (en la actualidad sigue siendo un centro de la industria aeroespacial alemana), incluían un banco de pruebas para un motor cohete de 100 toneladas de empuje y el único túnel de viento del mundo capaz de simular las condiciones de vuelo hipersónico.

Sänger se trasladó a Alemania (el Anschluss aún no se había producido) para hacerse cargo del nuevo centro de investigación, nacido pese a la oposición de Wernher von Braun, otro joven experto en cohetes y ex-miembro del VfR. Von Braun, que había aceptado unos años antes otra oferta del gobierno alemán para el desarrollo de cohetes de uso militar, vio cómo aparecía un rival que amenazaba su liderazgo en la materia. Y en buena parte tenía razón. En un rasgo típico de la Alemania nazi, en lugar de buscar la colaboración de los grupos de trabajo que desarrollaban proyectos similares, se imponía la competencia entre distintos organismos y la duplicidad de esfuerzos. El equipo de Von Braun terminaría por crear en su base de Peenemünde las V-2, los primeros misiles balísticos de la historia. Pero esa es otra historia.

En 1938 Sänger y sus colaboradores completaron los aspectos básicos de diseño de su aeronave, bautizada como Sirbelvogel (“Pájaro de Plata”). Se trataba de un auténtico híbrido entre avión y nave espacial, un vehículo hipersónico estratosférico, propulsado por cohetes de gasolina y oxígeno líquido. Tenía un diseño futurista, con líneas estilizadas y aerodinámicas, perfil de cuña, alas cortas y fuselaje achatado. Montaba en la cola un motor cohete de 100 toneladas de empuje, flanqueado por dos propulsores auxiliares. El combustible se almacenaba en dos grandes tanques situados detrás de cada una de las alas. El proyecto incluía una cabina presurizada, tren de aterrizaje retráctil, pañol de bombas interno y escudo térmico eyectable que daba protección a las ventanas de la cabina. Para el despegue utilizaría un trineo propulsado por cohetes montado en un monorraíl inclinado de tres kilómetros de longitud. Los cohetes de despegue darían al avión un empuje de 600 toneladas durante 11 segundos, permitiéndole alcanzar una altitud de 1,5 kilómetros y una velocidad de 1.850 Km/h. En ese momento se accionaría el motor principal durante 8 minutos, quemando 90 toneladas de combustible y llevando al avión hasta una altitud de más de 145 kilómetros y una velocidad de 5.000 Km/h. Al apagarse el motor, el Silbervogel aún no habría alcanzado la velocidad orbital. Así que en lugar de entrar en órbita iniciaría una trayectoria balística, pero llegaría un momento en su descenso en el que la densidad del aire le haría rebotar y elevarse nuevamente. Se desplazaría entonces por los límites superiores de la estratosfera realizando una serie de “saltos”, como cuando se tira una piedra a un estanque. Cada “salto” sería más corto que el anterior, a causa de la fricción del aire, hasta que finalmente reentraría en la atmósfera e iniciaría el descenso planeando.

Maqueta del Silbervogel construida para pruebas en el túnel de viento:


El Silbervogel fue concebido como bombardero de muy largo alcance, dentro del Proyecto Amerika Bomber (la pretensión de Hitler de encontrar la manera de bombardear el territorio continental americano), así que se diseñó para poder transportar una carga de varias toneladas de bombas. La distancia total que podía recorrer estaba entre los 19.000 y 24.000 kilómetros, dependiendo del peso de la carga. Se calculaba que con seis toneladas de bombas, podría alcanzar Nueva York una hora y cuarenta y cinco minutos después de haber despegado de Alemania. Tras bombardear su objetivo, el plan era que continuase planeando hasta aterrizar en alguna base japonesa del Pacífico.

El doctor Sänger en Trauen, junto a la matemática Irene Bredt, su futura esposa:


En diciembre de 1941 Sänger envió al RLM un informe con la propuesta de construir un bombardero sub-orbital. Por entonces, tras el fracaso de la Operación Barbarroja y ante la perspectiva de una guerra larga, el gobierno de Hitler había decidido priorizar los proyectos de investigación y desarrollo con tecnología comprobada y que pudiesen dar resultados a corto plazo. Uno de los programas afectados fue el del Silbervogel. El Ministerio del Aire decidió archivarlo al ver su enorme complejidad y la gran cantidad de recursos que habría requerido. El doctor Sänger abandonó los trabajos sobre su avión espacial y hasta el final de la guerra se centró en el diseño de pulso-jets para el Deutsche Forschungsanstalt für Segelflug (o DFS, "Instituto Alemán de Investigación en Planeadores").

Aunque el RLM había prohibido a Sänger la publicación de los resultados de sus investigaciones, algunas copias de un informe que escribió en 1944 con la colaboración de la matemática Irene Bredt (con la que se casaría poco después) se filtraron al finalizar la guerra. El informe Sänger-Bredt fue publicado por la US Navy y despertó el interés de varias potencias. El doctor Sänger rechazó las propuestas estadounidenses y británicas y en 1946 aceptó trabajar para el Ministerio del Aire francés. Pero donde mayor impacto tuvo su obra fue en la URSS. Intrigados por los informes que habían recibido sobre el Sirbelvogel, los soviéticos enviaron a Francia una delegación encabezada por Vasily Dzhugashvili, hijo de Stalin y en aquella época teniente general de la VVS, para tratar de convencerle de que continuase sus estudios en la URSS. Se dice que en 1947, después de rechazar la oferta soviética, Sangër fue víctima de un intento de secuestro por parte de agentes del NKVD. No parece una historia muy creíble, aunque es cierto que los soviéticos iniciaron a finales de 1946 un proyecto de investigación sobre el bombardero sub-orbital. Abandonaron los trabajos pocos años después, en 1950, al encontrarse con dificultades técnicas insuperables.

Lo cierto es que el Sirbelvogel no tenía ningún futuro. Estaba muy adelantado a las posibilidades tecnológicas de su época, como demostró el fracaso del Proyecto Keldish, el intento soviético de desarrollar un bombardero basado en el trabajo de Sänger. Pero incluso en el hipotético caso de que los alemanes hubiesen logrado solucionar todas las dificultades técnicas y hubiesen conseguido completar la construcción de una flota de bombarderos sub-orbitales, su impacto militar habría sido despreciable. Con una carga de cuatro a seis toneladas de bombas por avión (en comparación, un B-29 Superfortress podía cargar hasta nueve toneladas), habrían sido necesarios centenares de ellos para conseguir efectos significativos, y más teniendo en cuenta que con las enormes velocidades que alcanzaban en su vuelo la precisión del bombardeo habría sido prácticamente nula. En resumen, era un proyecto antieconómico, que de haber seguido adelante habría supuesto el desperdicio de una enorme cantidad de recursos para conseguir en el mejor de los casos unos resultados insignificantes.

Pero eso sí, hay que reconocer que era bonito.

Representación artística de un Silbervogel:

Una orilla lejana

A principios de septiembre de 1943 la guerra en la Unión Soviética había cambiado de signo. Los alemanes habían perdido definitivamente la iniciativa y no podían hacer otra cosa que tratar de contener las masivas ofensivas soviéticas. Las tropas del Grupo de Ejércitos Sur, derrotadas después de intensos combates alrededor de Belgorod y Jarkov (en las fronteras orientales de Ucrania), habían iniciado su retirada hacia el oeste. El Ejército Rojo se puso como objetivo la liberación de Kiev, aunque para alcanzar el corazón de Ucrania previamente tendrían que superar un gran obstáculo, el Dnieper, un río ancho y caudaloso, con fuertes corrientes, y cuya orilla occidental era escarpada y fácilmente defendible. El 8º Ejército y el 4º Ejército Panzer comenzaron una desesperada carrera para alcanzar el Dnieper antes de que lo hiciesen las fuerzas soviéticas del Frente del Voronezh, a pesar de que Hitler había dado la orden de no establecer defensas a lo largo del río, tratando así de evitar que sus generales tuviesen la tentación de replegarse tras ellas.

A mediados de agosto la Stavka comenzó a considerar una operación aerotransportada a gran escala para capturar cabezas de puente en la orilla occidental del Dnieper y evitar que los alemanes se hiciesen fuertes en el río. A principios de septiembre, las 1ª, 3ª y 5ª Brigadas Aerotransportadas de la Guardia se fusionaron en un cuerpo paracaidista de 10.000 hombres. Eran unidades de formación reciente (tenían apenas unos meses), integradas por jóvenes reclutas que habían recibido un entrenamiento claramente insuficiente. A pesar de la falta de experiencia de sus tropas aerotransportadas, el 16 de septiembre el general Vatoutine, comandante del Frente del Voronezh, aprobó la operación. La fecha fijada para el ataque fue la noche del 25 de septiembre. El control alemán del aire obligaría a los inexpertos paracaidistas soviéticos a realizar un salto nocturno.

Partiendo de bases aéreas que acababan de ser capturadas a los alemanes, situadas al noroeste de Jarkov, a 200 kilómetros del Dnieper, los paracaidistas tenían que tomar una franja boscosa comprendida entre las poblaciones de Bukrin y Kanev, de unos 30 kilómetros de longitud y de 15 a 20 kilómetros de profundidad. Contarían únicamente con armas ligeras y algunos morteros y cañones antitanque transportados en planeadores. Su misión era mantener la cabeza de puente el tiempo suficiente para construir puentes que permitiesen el paso del río de tanques y artillería pesada.

La fuerza aérea del Frente de Voronezh tenía un papel fundamental en el plan. Aparte de aportar los aviones de transporte y planeadores, sería la encargada del reabastecimiento de la cabeza de puente y la evacuación de los heridos, además de dar apoyo aéreo y de observación a las fuerzas de tierra. También se contaba con la ayuda de grupos de partisanos locales, que se unirían a los paracaidistas y les servirían de guías.

Las pésimas comunicaciones por ferrocarril retrasaron la agrupación de las tres brigadas que iban a participar en el ataque. Además el mal tiempo bloqueó a los aviones de transporte en sus bases de origen. El 23 de septiembre, a dos días del inicio de la operación, tan solo estaban disponibles ocho aviones. Obligado por las circunstancias, el general Vatoutine ordenó un aplazamiento de 24 horas y redujo la fuerza atacante a dos brigadas, la 3ª y la 5ª. Los cambios en los planes a última hora generaron una enorme confusión en las tropas que iban a participar en el ataque.

Por si fuera poco, la información que tenían los soviéticos sobre las fuerzas enemigas en la región era muy incompleta y en gran parte errónea. Esperaban encontrar poca resistencia y tener a su favor el factor sorpresa. Y lo cierto es que la zona de despliegue de los paracaidistas estaba poco defendida... hasta un par de días antes de la fecha del salto. La noche del 21 de septiembre tropas soviéticas trataron de cruzar el Dnieper en Bukrin, y los alemanes reaccionaron enviando al área una gran cantidad de refuerzos. En el momento del ataque estaban desplegadas en la zona la 19ª División Panzer y otras cinco divisiones alemanas.

La noche del salto las bases aéreas de partida de los paracaidistas estaban sumidas en el caos más absoluto. Los planificadores habían cometido graves errores, como el de no asignar unidades de exploración para marcar las zonas de aterrizaje de los planeadores, Al final ese olvido no tendría demasiada importancia, ya que los planeadores no llegaron a despegar. Parte de los aviones de transporte (Li-2, la versión soviética de los C-47 estadounidenses) no habían llegado aún a los aeródromos. Además, los pilotos se negaron a embarcar a veinte paracaidistas por avión, insistiendo en que por razones de seguridad permitirían subir a quince o como mucho dieciocho hombres. La falta de aviones y las restricciones al peso que impusieron los pilotos obligaron a dejar en tierra gran parte del equipo (entre el material que se abandonó en el último momento había muchas radios, lo que afectaría más tarde a la coordinación de las operaciones). Hacia la una de la madrugada se agotó el combustible disponible y se interrumpieron las salidas. Gran parte de la 5ª Brigada se quedó en tierra. En total, solo se hicieron trescientos de los quinientos despegues previstos. Partieron más de 4.500 paracaidistas, la mayoría pertenecientes a la 3 ª Brigada, pero otros 2.000 se quedaron en tierra. Además, los que despegaron no podrían contar con cañones anticarro ni el resto del equipo pesado que iba a ser transportado en los planeadores, e incluso gran parte de su equipo ligero se había quedado en las pistas.

El vuelo fue una pesadilla. Muchos de los pilotos tenían un entrenamiento muy deficiente y poca o ninguna experiencia en vuelos nocturnos. Llegaron al objetivo dispersos, volando a alturas que variaban entre los 600 y los 2.000 metros. El fuego antiaéreo fue de una intensidad mayor de lo esperado, lo que aumentó aún más la confusión. Hubo paracaidistas que saltaron sobre las tropas soviéticas en la orilla oriental de Dnieper, otros cayeron directamente en el río. Algunos pilotos se pasaron de largo e hicieron saltar a los hombres muy por detrás de las líneas alemanas. Trece aviones regresaron a sus bases con los paracaidistas aún a bordo.

Los paracaidistas se encontraron dispersos en pequeños grupos, en un área mucho mayor de la prevista, y enfrentados a unas fuerzas enemigas también mucho mayores de lo esperado. Presas del pánico, intentaron reagruparse, buscando a sus compañeros y los contenedores con armas, en muchos casos abandonando sus paracaídas sin ocultarlos, lo que ayudaría a las patrullas alemanas a guiarles hasta ellos. Los alemanes reaccionaron con rapidez. Muchos soldados soviéticos fueron muertos o capturados nada más pisar tierra. Otros grupos serían reducidos en las horas siguientes. Cerca de Bukrin la 19ª Panzer acabó con uno de los grupos más numerosos, formado por unos 150 paracaidistas al mando del comandante de la 3ª Brigada. Pese a todas las dificultades, los soviéticos opusieron una dura resistencia, e incluso en ocasiones lograron pasar al ataque y realizar con éxito algunas emboscadas. Pero estaban condenados. Consciente de que ya nada podría evitar el fracaso de la operación, el general Vatoutine ordenó suspender los envíos de refuerzos y suministros previstos para el día siguiente, abandonando a su suerte a los paracaidistas. Los alemanes continuaron con las operaciones de limpieza en los días posteriores, hasta que el 30 de septiembre el área fue considerada segura. Algunos de los supervivientes lograron cruzar el río y alcanzar las líneas soviéticas. Otros se unieron a los partisanos locales. En el norte, cerca de de Bukrin, el terreno abierto daba toda la ventaja a los alemanes, pero más al sur numerosos grupos se ocultaron en los bosques de Kanev y se organizaron en partidas guerrilleras. A mediados de noviembre los últimos supervivientes se unieron a las tropas soviéticas que ocuparon la región.

Los errores cometidos por los soviéticos fueron muchos y muy evidentes: pésima planificación, precipitada puesta en marcha, deficiente preparación de los paracaidistas y las tripulaciones aéreas, poca información sobre las fuerzas enemigas, o subestimación de las necesidades logísticas para una operación de esa naturaleza. Paradójicamente la Unión Soviética había sido un país pionero en la creación de unidades paracaidistas, ya a comienzos de la década de los 30, pero tras el estallido de la guerra la falta de aviones de transporte había obligado al alto mando a reconvertir las tropas aerotransportadas existentes en unidades de infantería. En 1943 las fuerzas paracaidistas soviéticas estaban empezando a renacer, pero el fracaso de la operación sobre el Dnieper supuso el fin de las operaciones aerotransportadas a gran escala del Ejército Rojo durante la guerra. Las tres brigadas aerotransportadas, o lo que quedaba de ellas (la 3ª había sido prácticamente aniquilada), fueron disueltas y sus hombres enviados a unidades de infantería.

He tenido la tentación de aprovechar la actualidad internacional y poner un título tramposo a esta entrada, como por ejemplo "Paracaidistas rusos saltan sobre Ucrania". Al final preferí no hacerlo para no alarmar innecesariamente a los muchos internautas que nunca leen más allá de los titulares. El título que elegí pretende recordar la película Un puente lejano (A Bridge Too Far, 1977), que narra la historia de la operación Market Garden, el lanzamiento de miles de paracaidistas aliados tras las líneas enemigas para tomar una serie de puentes en Holanda. Market Garden terminó en un completo desastre, y lo cierto es que esa fue la norma en las operaciones aerotransportadas a gran escala en la Segunda Guerra Mundial. Incluso en las que tuvieron éxito el índice de bajas fue tan alto que se podrían considerar victorias pírricas. Como la ocupación alemana de Creta en mayo de 1941, donde los Fallschirmjäger sufrieron tantas pérdidas que Hitler decidió prohibir las operaciones aerotransportadas durante el resto de la guerra.

Takakazu Kinashi, el último de la clase

A mediados de septiembre de 1942 el 7º Regimiento de Marines embarcó en la isla de Espíritu Santo con destino a Guadalcanal. El convoy de seis barcos de transporte iba acompañado de una escolta compuesta por los portaaviones Wasp y Hornet y sus respectivos grupos de combate.

Al mediodía del 15 de septiembre los buques se encontraban unas 250 millas al sureste de Guadalcanal. Los portaaviones permanecían a la vista uno del otro, aunque navegando con una separación de unos nueve kilómetros. En ese momento el capitán de corbeta Takakazu Kinashi, comandante del submarino japonés I-19, descubrió a través del periscopio de su nave una formación compuesta por un portaaviones, un crucero y varios destructores. Se trataba del grupo de combate del Wasp. Tras estimar el curso de los buques enemigos, el capitán Kinashi ordenó una aproximación lenta al portaaviones, penetrando a través de la pantalla de destructores de escolta.

Kinashi, de cuarenta años, era un experimentado comandante de submarinos, aunque el inicio de su carrera militar no había sido muy prometedor. Se había graduado en la Escuela Naval Imperial en el último lugar de su promoción (en el puesto 255 de un total de 255 cadetes). Después de pasar por la Escuela de Guerra Submarina, sirvió en media docena de sumergibles antes de obtener el mando del I-19, un submarino oceánico de la clase B-1, rápido, de gran autonomía, equipado con un hidroavión de reconocimiento y armado con seis tubos lanzatorpedos. Los torpedos de los submarinos japoneses, conocidos como Tipo 95, eran considerados de los mejores de su época. Eran muy veloces, y su alcance casi triplicaba el de sus equivalentes estadounidenses.

El submarino japonés I-19:


A las 14:20 el portaaviones abandonó su rumbo en zigzag para encarar el viento e iniciar operaciones aéreas. Ocho cazas Wildcat y dieciocho bombarderos en picado Dauntless despegaron en misión de patrulla. A continuación el buque recuperó ocho Wildcats y tres Dauntless que permanecían en el aire desde antes del mediodía. Tras completar las operaciones sin contratiempos, el Wasp viró a estribor, convirtiéndose en un blanco perfecto para el I-19, que había logrado aproximarse hasta una distancia de 900 metros. Para asegurarse de no fallar, Kinashi ordenó lanzar una salva completa de seis torpedos contra el portaaviones.

En el último momento el Wasp trató de evitar la salva poniendo el timón todo a estribor, pero ya era demasiado tarde. A las 14:45 tres torpedos impactaron en rápida sucesión en la parte delantera del portaaviones. Varios incendios estallaron simultáneamente en el hangar y la cubierta inferior. Las explosiones se sucedían cada vez que el fuego alcanzaba un avión, un depósito de municiones o un tanque de combustible. Los sistemas contraincendio quedaron inutilizados por las explosiones, y el fuego se propagó por toda la parte delantera de la nave. Al ver que sus hombres eran incapaces de contener los incendios, a las 15:20 el capitán del Wasp ordenó abandonar el barco. 1.946 hombres, 367 de ellos heridos, evacuaron el portaaviones y fueron rescatados por los buques de su escolta. Hubo 193 muertos. De los veintiséis aviones que se encontraban en el aire en el momento del ataque, veinticinco fueron recuperados por el Hornet. El Wasp siguió ardiendo hasta la noche. A las 21:00 el destructor Lansdowne recibió la orden de torpedearlo para hundirlo definitivamente.

El Wasp envuelto en llamas:


Solo la mitad de los torpedos lanzados por el I-19 habían alcanzado al Wasp. Otros tres torpedos fallaron el blanco y pasaron de largo. Detrás del Wasp, a varias millas de distancia, navegaba el grupo de combate del Hornet.

A las 14:51, con el Wasp ardiendo a lo lejos, los vigías del O'Brien, uno de los destructores de la escolta antisubmarina del Hornet, dieron la alarma al divisar la estela de un torpedo dirigiéndose directamente contra el buque. El O'Brien hizo un brusco viraje a babor para evitarlo. El torpedo pasó rozando la popa, pero, con toda la tripulación pendiente de él, nadie se había percatado de que con su maniobra el destructor se había situado en la trayectoria de un segundo torpedo. Este golpeó la amura de babor, causando pocos daños visibles, pero creando graves tensiones estructurales en el casco. El O'Brien pudo continuar navegando por sus propios medios.

El O'Brien en el momento en el que es alcanzado por un torpedo; al fondo se ve el Wasp ardiendo:


A las 14:52 el acorazado North Carolina, el mayor buque del grupo de combate del Hornet (de hecho mayor que el propio Hornet) sufrió un impacto de torpedo en su lado de babor, justo delante de su torreta número 1, seis metros por debajo de la línea de flotación. Cinco hombres murieron en la explosión, que abrió un gran boquete de más de cinco metros de diámetro por el que entraron cientos de toneladas de agua. El buque se escoró unos cinco grados a babor, pero se salvó gracias al buen trabajo de los equipos de control de daños, que lograron contener la inundación.

Al día siguiente el O'Brien y el North Carolina estaban de regreso en Espíritu Santo. Tras unas reparaciones de emergencia, continuaron con destino a Nouméa, en Nueva Caledonia. Veinte días más tarde, el 10 de octubre, el O'Brien zarpó con rumbo a San Francisco. Durante la travesía su brecha en el casco fue aumentando de tamaño hasta que se hizo imposible de contener. El 19 de octubre el buque fue abandonado por su tripulación y se hundió cerca de Samoa. El O'Brien había recorrido casi 3.000 millas náuticas desde que había sido alcanzado por el torpedo un mes antes, pero al final no se había podido salvar. Por su parte, después de realizar las reparaciones provisionales en Nueva Caledonia, el North Carolina se dirigió a Pearl Harbor. Allí permaneció en dique seco durante más de un mes. Las reparaciones se completaron el 16 de noviembre, dos meses después de haber sido alcanzado por el torpedo del I-19.

Con una única andanada, el I-19 había logrado hundir un portaaviones de escuadra y un destructor, y además había dañado gravemente un acorazado. Aquella fue sin duda la salva de torpedos más efectiva de toda la guerra.

Dos meses más tarde, el 25 de noviembre, el I-19 fue hundido con toda su tripulación por el destructor estadounidense Radford en las proximidades de la isla Makin. Pero Kinashi ya no era su capitán. El hundimiento del Wasp le había convertido en el más insigne de los comandantes de submarino de la Marina Imperial y le había hecho merecedor de misiones más prestigiosas. En octubre de 1943 tuvo el honor de ser recibido por el Emperador Hirohito. Fue ascendido a capitán de fragata y recibió el mando del I-29, otro submarino de la clase B1. A finales de ese año zarpó al mando de su nuevo sumergible en una misión Yanagi (las misiones de intercambio de materiales estratégicos entre Alemania y Japón). Llegó al puerto francés de Lorient en marzo de 1944. Mientras su tripulación descansaba en Francia, el capìtán Kinashi viajó a Berlín, donde recibió personalmente de Adolf Hitler la Cruz de Hierro de segunda clase. En abril de 1944 inició el regreso a Japón, arribando a Singapur el 14 de julio. Pero los aliados, que descifraban las comunicaciones navales del Eje, situaron varios submarinos en el estrecho de Luzón para evitar su llegada a Kobe. El I-29 no pudo eludir la emboscada, y la noche del 26 de julio de 1944 fue alcanzado por tres torpedos lanzados por el submarino estadounidense Sawfish. No hubo supervivientes. Takakazu Kinashi recibió un doble ascenso póstumo, alcanzando el rango de contralmirante.

El tornado de Torrance y el pájaro de Ofuna

Louis Zamperini nació en enero de 1917 en Nueva York, aunque poco después su familia se trasladó a la ciudad de Torrance, en California. En el colegio fue un chico conflictivo, aficionado a las peleas y que andaba siempre metido en problemas. Para alejarle del mal camino, a su hermano mayor se le ocurrió inscribirle en el equipo de atletismo de la escuela. En poco tiempo Louis comenzó a destacar como corredor de fondo y medio fondo y a lograr marcas importantes a nivel nacional. Gracias al atletismo consiguió una beca para estudiar en la universidad, y en 1936, con 19 años, logró la clasificación para los Juegos Olímpicos de Berlín en la prueba de los 5.000 metros. En su momento fue el atleta olímpico estadounidense más joven de la historia.

En Berlín Zamperini terminó octavo, aunque su última vuelta fue tan rápida que llamó la atención del mismísimo Adolf Hitler, que quiso saludar al atleta. Según Zamperini, el Führer le tendió la mano y le dijo: “¡Ah, tú eres el chico del final rápido!”. Su poderoso sprint final hizo que empezase a ser conocido con el apodo de “el Tornado de Torrance”.

Tras la entrada de Estados Unidos en la guerra, Louis Zamperini se alistó en la USAAF. En 1942 completó su periodo de instrucción con el rango de alférez y fue destinado al Pacífico como miembro de la tripulación (visor de bombardeo) de un B-24 Liberator con base en Funafuti, en las islas Ellice. Un día su bombardero fue alcanzado por fuego antiaéreo durante una incursión contra las instalaciones japonesas de producción de fosfatos de Nauru. El avión logró regresar a Funafuti, pero estaba tan dañado que se descartó su reparación. A Zamperini y sus compañeros les asignaron entonces un B-24 con varios problemas mecánicos. De hecho, sus defectos eran tan graves que había sido destinado a tareas secundarias, como vuelos de enlace o misiones de rescate.

Louis Zamperini con su uniforme de la USAAF:


En mayo de 1943 recibieron la orden de participar en una operación de búsqueda de un avión perdido en el mar. Durante el vuelo el B-24 sufrió una avería mecánica y se estrelló en medio del océano, unas 850 millas al oeste de Oahu. Ocho de los once tripulantes murieron en el accidente. Solo sobrevivieron el piloto, teniente Russel Allen "Phil" Phillips, el artillero de cola, sargento Francis "Mac" McNamara, y Louis Zamperini. Los tres hombres se encontraron en una balsa a la deriva, sin agua ni comida, y aterrorizados por los tiburones que infestaban aquellas aguas. Para subsistir tuvieron que recoger el agua de lluvia y alimentarse de los peces o los albatros que conseguían capturar. Un día una tormenta estuvo a punto de hundir la balsa. En otra ocasión fueron ametrallados por un avión japonés. Afortunadamente nadie resultó herido y la balsa se mantuvo a flote a pesar de acabar con varios agujeros de bala. McNamara murió el trigésimo tercer día. Al fin, tras 47 días a la deriva, Zamperini y Phillips llegaron a tierra. Se encontraban en las islas Marshall, un archipiélago bajo soberanía japonesa repleto de bases de la Marina Imperial. Los náufragos no tardaron mucho en ser capturados y conducidos a la base de Kawjalein. El trato que recibieron allí fue tan brutal que los dos prisioneros llegaron a añorar su vida en la balsa. Después de pasar seis semanas encerrados en celdas minúsculas y hediondas, maltratados, débiles y enfermos, Zamperini y Phillips fueron embarcados para su traslado a Japón. Su siguiente destino iba a ser el campo de prisioneros de Ofuna, en Honshu.

Ofuna era una antigua escuela situada en Kamakura, en las afueras de Yokohama. A diferencia de la mayor parte de los campos de prisioneros de Japón, controlados por el Ejército, el campo de Ofuna dependía de la Marina Imperial. Las instalaciones eran secretas, desconocidas incluso para los civiles que vivían en los alrededores. Nunca se informó de su existencia a la Cruz Roja ni a ningún otro organismo internacional. Los prisioneros recluidos allí tampoco existían oficialmente. Casi todos ellos habían sido dados por muertos o desaparecidos en combate. En su mayor parte eran oficiales y tripulaciones de bombarderos o submarinos, considerados por los japoneses criminales de guerra sin derechos de ningún tipo. En teoría Ofuna era un centro de detención temporal, donde los oficiales enemigos eran interrogados antes de ser transferidos a otros campos, pero no era nada raro que la estancia de los prisioneros se prolongase durante meses. Constaba de tres edificios de una sola planta construidos en torno a un gran patio. En cada uno de los bloques había una treintena de celdas individuales y dos salas de interrogatorios. Cada celda medía unos 1'20x2'40 metros, y en su interior no había más que una litera y una estera de bambú. Los prisioneros no recibían ropas ni mantas. Tenían prohibido hablar, incluso en sueños. Cuando hacía buen tiempo se les permitía salir al exterior y sentarse con la mirada al frente, siempre en silencio. Las comidas consistían en un poco de arroz o sopa. La menor infracción era castigada a golpes. A menudo las palizas se propinaban al azar y sin ninguna causa que las justificase.

En Ofuna Zamperini fue especialmente atormentado por uno de los guardias del campo, el sargento Mutsuhiro Watanabe, apodado "el pájaro" por los estadounidenses, un auténtico sádico al que años más tarde no le importaría reconocer que sentía placer maltratando a los prisioneros. Debido a sus hazañas deportivas, Zamperini era una especie de celebridad entre los internos. Wanatabe veía en el liderazgo del ex-atleta un desafío a su autoridad, y trataba de impedirlo sometiéndole a castigos y humillaciones continuas.

El sargento Mutsuhiro Wanatabe:


Un día Zamperini fue transferido a un campo de prisioneros en Naoetsu, una hermosa región montañosa en la costa occidental de Honshu. Lejos de Ofuna, Zamperini recuperó por un tiempo las ganas de vivir. Pero todas sus esperanzas se desvanecieron cuando se enteró de que Wanatabe también había logrado el traslado a Naoetsu.

Al finalizar la guerra Mutsuhiro Watanabe fue clasificado por las autoridades de ocupación como criminal de guerra de clase A (la más alta) e incluido con el vigésimo tercer puesto en la lista de cuarenta nombres que el general Douglas MacArthur pretendía llevar a juicio. Pero el sargento Watanabe nunca fue procesado. Se ocultó durante siete años, y solo reapareció cuando la ocupación estadounidense estaba a punto de finalizar y habían cesado las detenciones y los juicios a criminales de guerra. Durante su tiempo en la clandestinidad, trabajó en una granja y en una pequeña tienda de comestibles. Más tarde se convirtió en vendedor de seguros. En las décadas siguientes tuvo una vida tranquila, con una posición económica bastante acomodada y sin ser molestado por nadie, a excepción de algún que otro periodista.

Por su parte, Zamperini fue liberado y volvió a Estados Unidos convertido en un héroe. Pero su regreso a casa no fue nada fácil. En los años posteriores sufrió un grave trastorno de estrés postraumático. Por influencia de su mujer, con la que se casó en 1946, se hizo seguidor de una iglesia evangelista. Encontró en la religión la ayuda que necesitaba para superar sus traumas y acabó convirtiéndose él mismo en predicador. En la década de los 50 viajó en varias ocasiones a Japón y se reunió con algunos de los guardias que le habían maltratado, abrazándose a ellos para escenificar su perdón. Solicitó también una reunión con Wanatabe, pero el antiguo sargento declinó la invitación.

En 1998 Louis Zamperini regresó a Japón para ser uno de los relevistas encargados de transportar la llama olímpica a Nagano, la sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de aquel año. Tenía 81 años. En su recorrido volvió a pasar por Naoetsu (en la actualidad llamada Joetsu), la localidad en la que se encontraba el campo de prisioneros en el que pasó la mayor parte de su tiempo en cautividad. Aprovechando la ocasión, y como parte de un reportaje sobre Zamperini, una televisión estadounidense entrevistó a Wanatabe en un hotel de Tokio. El viejo sargento reconoció haber maltratado a prisioneros, pero no mostró ningún arrepentimiento: "No cumplía órdenes militares. Debido a mis propios sentimientos personales, traté a los prisioneros estrictamente como enemigos de Japón".

Mutsuhiro Wanatabe murió en abril del 2003. Louis Zamperini tiene en la actualidad 97 años y reside en Hollywood. En el caso de que no hubieseis oído hablar de esta historia hasta ahora, puede que la cosa cambie en los próximos meses. Y es que se ha anunciado para este año el estreno de una película sobre la vida de Louis Zamperini, con guión de los hermanos Coen (una garantía de calidad) y dirigida por Angelina Jolie (una garantía de promoción potente).

De l'autre côté

Primera Guerra Mundial. Un francotirador alemán mantiene aterrorizados en su trinchera a un grupo de soldados franceses. El oficial al mando está dispuesto a utilizar cualquier medio a su alcance para acabar con la amenaza.

De l'autre côté ("Al otro lado") es un cortometraje del canadiense Robin Veret. Solo lo he encontrado en francés con subtítulos en inglés. Como dato curioso, los supuestos soldados franceses llevan uniformes estadounidenses. Imagino que es porque los uniformes franceses de la Primera Guerra Mundial serán difíciles de conseguir en Canadá.


Short Movie. "ON THE OTHER SIDE". from REZ CREATIVE LABS on Vimeo.

El sacrificio de Sakio Komatsu

En junio de 1944 las fuerzas del almirante Nimitz iniciaron la campaña de las Marianas con una serie de ataques aéreos a las bases japonesas en el archipiélago y un desembarco en la isla de Saipan. Aunque los japoneses esperaban el ataque más al sur, en las Carolinas, la ofensiva norteamericana no les pilló de sorpresa. En Tawi-Tawi, al sur de las Filipinas, una poderosa flota llevaba semanas preparándose para ese momento. Los estrategas de la Marina Imperial esperaban el ataque de la US Navy para salir a su encuentro y obligarla (una vez más) a entablar la batalla decisiva. Para ello habían reunido en Tawi-Tawi una gran fuerza de ataque bautizada como 1ª Flota Móvil, dividida para la batalla en tres grupos operativos. El más poderoso de ellos era la Fuerza A, al mando del vicealmirante Jisaburo Ozawa, que contaba con los tres mayores portaaviones japoneses: el Zuikaku, el Shokaku y el flamante Taihō, que con solo tres meses de servicio era el portaaviones más moderno de la Marina Imperial.

Al alba del 19 de junio de 1944 la Task Force 58 (la fuerza naval encargada de la protección de la flota de desembarco en Saipan) fue localizada por un avión de reconocimiento japonés. Al conocer la posición de las unidades navales enemigas, el almirante Ozawa ordenó un ataque con la aviación embarcada en los portaaviones de la Fuerza A. Después del despegue de una primera oleada de ataque, hacia las 9 de la mañana comenzaron a alinearse en la cubierta del Taihō los aviones que iban a participar en la segunda oleada. Uno tras otro fueron despegando, en primer lugar dieciséis cazas Mitsubishi A6M5 Reisen, a continuación diecisiete torpederos Nakajima B6N2 Tenzan, y por último nueve bombarderos en picado Yokosuka D4Y1 Suisei. El segundo Suisei en despegar, inmediatamente después del líder de la formación, estaba tripulado por el piloto Sakio Komatsu y el artillero Mannkichi Kunitsugu.

Mientras duraban las operaciones de despegue, el portaaviones tenía que encarar el viento y mantener el rumbo, convirtiéndose temporalmente en un blanco fácil para cualquier submarino enemigo que estuviese acechando. Y eso fue precisamente lo que ocurrió. El Albacore, un sumergible estadounidense de la clase Gato, había descubierto la fuerza de portaaviones japonesa y se había aproximado hasta una distancia de 2,5 millas del Taihō. En ese momento su comandante, el capitán de corbeta J.W. Blanchard, ordenó el lanzamiento de una salva completa de seis torpedos contra el buque.

Mientras tanto, el alférez Komatsu había completado su ascenso en espiral y esperaba a que despegase el resto de la fuerza de ataque volando en círculos en torno al área de reagrupamiento, a estribor del Taihō. Al bajar la vista divisó las estelas de los torpedos avanzando en su dirección y dirigiéndose directamente contra el portaaviones. Sin tiempo para pensar, actuando instintivamente, Komatsu se lanzó en picado con su Suisei, tratando de interponerse entre los torpedos y el casco de su buque. El avión se estrelló en el mar justo delante del primero de los torpedos, que estalló al chocar contra los restos del aparato. La maniobra de Komatsu y la explosión llamaron la atención de muchos de los tripulantes del portaaviones. Cuatro de los torpedos restantes fallaron el blanco, pero el Taihō no pudo esquivar el quinto, que impactó contra el buque en la banda de estribor, cerca de la proa. A consecuencia de la explosión, el ascensor de proa (uno de los usados para elevar los aviones desde los hangares hasta la cubierta de vuelo) quedó inutilizado. Aparte de eso los daños no parecían graves. El portaaviones siguió navegando con normalidad, la brecha en el casco fue reparada y las operaciones de despegue pudieron reanudarse apenas media hora después del impacto.

Tres destructores japoneses iniciaron inmediatamente la caza del Albacore. Los norteamericanos escucharon la explosión del torpedo que había alcanzado al portaaviones (solo uno de los seis que habían disparado). Mientras trataban de escapar de las salvas de profundidad que les lanzaban los destructores enemigos, el capitán Blanchard se lamentaba por “haber perdido una oportunidad de oro”. Estaba seguro de que el Taihō había sobrevivido al ataque.

Y así había sido, en un principio. Las operaciones en el Taihō continuaron con normalidad en las horas siguientes, a pesar de que la explosión había roto varios de los conductos que transportaban el combustible de aviación, inundando parcialmente el hueco del ascensor y llenando los hangares de gases inflamables. Algún inexperto oficial de control de daños ordenó activar a plena potencia los sistemas de ventilación con la intención de facilitar la dispersión de los gases. Pero lo que consiguió fue esparcirlos por todo el buque, multiplicando el riesgo de ignición accidental o espontánea. Finalmente, hacia las tres y media de la tarde (más de seis horas después del impacto del torpedo), una gigantesca explosión sacudió el portaaviones. El Taihō literalmente saltó por los aires y se hundió en cuestión de minutos, llevándose consigo a la mayor parte de sus 1.751 tripulantes. Solo hubo un centenar de supervivientes.

La inmolación de Sakio Komatsu no había servido para salvar a su buque. A pesar de ello, el alférez Komatsu se convirtió en un modelo a seguir por los jóvenes pilotos japoneses cuando su historia se hizo pública. Pero en realidad su heroico sacrificio no fue muy diferente del que realizaron la mayor parte de sus compañeros aquel mismo día. El enfrentamiento pasó a la historia con el nombre oficial de Batalla del Mar de Filipinas, aunque los pilotos estadounidenses lo bautizaron burlonamente como “el gran tiro al blanco de las Marianas” (The Great Marianas Turkey Shoot; "turkey shoot", literalmente "tiro al pavo", es el nombre de las casetas de tiro típicas de las ferias norteamericanas). Con aviones desfasados técnicamente y tripulaciones inexpertas, la aviación japonesa fue aniquilada por los modernos cazas de la US Navy, equipados con radar y tripulados por pilotos bien adiestrados. Al finalizar la batalla el arma aeronaval japonesa prácticamente había dejado de existir. Fue el resultado de aquella batalla el que convenció a los mandos de la Marina Imperial de la necesidad de recurrir a los ataques kamikaze como única forma de enfrentarse a la superioridad técnica y numérica del enemigo.

La guerra japonesa del petróleo

El talón de Aquiles de la Marina Imperial japonesa era el petróleo. Japón no contaba con fuentes de energía autóctonas, y sus sobredimensionadas fuerzas armadas (en especial la Marina) precisaban de un petróleo que no tenían, estando obligados además a no descuidar las necesidades de la industria y el transporte civil. El fracaso en sus intentos de asegurarse un suministro estable de combustible fue la causa principal de la derrota japonesa.

Hasta 1941 el suministrador principal de petróleo para la industria y las fuerzas armadas japonesas era Estados Unidos. En julio de 1940 el Congreso norteamericano cortó las exportaciones de gasolina de aviación a Japón. El resto de derivados del petróleo se siguieron recibiendo hasta que el ejército japonés ocupó la Indochina Francesa, en julio del año siguiente. El embargo norteamericano de petróleo fue una de los motivos principales por los que el gobierno japonés optó por lanzar una guerra relámpago para hacerse con las colonias europeas en el sudeste asiático (y entre ellas, los ricos campos petrolíferos de la Indias Orientales Holandesas). El primer paso tenía que ser un ataque por sorpresa a la flota del Pacífico de la U.S. Navy y a las fuerzas estadounidenses en las Filipinas, acabando así con la única potencia que estaba en condiciones de hacer frente a la ofensiva japonesa. Así que, indirectamente, el ataque a Pearl Harbor fue provocado por los propios estadounidenses con sus restricciones a la exportación de petróleo y sus derivados a Japón.

Por lo tanto, paradójicamente, se puede decir que casi hasta el mismo inicio de la guerra contra Estados Unidos, la primera fuente de diesel y combustible bunker (que es como se denomina al combustible usado en motores marinos) de la Marina Imperial fueron los propios Estados Unidos. Las reservas japonesas se agotaron en 1942, lo que les obligó a recurrir al petróleo de los campos recién capturados de lo que hoy son Indonesia y Malasia.

La campaña conjunta de los submarinos de la U.S. Navy y los bombarderos de la USAAF contra el tráfico mercante japonés logró dañar gravemente la capacidad de producción de su industria, reduciendo las importaciones de materiales estratégicos hasta niveles alarmantes. En concreto, el suministro de petróleo del Japón cayó desde 1,75 millones de barriles por mes en Agosto de 1943 a 360.000 en julio del año siguiente, una cifra que suponía tan solo un pequeño porcentaje de la cantidad que la Marina Imperial requería para poder cumplir con todas sus misiones. La falta de buques de transporte, la escasez de combustible y el control enemigo de las rutas de comunicación inmovilizaron a la Marina Imperial, que se vio obligada a ceder la iniciativa a los aliados.

En 1944, a causa de las pérdidas de petroleros provocadas por los ataques de submarinos estadounidenses, el suministro de petróleo desde Sumatra y Borneo se vio casi totalmente interrumpido. Fue entonces cuando los japoneses tuvieron que centrar todos sus esfuerzos en tratar de desarrollar otros combustibles alternativos. Sus frenéticos trabajos para encontrar sustitutos de los hidrocarburos líquidos consiguieron en buena medida resultados satisfactorios, aunque fueron claramente insuficientes.

Cuando el acorazado Yamato zarpó de Tokuyama para lanzar su ataque suicida contra la flota enemiga en aguas de Okinawa, en abril de 1945, sus motores estaban alimentados con aceite de soja refinado. Los químicos japoneses lograron producir combustibles diesel a base de aceites de coco, copra o soja. Hubo intentos de utilizar aceite de raíz de pino, aunque este tenía tendencia a dejar pegajosos depósitos de sedimentos en los motores. También se realizaron experimentos con patatas. Aparte de los biocombustibles, los japoneses hicieron un gran esfuerzo en desarrollar una industria de conversión de carbón en hidrocarburos líquidos, pero los resultados fueron comparativamente insignificantes. No fue mucho mejor la producción de petróleo de esquisto en Corea. Irónicamente, mientras en Japón se veían obligados a convertir el caucho en combustible (el principal productor mundial era Malasia, en poder de los japoneses), al mismo tiempo en Estados Unidos se estaba utilizando petróleo para fabricar caucho sintético.

Pero la falta de petróleo no afectaba solo a la Marina. Si al principio de la guerra cada nuevo motor de aviación era sometido a ocho horas de prueba, la escasez de combustible obligó a los fabricantes de aviones a reducirlas a tan solo dos horas en uno de cada diez motores. Aquellas medidas de ahorro, sumadas a la forzada reducción de horas de vuelo en los entrenamientos, hicieron que en los meses finales de la guerra los nuevos pilotos acabasen destinados a unidades de combate sin haber podido tener una mínima preparación y obligados a tripular aviones de mecánica nada fiable. Durante el último año de la guerra los japoneses tuvieron un relativo éxito en producir combustibles de aviación a base de alcohol etílico obtenido de la fermentación de caña de azúcar o patatas. Cuando las comunicaciones con Filipinas y Formosa se interrumpieron, trataron de sustituir la caña de azúcar por grano de Manchuria. Aquello obligaba a tomar decisiones difíciles sobre las prioridades a la hora de destinar las cosechas a fabricar combustible o a alimentar a la población.