Camuflaje urbano



Lo que se ve en estas imágenes (sin audio) de un noticiario de la época no es otra cosa que el techo de la gigantesca factoría de Boeing en la ciudad de Seattle, el lugar donde se fabricaban las "fortalezas volantes" B-17. Un grupo de diseñadores de decorados de Hollywood lo cubrió de maquetas, a tamaño real o a escala, construidas con madera, cartón y otros materiales, que simulaban casas, calles, automóviles y árboles. Además se contrató a figurantes para que se paseasen por las falsas calles o tomasen el sol en los jardines de cartón piedra. El objetivo era camuflar la fábrica para que desde el aire tuviese el aspecto de un típico barrio suburbano estadounidense.

Lo cierto es que este tipo de medidas de enmascaramiento eran innecesarias. En toda la guerra solo un avión del Eje llegó a sobrevolar territorio continental de los Estados Unidos, el pilotado por el sargento Nobuo Fujita.

Los perros marines de Guam

A finales de 1942 los responsables del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos estaban preocupados por el alto porcentaje de bajas que sufrían sus tropas en la isla de Guadalcanal. Se suponía que los marines eran soldados expertos que habían recibido un entrenamiento específico para la guerra en los trópicos, pero las condiciones del combate en las junglas del Pacífico resultaron ser mucho más duras de lo que nadie había esperado. Además del calor, la humedad, los insectos o las enfermedades, tenían que enfrentarse a un enemigo que sí parecía haberse adaptado bien a la selva (lo cierto es que solo era apariencia), que les hostigaba continuamente con francotiradores, emboscadas y ataques de pequeña intensidad y desaparecía a continuación ocultándose en el interior de la jungla. Entre las medidas que se tomaron para aumentar la seguridad en los campamentos y las patrullas en la selva estuvo la de poner en marcha el primer programa oficial de entrenamiento de perros de guerra del Cuerpo de Marines.

El programa nació en noviembre de 1942, y unas semanas después, en enero de 1943, el primer grupo de trece dobermans estaba ya recibiendo adiestramento en Camp Lejeune, la gran base de entrenamiento de los Marines en Carolina del Norte.

Los perros eran adquiridos por el Cuerpo de Marines o donados por particulares (en este último caso eran devueltos a sus dueños al completar su servicio). La mayor parte eran doberman, ya que se creía que era una raza que se adaptaba mejor que otras al clima tropical, aunque también había algunos pastores alemanes. Cada animal tenía un número de identificación tatuado en la oreja derecha, y en su hoja de servicios figuraba el nombre, la raza, la fecha de nacimiento, la fecha de incorporación y el tipo de formación que habían recibido (podían ser exploradores, mensajeros o entrenados en “trabajos especiales”). Recibían ascensos por antigüedad, como cualquier soldado. Así, a los tres meses de servicio el perro pasaba a ser “soldado de primera clase”, al año era ascendido a “cabo”, a los dos años a “sargento”... hasta que al cabo de cinco años alcanzaba el mayor rango al que podía aspirar un perro, el de “sargento mayor”. Al final de su periodo de servicio, o en el caso de que tuviesen que retirarlo antes de tiempo por motivos médicos, obtenía un certificado acreditativo. Si era expulsado del cuerpo por problemas de conducta, el perro recibía una “baja deshonrosa”.

Marines y perros durante una práctica de desembarco anfibio en Camp Lejeune:


En un principio los Marines recurrieron a adiestradores civiles o de la policía, pero pronto se dieron cuenta de que el entrenamiento convencional no preparaba a los animales para las condiciones de combate. En poco tiempo los civiles fueron sustituidos por auténticos marines. El entrenamiento duraba catorce semanas. En la formación básica los perros aprendían a obedecer órdenes de voz o señales con los brazos. A continuación recibían un entrenamiento especializado según las funciones que fuesen a desarrollar. Los perros mensajeros tenían que transportar mensajes, municiones o suministros médicos. Se les acostumbraba a soportar el sonido de los disparos y las explosiones, para adaptarlos a lo que se iban a encontrar en el campo de batalla. Los perros exploradores eran entrenados para advertir de la proximidad de extraños. Les enseñaban a dar la alerta sin ladridos, para no revelar su posición.

El primer pelotón de perros de guerra fue enviado a Bougainville junto al 2º Batallón Raider. Los pelotones segundo y tercero sirvieron en Guadalcanal, Kwajalein, Eniwetok y Guam. En esta última batalla los perros tuvieron una actuación destacada, acompañando el avance de los infantes, explorando cuevas, detectando minas y trampas explosivas, o como centinelas, vigilando día y noche los campamentos y los cruces de caminos.


De los sesenta perros que desembarcaron en Guam, catorce murieron en combate y otros diez por accidentes, enfermedades tropicales, golpes de calor o agotamiento. En cuanto a sus acompañantes humanos, tan solo un adiestrador murió durante una patrulla. Los veinticuatro perros fueron enterrados en el mismo lugar en el que se dio sepultura a los marines muertos en la batalla, en Asan, el punto de desembarco inicial en la isla. Años más tarde los restos humanos fueron exhumados y enviados de vuelta a Estados Unidos. Las tumbas de los perros, marcadas con pequeñas lápidas blancas, se quedaron allí olvidadas y cubiertas de maleza, hasta que en la década de los 80 una asociación de veteranos de los pelotones caninos comenzó a hacer campaña para recuperarlas. En junio de 1994 los restos fueron trasladados a un nuevo cementerio situado en el interior de la base naval estadounidense de Guam, bautizado oficialmente como Cementerio Nacional de Perros de Guerra. El 21 de julio de 1994, el 50º aniversario del inicio de la batalla, se inauguró un monumento, consistente en una lápida de granito con los nombres de los veinticuatro perros allí enterrados y una estatua de bronce de un doberman, representando a Kurt, el primer perro muerto en acción en la isla. La escultura tiene por título Always Faithful (“siempre fiel”), en referencia al lema del Cuerpo de Marines, semper fidelis. No podían haber encontrado un nombre más apropiado para honrar a a sus camaradas caninos.

Espíritu navideño

En Navidad no todo va a ser buenos deseos, paz y amor. Especialmente en tiempos de guerra.

Por ejemplo, aquí tenemos a Santa Claus convertido en un justiciero vengador, en un anuncio publicitario de la marca de calcetines estadounidense Interwoven (1942):


Los hombres-bomba que trataron de matar a Hitler

El atentado fracasado de Tresckow y Schlabrendorff supuso solo el primero de una serie de intentos de asesinar a Hitler por parte de un numeroso grupo de conspiradores militares que finalizaría con el golpe de estado frustrado del 20 de julio de 1944.

Inmediatamente después de aquella primera intentona, el barón Rudolf von Gersdorff, un primo de Schlabrendorff, se ofreció para acabar con el Führer en un atentado suicida. Solo ocho días más tarde, el 21 de marzo de 1943, estaba prevista la inauguración de una exposición de armamento soviético capturado en el Zeughaus (el antiguo Arsenal de Berlín, convertido en un museo militar). Además de Hitler, asistirían Keitel, Dönitz y Göring y Himmler (es decir, los comandantes supremos de la Wehrmacht, la Kriegsmarine, la Luftwaffe y las SS). La intención de Gersdorff era acudir a la ceremonia con los bolsillos de su guerrera llenos de explosivos, esperar la llegada de Hitler y abrazarse a él, activando las cargas antes de que tuviese tiempo de reaccionar. Pero cuando llegó el momento el Führer pasó a su lado a gran velocidad y rodeado de todo su séquito y no le dio oportunidad de ejecutar su plan. Gersdorff se escondió en los baños del museo, desactivó las bombas y abandonó el lugar sin llamar la atención. Poco después fue destinado al frente oriental. No rompió sus conexiones con el grupo de conspiradores reunido en torno a Tresckow. Fue él quien consiguió los explosivos de fabricación británica que utilizaría Claus von Stauffenberg en el atentado del 20 de julio de 1944. A pesar de su gran implicación en la conjura, ninguno de los arrestados tras el intento de golpe de estado reveló su nombre. Gersdorff fue uno de los pocos que se salvaron incluso de ser detenidos.

En septiembre de 1943 Claus von Stauffenberg asumió la dirección del grupo de conspiradores. Dos meses más tarde, un joven capitán de 24 años, el barón Axel von dem Bussche, se ofreció para realizar un atentado suicida en el cuartel general del Führer en Rastenburg. Bussche se había unido el año anterior a los círculos de resistencia antinazi que se estaban formando en el Grupo de Ejércitos Centro, después de haber sido testigo involuntario del asesinato de miles de civiles en el aeropuerto de Dubno, en Ucrania. A mediados de noviembre estaba prevista la llegada a Rastenburg de los primeros uniformes de invierno para las tropas del frente oriental. Bussche sería uno de los oficiales encargados de mostrar los uniformes a Hitler. Su plan era esconder una granada en sus pantalones y detonarla cuando el Führer se acercase a él. Pero el 16 de noviembre, un día antes del previsto para el atentado, el tren que transportaba los nuevos uniformes fue destruido en un ataque aéreo aliado. La inspección de Hitler se aplazó indefinidamente, y Bussche tuvo que reincorporarse a su unidad en el frente unos días más tarde. Su intención era repetir el intento en febrero de 1944, pero en enero fue herido de gravedad. Fue trasladado al gran complejo de hospitales de las Waffen-SS en Lychen, donde le amputaron una pierna. Los meses que estuvo ingresado le hicieron perder el contacto con el grupo de resistencia, lo que le permitió pasar desapercibido y no ser descubierto tras el fracaso de la operación Walkiria.

Ewald-Heinrich von Kleist-Schmenzin, otro joven oficial de solo 21 años, también descendiente de una aristocrática y adinerada familia prusiana, se presentó voluntario para sustituir a Bussche. Lo hizo con la bendición de su padre, Ewald von Kleist-Schmenzin, un histórico opositor al nazismo. Como en la ocasión anterior, pretendían aprovechar una inspección de uniformes prevista para el 11 de febrero de 1944. Kleist escondería una bomba en su maletín y la haría estallar cuando el Führer se acercase a él. Pero una vez más la inspección fue cancelada en el último momento. Después del atentado del 20 de julio padre e hijo fueron arrestados. Ewald-Heinrich fue enviado al campo de concentración de Ravensbrück. Cuando quedaban pocos días para el final de la guerra le excarcelaron para enviarle a combatir al frente. Fue el último superviviente de todos los que participaron en la operación Walkiria (murió el año pasado). Su padre fue condenado a muerte por el Volksgerichtshof y ahorcado en la prisión de Plötzensee el 9 de abril de 1945.

Un último intento tuvo lugar el 7 de julio de 1944. Su protagonista fue el general del OKH Helmuth Stieff, que se ofreció para matar a Hitler durante una conferencia que se celebró en el castillo de Schloss Klessheim. Pero en el momento de la verdad no encontró la ocasión de detonar la bomba que escondía (o quizá le faltó el valor). Su fracaso empujó a Stauffenberg a intentarlo él mismo. En un principio estaba dispuesto también a inmolarse en una acción suicida, pero sus compañeros de conspiración le convencieron de que su presencia iba a ser necesaria en Berlín tras la muerte del Führer. La historia del atentado del 20 de julio de 1944 ya es sobradamente conocida (o eso creo).

Todas estas tentativas fueron casi idénticas entre sí, no solo por el método elegido, sino también por las características de los hombres que se ofrecieron a llevarlas a cabo. Casi todos ellos eran jóvenes militares de carrera pertenecientes a familias de la nobleza prusiana. Formaban parte de la élite social del Reich alemán. Algunos, como Kleist-Schmenzin, tenían una larga trayectoria de oposición política al nazismo (desde una ideología conservadora), pero otros se unieron a la resistencia solo cuando la brutalidad de la guerra en el este superó todos los límites morales y cuando las primeras grandes derrotas hicieron evidente que Alemania iba a perder la guerra. Las grandes familias de las clases altas prusianas (los junkers) podían sentir desprecio por los nazis, su populismo y su lenguaje revolucionario, pero, salvo honrosas excepciones, en un primer momento apoyaron con entusiasmo sus planes de conquista. Después de todo compartían con ellos el militarismo, el imperialismo y el anticomunismo.

Pese a todo, aquel grupo de hombres consiguió el objetivo que se había propuesto Henning von Tresckow: dejar para la historia el ejemplo de los militares alemanes que se negaron a seguir siendo cómplices de la locura nacionalsocialista y se mostraron dispuestos a sacrificar sus vidas para detenerla.

Operación Relámpago, una cuestión de honor

Henning von Tresckow era un brillante oficial de Estado Mayor, veterano y héroe de la Gran Guerra, descendiente de una tradicional familia de militares prusianos (hijo de un general de caballería y sobrino del mariscal de campo Fedor Von Bock). Era también un destacado miembro de los círculos militares de resistencia clandestina al régimen nazi. Destinado como jefe de operaciones en el Estado Mayor del Grupo de Ejércitos Centro, en el frente ruso, había sido testigo de las atrocidades que se cometían contra civiles y prisioneros por orden directa del Führer, y de las que la Wehrmacht, muy a su pesar, se había convertido en cómplice. Aunque su oposición al nazismo era anterior a la guerra, fueron aquellos crímenes los que le empujaron a tomar la decisión de hacer lo que estuviese en su mano para limpiar el honor del Ejército alemán. Y para él solo había una forma de conseguirlo. Con el tiempo Tresckow logró reunir en torno suyo a un grupo de oficiales de confianza, entre los que destacaba su primo y ayudante de campo, el joven teniente Fabian von Schlabrendorff, y con su ayuda comenzó a planificar el asesinato de Hitler.

Los conspiradores pretendían atentar contra el Führer aprovechando una de sus visitas al cuartel general del Grupo de Ejércitos Centro. En un primer momento pensaron en hacerlo “a la brava”: reunirían un grupo suficiente de hombres y esperarían a que Hitler aterrizase en el aeródromo para enfrentarse a tiros a su guardia personal y matarle allí mismo. Pero las dudas sobre la actitud que tomarían sus superiores ante aquella acción les llevaron a descartar el ataque directo y optar por un método menos arriesgado. Se decidieron por un atentado con explosivos. Colocarían una bomba en el avión de Hitler, preparada para estallar durante el vuelo de regreso.

El avión personal del Führer era un Focke-Wulf Condor especialmente modificado para aumentar la seguridad del pasajero principal. La cabina de Hitler estaba acorazada y su asiento tenía incorporado un paracaídas. Pero aquellas medidas no le habrían servido de mucho en caso de una explosión inesperada en pleno vuelo. Sus posibilidades de sobrevivir habrían sido casi nulas.

Tresckow y Schlabrendorff probaron varios tipos de minas y explosivos buscando los que mejor se adaptasen a su plan. Eligieron finalmente unos explosivos plásticos británicos con sus correspondientes detonadores, procedentes del material capturado que el SOE enviaba a los grupos de resistencia en los territorios ocupados. Eran potentes y al mismo tiempo moldeables y de poco volumen, de forma que la cantidad de explosivo que se podía meter en un paquete que no llamase la atención sería suficiente para hacer pedazos el Condor.

Al fin llegó el día que esperaban. El 13 de marzo de 1943 se anunció una visita de Hitler al cuartel general del Grupo de Ejércitos Centro, en Smolensko. Unas horas antes de su llegada, Tresckow y Schlabrendorff llenaron cuatro minas lapa con los explosivos británicos y les añadieron un detonador tipo lápiz con temporizador de media hora. A continuación metieron todo en un paquete que simulaba contener dos botellas de licor. Tresckow fue uno de los oficiales que acudieron aquella mañana a recibir al Führer al aeródromo. Allí se encontró con una desagradable sorpresa: en la pista aterrizaron dos Focke-Wulf idénticos. El Führer iba acompañado de un séquito tan numeroso (oficiales de Estado Mayor, guardaespaldas, asistentes, sus propios cocineros...) que necesitaban más de un avión para trasladarse. Antes de introducir la bomba iban a tener que asegurarse de que lo harían en el aparato correcto.

La visita duró apenas unas horas, casi el tiempo justo para celebrar una conferencia en el cuartel general. Después de la comida Hitler y sus acompañantes se dispusieron a regresar al campo de aviación. Tresckow se dirigió a uno de los asistentes del Führer, el coronel Heinz Brandt, y aparentando una charla de cortesía logró que este le confirmase que iba a volar junto a Hitler. Tresckow le preguntó entonces si podría llevar un paquete a Rastenburg, el cuartel general del Führer en Prusia Oriental. Explicó que se trataba de unas botellas de licor para su amigo el coronel Stieff. Aunque sabía que se estaban saltando el reglamento, Brandt aceptó, como un favor personal.

Tresckow acompañó a la comitiva hasta el aeródromo y allí vio subir a Hitler a su Focke-Wulf. Justo antes de que lo hiciese Brandt, Schlabrendorff activó el detonador y le entregó el paquete. Los aviones despegaron y pusieron rumbo al oeste acompañados por una escolta de cazas. Tresckow y Schlabrendorff regresaron al cuartel general a esperar acontecimientos.

Unas horas después recibieron la noticia de que el Führer había aterrizado sin novedad en Rastenburg. Algo había fallado. Tratando de aparentar tranquilidad, Tresckow telefoneó a Brandt para preguntarle si había entregado las botellas al coronel Stieff. Respiró aliviado cuando Brandt respondió que aún no había tenido tiempo de hacerlo. Entonces le explicó que por error le habían dado un paquete equivocado, y que Schlabrendorff se pasaría a recogerlo aprovechando un viaje que tenía que hacer a Berlín. Schlabrendorff llegó a Rastenburg con dos botellas auténticas de Cointreau y se las dio a Brandt a cambio del primer paquete. Recuperó así la prueba que les incriminaba sin que el coronel Brandt llegase a sospechar nada. En el tren en el que se dirigía a Berlín, Schlabrendorff deshizo el paquete y examinó la bomba. El fusible que accionaba el detonador había fallado. Es posible que la causa fuese el frío del compartimento de equipajes del avión.

Hitler nunca se enteró de lo cerca que había estado de la muerte aquel día de marzo de 1943. Más de un año más tarde, el 20 de julio de 1944, uno de los oficiales que habían pertenecido al círculo de conspiradores de Tresckow, el coronel Claus von Stauffenberg, trató de asesinar a Hitler con una bomba en su cuartel general de Rastenburg. El Führer sobrevivió al atentado, condenando al fracaso el golpe de estado militar que se debía poner en marcha tras el anuncio de su muerte (la operación Walkiria). Al día siguiente Tresckow se suicidó con una granada de mano, simulando un ataque de partisanos soviéticos, cerca de Białystok, en la región fronteriza entre Bielorrusia y Polonia. Unas semanas más tarde las investigaciones de la operación Walkiria descubrieron sus conexiones con los conjurados. La muerte no le iba a librar del castigo. Por orden de Hitler sus restos fueron desenterrados del panteón familiar e incinerados en el campo de concentración de Sachsenhausen. En aplicación del Sippenhaftung, el principio legal por el que la responsabilidad penal de alguien acusado de crímenes contra el Estado se extendía a sus familiares, su viuda y sus hijos fueron detenidos y encarcelados, aunque sobrevivieron a la guerra. Fabian von Schlabrendorff fue también arrestado y torturado. Juzgado por el Volksgerichtshof ("Tribunal del Pueblo"), presidido por el sádico juez Roland Freisler, se enfrentaba a una casi segura pena de muerte. Pese a ello mantuvo una actitud altiva y desafiante. El 3 de febrero de 1945, durante la audiencia, Freisler le dijo que le iba a mandar "directo al infierno". Schlabrendorff respondió: "Con gusto le permitiré ir delante".

Y fue delante. El juicio fue interrumpido por un ataque aéreo y el tribunal de justicia fue alcanzado por una bomba antes de se completase su evacuación. Entre los escombros se encontró el cadáver de Freisler. Su sucesor, menos fanático, absolvió a Schlabrendorff por falta de pruebas. Pero no le pusieron en libertad. Schlabrendorff permaneció prisionero en un campo de concentración hasta el final de la guerra.

The Wall y la batalla de Anzio

Gracias al blog amigo La tinaja de Diógenes me he enterado de que el pasado domingo se cumplieron treinta y cinco años de la publicación en el Reino Unido del disco The Wall, del grupo de rock británico Pink Floyd.

The Wall (“El muro”) es un disco conceptual de rock progresivo, compuesto en su mayor parte por el bajista y líder intelectual de Pink Floyd (al menos lo era en aquellos años), Roger Waters. Tuvo un gran éxito, convirtiéndose en uno de los discos más vendidos de todos los tiempos, y actualmente está considerado como una de las obras cumbre de la historia del rock. En 1982 se estrenó Pink Floyd – The Wall, una película dirigida por Alan Parker y protagonizada por Bob Geldof, otro conocido rockero británico. El guión era del propio Roger Waters, y, aparte de algún pequeño añadido, consistía básicamente en poner imágenes (tanto reales como animaciones) a la música y a la historia que se contaba en el disco. A pesar de su lenguaje metafórico y de los continuos episodios oníricos, pienso que no es difícil seguir el argumento, incluso sin saber ingles. Relata la vida de un músico de rock llamado Pink, de su viaje a la locura y su liberación final.

¿Y qué relación puede haber entre la Segunda Guerra Mundial (tema habitual de este blog) y una historia de conflictos internos y dudas existenciales de una estrella del rock?

Pues bien, este es un fragmento de la película:



La muerte en la guerra del padre de Pink cuando él tenía apenas unos meses de vida fue el primer ladrillo de su muro personal, utilizando la metáfora que se repite a lo largo de toda la obra. El trauma de crecer sin figura paterna y el odio hacia la sociedad que fue surgiendo en él (causado por la insensibilidad con la que el alto mando decidió sacrificar la vida de su padre y por la hipocresía de los mensajes de condolencia que recibió su madre) marcaron su personalidad adulta y le empujaron a un camino de autodestrucción.

Pink es Roger Waters. No al cien por cien, pero al menos en parte la historia que relata en The Wall es una autobiografía. Y así es en este punto en concreto. Roger Waters tenía cinco meses cuando su padre, el alférez Eric Fletcher Waters, murió en combate en Anzio, Italia, el 18 de febrero de 1944.

La batalla de Anzio fue un intento aliado de flanquear la Línea Gustav, la red de fortificaciones alemanas que atravesaba la península italiana del Tirreno al Adriático e impedía el avance hacia Roma de las fuerzas desembarcadas en el sur del país. El 22 de enero de 1944 una división británica y otra estadounidense desembarcaron en Anzio, al norte de la línea defensiva alemana y a tan solo cincuenta kilómetros de Roma. Pero la resistencia enemiga fue mucho más fuerte de lo previsto, y decenas de miles de soldados aliados se quedaron atrapados durante meses en una pequeña franja de terreno con el mar a sus espaldas, incapaces de romper el cerco.

El alférez Waters era uno de los oficiales de la compañía Z del 8º Batallón de los Royal Fusiliers, integrado en la 56ª División de Infantería británica. En febrero de 1944 su división fue desplegada en la cabeza de playa de Anzio para relevar a las agotadas tropas de la 1ª División de Infantería. El 17 de febrero los alemanes lanzaron un fuerte contraataque al norte de las posiciones aliadas, obligando a los británicos a retroceder hasta cinco kilómetros en algunos puntos. Al día siguiente la ofensiva llegó a las posiciones que cubría la compañía Z. La unidad de Waters fue rodeada por tropas de élite de la 4ª División Fallschirmjäger (paracaidistas). El 19 de febrero los aliados repelieron el ataque y recuperaron el terreno perdido. Pero ya era demasiado tarde para la compañía Z, que había sido aniquilada casi por completo. Entre los muertos estaba el alférez Eric Waters, el padre de Roger.

Las secuencias con las que se recrea la batalla en la película son históricamente inexactas. En primer lugar hay que decir que la intención sí era representar la batalla de Anzio, y en concreto la fase de la lucha en la que murió el padre de Roger Waters. La prueba está en la placa que aparece fugazmente en la iglesia y en la que se lee: "En honor de los oficiales, suboficiales y hombres del 8º/9º Batallón de los Fusileros Reales que dieron sus vidas en la Segunda Guerra Mundial en Anzio" (minuto 4'25). Dicho esto, las escenas de soldados británicos desembarcando en vehículos anfibios en medio de un mortífero fuego de artillería (esto no se ve en el fragmento que he puesto, está en las secuencias inmediatamente anteriores), los combates en las playas, las trincheras, los globos cautivos... todo eso es ficción. Los aliados controlaban el puerto de Anzio, y era allí donde se efectuaban los desembarcos de tropas, directamente en los muelles desde los buques de transporte. No hubo asaltos anfibios en aquella fase de la batalla. De hecho, en realidad eran los alemanes los que en aquellos momentos estaban atacando las posiciones británicas. Además, el 8º Batallón de los Royal Fusiliers había sido desplegado varios kilómetros tierra adentro, lejos de la costa. Hay algunos detalles que chirrían un poco, como que en 1944 un Stuka se aventurase a atacar una cabeza de playa protegida con artillería antiaérea, pero podemos suponer que no era del todo imposible.

No me gustaría que se entendiese esto como una crítica, sino como una curiosidad que nos sirve para conocer un poco más cómo se desarrolló esta batalla en concreto. Siempre estaré a favor de la libertad de los artistas para representar a su gusto los hechos que quieren narrar, sin la obligación de ceñirse a la realidad histórica. Quien quiera conocer en profundidad un episodio histórico lo último que debería hacer es documentarse en una película musical, así que tampoco veo mucho sentido a las exigencias de rigurosidad.

Pero, sobre todo, esto me ha servido de excusa para poner un poco de buena música.

Hitler ensayando ante el espejo

Que Adolf Hitler era un extraordinario orador es algo que nadie puede negar. Su presencia escénica y la gran fuerza de su oratoria jugaron un papel importante en su ascenso al poder. Lo que no es tan conocido es lo poco que dejaba a la improvisación en sus actos públicos. Hacia 1927 el fotógrafo Heinrich Hoffmann captó estas imágenes de Hitler ensayando poses. La meticulosa revisión de aquellas fotografías le servían para adoptar o descartar los gestos que practicaba ante el espejo. Hasta el más mínimo ademán que utilizaba en sus discursos estaba preparado de antemano.



Hitler nunca tuvo intención de que estas fotografías se hiciesen públicas. Después de utilizarlas en los ensayos de sus discursos las destruía y pedía a Hoffmann que hiciese lo mismo con los negativos. Pero el fotógrafo no siguió sus instrucciones, y después de la guerra dio a conocer nueve de aquellas imágenes que había mantenido ocultas durante un cuarto de siglo.

Heinrich Hoffmann fue el fotógrafo personal de Hitler desde 1921 hasta la muerte del Führer en 1945. Era además uno de sus pocos amigos íntimos (fue él quien le presentó a Eva Braun, una muchacha que trabajaba como ayudante en su estudio). Ganó una fortuna con los derechos de sus fotografías, entre las que se incluían, por ejemplo, las efigies de Hitler utilizadas en los sellos de correos. En 1946 fue condenado a cuatro años de prisión por su trabajo como propagandista del régimen nazi. Murió en Munich en 1957, a los 72 años, dejando para la posteridad un legado de decenas de miles de fotografías y retratos de los dirigentes de la Alemania nacionalsocialista.

Más fotos, aquí:
http://rarehistoricalphotos.com/hitler-rehearsing-speech-front-mirror-1925/


Marianne Kürchner, ejecutada por contar un chiste

En la primera mitad de 1943 gran parte de la población alemana comenzó a ser consciente de que Hitler estaba conduciendo a su país al desastre. En Rusia, la derrota de Stalingrado había supuesto un punto de inflexión en la guerra. Los soviéticos habían pasado a la ofensiva, que ya no detendrían hasta llegar a Berlín. En el Mediterráneo los restos del Afrika Korps capitulaban en Túnez, con la débil Italia de Mussolini en el punto de mira de los aliados. Y dentro del propio Reich, los civiles veían cómo los bombardeos aéreos se repetían con una frecuencia cada vez mayor, sin que aparentemente la Luftwaffe pudiese hacer nada para impedirlos.

A pesar del esfuerzo propagandístico del régimen, no se podía ocultar que la guerra empezaba a ir muy mal para los alemanes. Fue entonces cuando Hitler trató de frenar el derrotismo endureciendo las leyes contra el que consideraba “enemigo interior”. Se intensificó la persecución contra los que se atrevían a expresar en voz alta sus críticas o a hacer comentarios burlones sobre los dirigentes nazis o sobre la marcha de la guerra. La ley contemplaba diversas penas, que en algunas ocasiones podían llegar a la pena de muerte, para quien públicamente contribuyese a “socavar la voluntad nacional” o incitase a los militares al incumplimiento del deber. Era una ley intencionadamente ambigua que en la práctica dejaba en manos de los jueces la decisión de castigar con mayor o menor severidad un chiste o un comentario derrotista. Muchos acusados se libraron con una advertencia, otros fueron condenados a pasar una temporada en un campo de “reeducación”. Solo en casos extremos se decretaban penas más graves, aunque a medida que la derrota se iba viendo cada vez más próxima, los castigos se fueron endureciendo progresivamente.

Rudolph Herzog relata un caso trágico en su libro Heil Hitler, el cerdo está muerto, dedicado al humor en el Tercer Reich. Marianne Elise Kürchner era una joven viuda de guerra de origen checo que trabajaba en una fábrica de municiones situada en el distrito berlinés de Mariendorf. Un día, durante el trabajo, cometió el error de contar un chiste a uno de sus compañeros:

Hitler y Göring están en lo alto de la torre de radiodifusión de Berlín. Hitler dice “Habría que darles una alegría a los berlineses”, a lo que Göring contesta: “¡Entonces, salta desde la torre!”

Aquella ingenua broma le costaría muy cara. Su compañero de trabajo, quizá por miedo a que alguien más la hubiese escuchado, o puede que por convicción ideológica o para ganar puntos ante los nazis, la denunció a las autoridades. Marianne fue detenida y acusada de derrotismo. El caso fue remitido al Volksgerichtshof, el temido “Tribunal del Pueblo” encargado de juzgar los delitos políticos, presidido por el sádico juez Roland Freisler, famoso por su crueldad y por el trato burlón y despectivo que daba a los acusados durante los procesos.

En el juicio Marianne admitió haber contado el chiste, pero alegó que en el momento en el que lo hizo estaba muy afectada por la reciente pérdida de su marido en el frente y no actuaba de forma racional. El tribunal no tuvo piedad. El 26 de junio de 1943 el Volksgerichtshof dictó sentencia: «La señora Marianne Kürchner, en su condición de viuda alemana de guerra, ha intentado socavar nuestra sólida moral de defensa y nuestro trabajo eficiente en aras de la victoria en una fábrica de armas haciendo uso de palabras malévolas contra el Führer y el pueblo alemán, expresando con ello el deseo de que perdamos la guerra. Por eso, y debido a que se ha comportado como una checa, aunque es alemana, se ha situado al margen de nuestra comunidad patriótica. Ha perdido el honor para siempre y por lo tanto es condenada a muerte». El hecho de ser viuda de guerra no le ayudó en nada. Por el contrario, fue considerado un agravante, ya que el tribunal estimó que con su comportamiento Marianne también había manchado la memoria de su esposo.

Pocos días más tarde Marianne Elise Kürchner fue guillotinada.

En el libro de Herzog se identifica a la acusada solo como Marianne Elise K.
Su nombre completo lo he encontrado aquí:
http://www.executedtoday.com/2012/06/26/1943-marianne-elise-kurchner-condemned-for-a-joke/


Kazuro Shimizu, la historia de un Dragón Acechante

Kazuro Shimizu era el cuarto hijo de unos modestos agricultores que vivían en una zona rural de la prefectura de Nagano, en el centro de Honshu. Un día de 1943, cuando tenía 15 años, los profesores de su escuela reunieron a los alumnos en el gimnasio para escuchar una charla de un oficial del Ejército. El militar les habló de la difícil situación de su país y de los sacrificios a los que la guerra obligaba a todos los japoneses. A continuación pidió voluntarios para alistarse. Los profesores enviaron a los chicos de vuelta a las aulas y allí escogieron a los “voluntarios”. Según Shimizu, los maestros aprovecharon la ocasión para deshacerse de sus alumnos más problemáticos. Él no temió ser uno de los elegidos, ya que era el estudiante más destacado de su clase. Y no se equivocaba, pero uno de los que sí fueron seleccionados, un muchacho huérfano, le pidió que intercediese por él. Shimizu rogó al maestro que dejase marchar a su compañero. La forma en la que el hombre ignoró sus súplicas le enfureció y le llevó a plantear lo que él creía que era una amenaza: “Pues entonces me alistaré yo en su lugar”. Ante su sorpresa, el maestro aceptó la propuesta.

Como era un buen estudiante, tras un periodo de instrucción básica Shimizu fue destinado a la élite de las fuerzas armadas japonesas, la aviación naval. En septiembre de 1944 ingresó en la Academia Aeronaval Yokaren, en Tsuchiura, al norte de Tokio. En marzo de 1945 se canceló repentinamente toda la parte teórica de su preparación y en su lugar aumentaron los ejercicios prácticos y las maniobras. Todo parecía indicar que iban a ser desplegados de forma inminente. Pero en lugar de ello los reclutas fueron trasladados a las montañas de Tsukuba para recoger raíces de pino con las que fabricar biocombustible. A aquellas alturas de la guerra los japoneses tenían tal necesidad de petróleo que tuvieron que recurrir a cualquier medio a su alcance para conseguir sustitutos. Por entonces los ataques aéreos eran casi continuos. Los cuarteles de Tsuchiura fueron destruidos en un bombardeo, y seis compañeros de Shimizu murieron ametrallados por aviones estadounidenses mientras recogían raíces. La impunidad con la que actuaba la aviación enemiga le llevó a tomar una decisión drástica. Convencido de que también él iba a morir en cualquier momento, quiso que al menos su muerte tuviese alguna utilidad. Así que cuando pidieron voluntarios para el Cuerpo de Ataque Especial, el nombre que la Marina Imperial daba a sus unidades “kamikaze”, Shimizu dio un paso al frente.

Shimizu pensaba que se había alistado en una unidad kamikaze de ataque aéreo. Solo supo la verdad cuando llegó al centro de entrenamiento situado en Yokosuka, en la bahía de Tokio. Allí les explicaron que estaban en una unidad secreta de buceadores conocida con el nombre de Fukuryu (algo así como “dragón acechante” o "dragón agazapado"), que se estaba preparando para hacer frente a los previstos desembarcos estadounidenses en el sur de Kyushu, la isla más meridional del archipiélago japonés. Cuando comenzase el ataque los buzos Fukuryu esperarían sumergidos en aguas poco profundas, cerca de la costa, armados con cargas explosivas unidas a largas pértigas de bambú y preparados para hacerlas detonar en el momento en que los barcos de desembarco enemigos pasasen sobre ellos. A comienzos de julio de 1945 comenzaron los entrenamientos. Al principio consistían en inmersiones en vertical de hasta 8 metros. Más tarde les enseñaron a caminar sobre el lecho marino.

Para ponerse y quitarse el equipo de buceo necesitaban la ayuda de varios compañeros. El casco iba fijado al traje con tornillos. No llevaban botellas de oxígeno. En su lugar, para depurar el aire utilizaban un ingenioso y peligroso sistema a base de sosa cáustica. El aire viciado iba por un tubo hasta un tanque metálico que llevaban a la espalda. Cuando el dióxido de carbono reaccionaba con la lejía de sosa, esta se transformaba en carbonato de sodio y liberaba oxígeno, que era conducido por otro tubo hasta la nariz del buzo. El peso total del equipo era de 38 kilogramos, a los que había que sumarles otros 15 de la pértiga con la carga explosiva. En el fondo marino tenían que aprender a caminar adoptando una postura determinada, 10 o 15 grados inclinados hacia delante, para evitar caer de espaldas por el peso del tanque. Los accidentes durante los entrenamientos eran muy frecuentes. Tenían que mantener la calma en cualquier circunstancia y concentrarse en la respiración, aspirando siempre por la nariz. Si no lo hacían podían quedarse sin oxígeno y llegar a perder el conocimiento. A veces, a causa de una soldadura defectuosa, el agua de mar se filtraba dentro del tanque de lejía de sosa y reaccionaba con ella, produciendo una mezcla que al ser aspirada corroía los órganos respiratorios. Cuando eso ocurría el desdichado buzo moría tras una terrible agonía. Mientras permanecían sumergidos estaban siempre unidos con una soga a un bote en la superficie. Cuando se destensaba era señal de que había problemas y todos tiraban de ella para izar a su compañero. Muchas veces era demasiado tarde. En ocasiones la cuerda se soltaba y el buzo se quedaba atrapado en el fondo marino. Decenas de jóvenes murieron en las prácticas. Otros muchos lograron sobrevivir a los accidentes, pero sufrieron daños cerebrales irreversibles.

Pasaban los días y la vida en el campamento transcurría en medio de una terrorífica monotonía. Shimizu se iba a dormir cada noche pensando que el día siguiente podía ser el último. Llegó a envidiar a los kamikazes aéreos, a los que al menos les esperaba una muerte que a él le parecía épica, estrellándose contra los buques enemigos con sus aviones. A ellos, en cambio, incluso sus propios instructores les explicaban que estaban condenados y que sus posibilidades de éxito (no de sobrevivir, que se daba por hecho que era imposible, sino de morir causando daño al enemigo) eran casi inexistentes. Más que el miedo a la muerte, a Shimizu le torturaban las dudas sobre el sentido que tenía sacrificar tan inútilmente su vida.

El 15 de agosto de 1945 les reunieron a todos para escuchar una emisión de radio. En ella el Emperador anunció el fin de la guerra, pero, al igual que la mayoría de los japoneses, Shimizu y sus compañeros no se enteraron hasta varios días más tarde. Entre la mala calidad de la señal y el lenguaje arcaico que utilizó el Emperador, fueron muy pocos los que pudieron entender su mensaje. Shimizu supuso que les estaba animando a continuar con la lucha. Volvieron a sus entrenamientos como si nada hubiese cambiado. Sin saber que se había decretado el alto el fuego, en los días posteriores algunos otros jóvenes murieron en accidentes durante las prácticas. Al fin el 20 de agosto les hicieron guardar su equipo y quemar todos los documentos de la unidad, y el 25 les ordenaron regresar a sus casas. Solo entonces se enteraron de que la guerra había terminado. Shimizu no se sintió triste ni humillado por la derrota. Lo único que sintió fue alivio.

Cuando volvió a su pueblo se alegró al saber que todos sus familiares habían sobrevivido a la guerra, incluyendo a dos hermanos suyos que regresaron del frente. La vieja escuela había sido convertida en una fábrica de guerra, donde tuvieron que trabajar los estudiantes que no fueron reclutados. Shimizu llegó a sentir odio hacia sus maestros, que les habían enviado a la muerte sin mostrar el más mínimo remordimiento. Durante mucho tiempo guardó el secreto sobre su pertenencia a un Cuerpo Especial y sobre las experiencias traumáticas que había tenido que vivir. En los años posteriores intentó suicidarse en un par de ocasiones.

Entrevista a Kazuro Shimizu (en inglés o húngaro):
http://interjapanmagazin.com/fukuryu-the-secret-unit-of-the-japanese-special-offensive-corps-lurking-dragons-3/


John Cairncross, el quinto de Cambridge

“Los Cinco de Cambridge” es el nombre por el que se conoce a una de las redes de espionaje más famosas de la historia. Todos sus miembros fueron reclutados por el NKVD (el antiguo nombre del KGB) en la década de los 30, cuando eran estudiantes de la Universidad de Cambridge, y durante quince años se dedicaron a hacer carrera en los servicios de inteligencia o diplomáticos británicos, alcanzando puestos de la más alta responsabilidad desde los que actuaban como topos de Moscú. Cuando se desarticuló la red, en 1951, Kim Philby ocupaba el cargo de agente de enlace entre el servicio secreto británico y la CIA estadounidense, y muchos le veían como un futuro jefe de los servicios de inteligencia de su país, mientras que Guy Burgess y Donald Maclean eran altos funcionarios del Foreign Office. Un cuarto miembro, un profesor de Bellas Artes llamado Anthony Blunt, no fue descubierto en un primer momento, y de hecho su nombre no se dio a conocer al público hasta 1979, solo cuatro años antes de su muerte (le benefició ser asesor de arte de la reina de Inglaterra y una persona muy cercana a la familia real).

Durante mucho tiempo se ha especulado sobre la identidad del “quinto de Cambridge”, aunque en realidad no hay demasiado misterio. Él mismo confesó en 1951, su testimonio sería corroborado por las declaraciones de Blunt en 1964 y por las del desertor del KGB Oleg Gordievski en 1985, y la confirmación definitiva llegaría con la desclasificación de los archivos soviéticos en la década de los 90. Aun así, sigue siendo un personaje discutido, probablemente porque su caso era especial: había conocido al grupo en su época de estudiante en Cambridge, compartió con ellos los mismos agentes de enlace soviéticos durante los años que fue un agente activo, y fue descubierto a raíz de la caída del resto de la red, pero en realidad nunca formó parte de ella. La suya era más bien una guerra en solitario. Y sin embargo, y a pesar de ser el menos famoso de todos, fue el que más habilidad demostró infiltrándose en diversos organismos y centros de poder y consiguiendo información de la mayor importancia para Moscú.


John Cairncross era un escocés de origen modesto, uno de los ocho hijos de una maestra de escuela y el empleado de una ferretería. Seguramente por eso su relación con los otros componentes de la red fue siempre distante, y en ocasiones hostil. En el elitista Trinity College de Cambridge él no era más que un estudiante becado, mientras que los demás provenían de importantes familias aristocráticas (serían comunistas, pero hasta ciertos límites). Cairncross estuvo un año estudiando en París con una beca de la Universidad de La Sorbona, y parece que fue allí donde abrazó el comunismo. A su regreso aceptó colaborar con el NKVD, pero no fue captado por Theodor Maly, el agente que reclutó al resto del grupo, sino por un colaborador de segunda fila de la célula comunista de Cambridge llamado James Klugmann (hasta en eso se notaban las clases). En 1936, tras acabar sus estudios de literatura francesa y alemana, se presentó a las oposiciones para entrar en el civil service, consiguiendo la mejor nota de su promoción. Comenzó a trabajar en el Foreign Office y durante un tiempo estuvo entregando a la inteligencia soviética información de poca trascendencia. Más tarde pidió un traslado al Departamento del Tesoro y el NKVD se olvidó de él. Hasta 1940, con Gran Bretaña ya en guerra contra Alemania, cuando se convirtió en secretario particular de Lord Hankey, ministro sin cartera y asesor de los gobiernos de Chamberlain y Churchill. Por sus manos comenzaron a pasar documentos de la mayor importancia, y fue entonces cuando el servicio secreto soviético decidió despertar a su agente “dormido”. Las informaciones más valiosas que consiguió en esa época fueron las referidas al funcionamiento de la parte británica del comité anglo-soviético encargado de coordinar el envío de material bélico a la URSS. Su nombre en clave para la inteligencia soviética era “Carelio”.

En marzo de 1942 Moscú le pidió que solicitase su traslado a Bletchley Park, el centro secreto encargado de la descodificación de las radiocomunicaciones alemanas. El gobierno británico compartía con la URSS por los canales oficiales parte de la información que se obtenía de la desencriptación de la Enigma, pero Stalin desconfiaba de sus aliados (tratándose de Stalin no es ninguna sorpresa) y quería tener acceso a los mensajes originales. Aunque los británicos no explicaban por qué medio conseguían la información (lo que implicaba, entre otras cosas, no entregar directamente las transcripciones de las comunicaciones alemanas), para la inteligencia soviética no era un secreto la existencia de Bletchley Park ni el trabajo que se realizaba allí. Cairncross fue destinado al grupo encargado del análisis de las comunicaciones de la Luftwaffe. Durante meses, al terminar la jornada, escondía en sus pantalones las transcripciones que tenía que destruir y las entregaba en Londres a su contacto del NKVD. En los primeros meses de 1943 consiguió sus informaciones más valiosas: la situación de los aeródromos alemanes en la URSS y el despliegue de las escuadrillas de la Luftwaffe durante los preparativos de la operación Citadelle. Aquella fue la última gran ofensiva alemana en el frente oriental, y su fracaso (con la derrota en la batalla de Kursk) supuso un punto de inflexión en la guerra. Los analistas británicos habían proporcionado a los soviéticos informes detallando los planes alemanes, pero gracias al Carelio la Stavka pudo disponer además de las transcripciones originales de las comunicaciones enemigas. Los soviéticos reconocieron su trabajo concediéndole la Orden de la Bandera Roja. No le entregaron la condecoración físicamente (como es lógico), pero Cairncross se emocionó cuando su agente de enlace se la mostró en una de sus reuniones en un parque de Londres. Poco más tarde pidió permiso a sus superiores en el NKVD para abandonar Blethcley Park. Estuvo unos años destinado en puestos de poca relevancia, hasta que en 1948 le concedieron un destino en la sección del Departamento del Tesoro encargada de las industrias de defensa, lo que le convirtió de nuevo en uno de los agentes soviéticos más valiosos de todos los que operaban en Gran Bretaña.

Tras el descubrimiento de la red de Cambridge y la huida a la URSS de Philby, Burgess y Maclean en 1951, el MI5 descubrió en un registro en la casa de Guy Burgess una nota manuscrita de Cairncross. Aquello le colocó en el punto de mira de la contrainteligencia británica, aunque lo cierto es que Cairncross tenía que ser un sospechoso evidente, compañero de estudios del resto del grupo y comunista en su juventud. Fue sometido a varios interrogatorios, pero los servicios de espionaje británicos no pudieron conseguir pruebas contra él. Finalmente aceptó confesar a cambio de inmunidad, en un acuerdo que posiblemente incluyese alguna otra condición que hoy todavía se desconoce (no deja de ser sorprendente lo bien librado que salió). Nunca fue procesado, aunque perdió su trabajo para la Administración. Consiguió un puesto como profesor de literatura en una pequeña universidad de Estados Unidos. Allí vivió sin que nadie le molestase, dedicado a la enseñanza, e incluso llegó a escribir varios libros sobre literatura francesa del siglo XVII. Más tarde se trasladó a Italia para trabajar como traductor para la ONU. En 1979, cuando vivía en Roma, fue descubierto por un periodista e hizo una confesión pública de su pasado como agente soviético. Al jubilarse se retiró al sur de Francia. Regresó a Gran Bretaña en 1995, poco antes de morir.

John Cairncross era un hombre comprometido con sus ideales. Nunca pidió nada a los soviéticos a cambio de sus servicios. Era muy inteligente y tenía una gran cultura, pero también era de trato difícil, desagradable, con una memoria horrible que desesperaba a sus enlaces del KGB: olvidaba el lugar o la fecha de las citas, y cuando las recordaba era incapaz de llegar puntual a ninguna; siempre aparecía con al menos media hora de retraso (y estar media hora esperando a alguien en algún sitio público puede poner nervioso al espía más avezado). Además era un hombre de una torpeza increíble. Los soviéticos le dieron varias veces cámaras para fotografiar documentos e intentaron enseñarle a utilizarlas, pero nunca fue capaz de hacer una sola fotografía decente.

Yuri Modin, su enlace entre 1944 y 1947, cuenta en su libro Mis camaradas de Cambridge que en una ocasión el KGB decidió que el método más seguro para reunirse con el Carelio era circulando con un automóvil por las calles de Londres, así que dieron dinero a Cairncross para que se comprase uno. Él lo aceptó sin decir nada, pero pasaban los meses y Cairncross seguía acudiendo a sus citas andando. Finalmente el agente soviético le preguntó por el coche. Explicó que ya lo había comprado, pero que no había conseguido aprobar el examen para el permiso de conducir (“es que me hago un lío con los pedales”). Por fin un día apareció con su flamante automóvil. Modin subió al asiento del acompañante, se pusieron en marcha y de repente el coche se paró en medio de un cruce. Cairncross estuvo tratando de arrancarlo sin éxito durante unos minutos. En ese momento se acercó un agente de policía y pidió al conductor que se bajase. Cairncross salió del coche con su documentación en la mano, el agente le ignoró, se sentó en el asiento, echó un vistazo al salpicadero, pulsó un botón, arrancó el coche tras un par de intentos y lo movió fuera del cruce. Cuando Cairncross llegó junto a él, el policía le reprochó: “Cuando el motor de su vehículo esté ya caliente debe quitar el estárter, de lo contrario el motor se ahoga ¡Debería saberlo!”.

Para Modin aquel fue su peor momento en todos los años que estuvo destinado en Londres. Si los nervios hubiesen delatado a Cairncross o si el agente hubiese sospechado algo por cualquier motivo y les hubiese pedido la documentación ¿cómo iban a justificar la presencia de un diplomático soviético en el coche de un funcionario del Departamento del Tesoro con documentación comprometida encima? Pero una cualidad que sí tenía el Carelio era su sangre fría, que demostró sobradamente en sus muchos años como espía al servicio del KGB.

El rey republicano

Como vimos en la entrada anterior, las familias reales europeas están todas emparentadas entre sí. Durante siglos han practicado una endogamia que solo en tiempos muy recientes se ha comenzado a romper.

Aunque de vez en cuando aparecía sangre nueva. Normalmente, cuando un rey no dejaba descendencia (o era depuesto) y obligaba a inaugurar una dinastía, se recurría a alguien de la alta nobleza local o a algún príncipe de una casa real extranjera para sucederle. Pero no siempre fue así.

Un día el rey Carlos XIV de Suecia se puso enfermo. Su médico decidió aplicarle una sangría, el remedio para casi todos los males en aquella época. Cuando el doctor le pidió que se subiese la manga derecha, el monarca se negó. Después de mucho insistir, el rey aceptó mostrarle el brazo, pero antes hizo que el medico jurase guardar el secreto de lo que iba a ver. Al remangarse mostró un tatuaje con la inscripción: “Muerte a los reyes”.

Carlos XIV no nació de sangre azul. Era un militar francés, mariscal de Napoleón, de nombre Jean Baptiste Bernadotte. El prestigio que consiguió en el norte de Europa hizo que el parlamento sueco le eligiese como sucesor del rey Carlos XIII, muerto sin descendencia. Bernadotte era un republicano convencido. Antes de la Revolución un hombre de clase relativamente humilde como él (era hijo de un abogado de Pau) nunca habría podido llegar a oficial. La República le había permitido hacer carrera en el Ejército hasta alcanzar cargos anteriormente reservados a la alta aristocracia. Incluido el de rey.

Asuntos de familia

En mayo de 1910 gran parte de la realeza europea se reunió en Londres para acudir al funeral del rey de Inglaterra Eduardo VII. Allí se tomó esta fotografía, para la que posaron nueve soberanos, y que probablemente es la imagen en la que se pueden ver juntos a más monarcas reinantes de toda la historia:


De pie, de izquierda a derecha, están el rey Haakon VII de Noruega, el zar Fernando I de Bulgaria, Manuel II de Portugal, el kaiser del Imperio Alemán Guillermo II, Jorge I de Grecia y Alberto I de Bélgica. Sentados, de izquierda a derecha, tenemos al rey Alfonso XIII de España, a Jorge V del Reino Unido y a Federico VIII de Dinamarca.

Se podría considerar una foto de familia: Haakon VII de Noruega era hijo de Federico VIII de Dinamarca, y a su vez cuñado de Jorge V del Reino Unido (su esposa Maud era hermana del monarca británico). Pero además Jorge V y Maud eran hijos de la princesa Alejandra de Dinamarca, hermana de Federico VIII, y por tanto sobrinos del rey danés (si os habéis dado cuenta del detalle, efectivamente, Haakon y su mujer eran primos hermanos). Otros hermanos de Federico (y tíos de Haakon, Jorge y Maud) eran el rey de los Helenos (o sea, de Grecia) Jorge I, y Dagmar de Dinamarca, zarina consorte y madre de uno de los grandes ausentes en aquella reunión, el zar de Rusia Nicolás II (por cierto, el zar tenía un gran parecido físico con su primo el rey de Inglaterra). El kaiser Guillermo era también primo de Jorge V y de la reina Maud de Noruega, aunque en este caso no por el lado danés de la familia, sino por el inglés. Los tres eran nietos de la reina Victoria de Gran Bretaña, al igual que Victoria Eugenia, reina de España por su matrimonio con Alfonso XIII. Otras tres nietas de la reina-emperatriz británica llegarían a reinar como consortes: María, esposa de Fernando I de Rumanía, Margarita, esposa de Gustavo VI de Suecia, y Alejandra, esposa del zar Nicolás II. El padre del zar Fernando de Bulgaria, Alejandro I, era primo de la reina Victoria, sobrino-nieto del zar Alejandro II de Rusia y hermano de un rey consorte de Portugal, bisabuelo del joven Manuel II. Había estado a punto de casarse con una hermana del futuro kaiser Guillermo, pero el canciller Bismarck se opuso en el último momento a aquella boda para no ofender a Rusia. Por último, Alberto I de Bélgica era sobrino del rey de Rumanía Carlos I (tío de Fernando I, el que se casó con una de las nietas de la reina Victoria) y sobrino también de una reina consorte de Portugal, tia-abuela de Manuel II. Además estaba casado con Isabel Gabriela de Baviera, nieta de otro rey de Portugal. Seguro que si siguiésemos desgranando el árbol genealógico de los monarcas de la fotografía encontraríamos muchos más parentescos entre ellos, pero imagino que a estas alturas ya estaréis tan liados como yo.

Pocos años después la mayoría de aquellos países estaban en guerra. Los reyes olvidaron sus lazos familiares, y, como no podía ser de otra manera, bendijeron las matanzas entre sus súbditos en los campos de batalla europeos. De los nueve monarcas que aparecen en la fotografía, cuatro fueron derrocados, uno de ellos solo unos meses más tarde (Manuel II de Portugal), y otro murió asesinado (Jorge I de Grecia). Pero pese a los años convulsos que les tocó vivir y los enormes cambios que sufrió Europa tras las dos guerras mundiales, cinco de las nueve monarquías representadas todavía existen en la actualidad.

La ventaja de tener un jefe llamado Churchill

Odette Brailly nació en 1912 en Amiens, en el norte de Francia. Su infancia estuvo marcada por la muerte de su padre en la batalla de Verdún, cuando Odette tenía seis años, y por una poliomielitis que contrajo un año más tarde y que la dejó durante meses ciega y con parálisis en las piernas (aunque se recuperó totalmente y la enfermedad no le dejó secuelas). Cuando tenía diecinueve años se casó con un joven británico llamado Roy Sansom y se marchó a vivir con él a Londres. El matrimonio tuvo tres hijas, y durante casi una década Odette vivió una vida de ama de casa normal y corriente. Aquello cambió al estallar la guerra. En 1940 Roy se alistó en el Ejército y Odette se quedó sola en Londres al cuidado de las niñas. En la primavera de 1942, cansada de la inactividad y deseando contribuir de alguna manera al esfuerzo de guerra, solicitó su incorporación al cuerpo auxiliar femenino. Al hacerlo consiguió que el SOE se fijase en ella (el Special Operations Executive era la organización británica encargada de las operaciones encubiertas en la Europa ocupada). Se necesitaban con urgencia agentes para infiltrarse en Francia, y Odette, como francesa nativa, era una candidata ideal (aunque estuvo a punto de ser rechazada porque, a juicio de los reclutadores que la examinaron, presentaba una personalidad demasiado impulsiva y poco reflexiva).

Los meses siguientes Odette estuvo compaginando sus labores de ama de casa y madre con el entrenamiento que recibía en el SOE. Al fin fue seleccionada para ir a Francia como agente de enlace con la Resistencia. Un día de agosto de 1942 dejó a sus hijas internas en un colegio de monjas y subió a un avión para saltar en paracaídas en la región de la Costa Azul. En Francia su contacto y superior era un oficial del SOE llamado Peter Churchill, que pese a su apellido no tenía ninguna relación con el primer ministro británico. Descendiente de una familia de diplomáticos, había nacido en Amsterdam, donde estaba destinado como cónsul su padre, William Algernon Churchill (que además fue un prestigioso historiador de arte). El capitán Churchill tenía treinta y tres años y era ya un veterano agente del SOE. Aquella era su tercera misión en Francia. Había saltado cerca de Cannes en abril de 1942 como oficial de enlace con una red de resistencia local de nombre en clave Spindle. Su tarea era organizar la recepción de las armas y el material que se enviaba desde Inglaterra y de los agentes que saltaban en paracaídas o desembarcaban en las costas del sur de Francia.

Odette Sansom y Peter Churchill establecieron una estrecha relación. A comienzos de 1943 se trasladaron de la Costa Azul a Annecy, en la Alta Saboya. Por entonces Spindle estaba ya condenada. Hugo Bleicher, el agente de contrainteligencia alemán más efectivo en la lucha contra la resistencia francesa, había logrado infiltrar agentes dobles dentro de la red y recibía información de todos sus movimientos. El 23 de marzo de 1943 Churchill hizo un breve viaje a Inglaterra para recibir instrucciones. El 15 de abril saltó de nuevo en paracaídas en las montañas de la Alta Saboya, cerca del lago de Annecy. Al día siguiente tenía una cita con Odette en un hotel de Sainy-Jorioz. Cuando acudieron a la reunión la Gestapo les estaba esperando. Ambos fueron arrestados y trasladados a las oficinas del SD en París. Allí fueron torturados y sometidos a todo tipo de vejaciones. Odette y su superior tenían una historia preparada para aquella situación que esperaban que les ayudase a suavizar el trato de sus interrogadores o incluso que les librase de ser ejecutados como espías. Afirmaron que estaban casados y que Peter era sobrino de Winston Churchill. Durante los interrogatorios Odette se mantuvo firme con aquella historia. Su supuesto parentesco con el primer ministro británico no le sirvió para recibir un trato menos brutal, pero acabaría salvándole la vida.

Odette fue enviada a Ravensbrück, el mayor campo de concentración para mujeres en territorio del Reich, situado unos 90 kilómetros al norte de Berlín. Se había firmado su orden de ejecución (aunque sin fecha fijada), pero el comandante del campo, el Sturmbannführer Fritz Sühren, creyendo que realmente estaba emparentada con Winston Churchill, decidió mantenerla con vida y concederle un trato de privilegio por si alguna vez la necesitaba como moneda de cambio. El momento llegó en abril de 1945, en los últimos días de la guerra, cuando las tropas soviéticas estaban ya a escasos kilómetros de Ravensbrück. Sühren subió a Odette a su coche particular y huyó con ella hacia el oeste. Al alcanzar las líneas estadounidenses entregó su pistola a Odette y se rindió a los soldados, esperando que las supuestas conexiones de su prisionera (convertida en captora) con el primer ministro británico pudiesen rebajar el castigo que le esperaba. No le sirvió de mucho. Fritz Sühren fue acusado de crímenes contra la humanidad por el asesinato de miles de personas en Ravensbrück. Fue condenado a muerte y ejecutado en la horca en junio de 1950. En el juicio Odette había declarado en su contra.

Peter Churchill también tuvo suerte. Permaneció recluido en la prisión francesa de Fresnes hasta febrero de 1944, cuando la Gestapo le trasladó a Berlín. Tras varias semanas de interrogatorios en la capital del Reich fue enviado al campo de concentración de Sachsenhausen. En abril de 1945, ante la proximidad de las tropas soviéticas, las SS dieron orden de evacuar el campo. Churchill, junto con una treintena de prisioneros relevantes (entre los que se encontraba el antiguo canciller de Austria Kurt Schuschnigg), fueron trasladados a Flossenbürg, en Baviera. Solo unos días después de su llegada, el avance estadounidense por el sur de Alemania obligó a los alemanes a trasladar de nuevo a los cautivos. Su condición de oficial le permitió hacer el viaje en camión, librándole de la “marcha de la muerte”, la evacuación a pie y en condiciones inhumanas de miles de prisioneros de Flossenbürg con destino a Dachau (más de la tercera parte de ellos perecieron en el camino). A finales de abril los guardianes de Dachau seleccionaron a los prisioneros más valiosos (Churchill entre ellos) y los condujeron a un hotel de montaña cerca del lago Wildsee, en sur del Tirol. Tenían orden de ejecutarlos y hacer desaparecer las pruebas, pero en lugar de eso los SS optaron por liberarles allí, desertar y tratar de pasar desapercibidos. El Reich se estaba desmoronando, y solo los más fanáticos o los más insensatos habrían aceptado cometer un crimen en nombre de una autoridad que ya casi nadie reconocía. El 4 de mayo de 1945 Churchill y sus compañeros de cautiverio fueron encontrados por las tropas del Quinto Ejército de los Estados Unidos.

Después de la guerra Odette fue recibida como una heroína. Entre otras distinciones, el rey Jorge VI la nombró Miembro de la Orden del Imperio Británico, y el gobierno francés "Caballero” de la Legión de Honor. En 1946 se divorció de Roy Sansom, y un año más tarde se casó con Peter, su antiguo superior, convirtiéndose en Odette Churchill y haciendo así realidad una parte de su historia inventada.

Funeral por dos enemigos

Las Islas del Canal (o Anglonormandas), un grupo de islas situadas frente a las costas francesas del canal de la Mancha, fueron el único territorio británico ocupado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

El 3 de junio de 1943 un cuerpo fue expulsado por el mar en la playa de St. Queens, en Jersey, la mayor de las islas del archipiélago. El cadáver fue trasladado al hospital de Saint Helier y allí fue identificado como el sargento de la RAF Abraham Holden, observador en un Avro Lancaster derribado dos semanas antes sobre el Canal cuando regresaba de una misión de bombardeo sobre Alemania. En las horas posteriores se recibieron en el hospital decenas de coronas de flores, y por su capilla pasaron cientos de isleños para presentar sus respetos y rendir homenaje al héroe. Las autoridades de ocupación alemanas comenzaron a temer que el entierro, programado para dos días más tarde, acabase convertido en una gran demostración popular de patriotismo.

El día del entierro, el sábado 5 de junio, apareció un segundo cadáver en la playa. Fue identificado como Dennis Butlin, otro sargento tripulante de un Lancaster de la RAF. Las autoridades decidieron entonces aplazar el funeral de Holden para celebrar uno conjunto al día siguiente.

La mañana del domingo 6 de junio se celebró el funeral por los dos aviadores británicos. Centenares de personas se alinearon en la ruta de los coches fúnebres. Los soldados alemanes impidieron la entrada de la multitud al cementerio. Sin embargo, la Luftwaffe tuvo el gesto apaciguador de rendir honores militares a los dos enemigos caídos.

En esta fotografía se ve a soldados alemanes transportando a hombros uno de los ataúdes cubierto con la bandera británica:


Esto no era lo habitual, pero tampoco fue un caso único. Despedir con honores a un enemigo muerto en combate fue algo que todos los contendientes hicieron en alguna ocasión.

El bombardeo alemán de Nauru: La guerra llega al Pacífico

Nauru es una pequeña isla del Pacífico central, famosa por ser el tercer estado más pequeño del mundo (después del Principado de Mónaco y la Ciudad del Vaticano) y por estar en peligro de desaparición física por la sobreexplotación de sus reservas de fosfatos, que ha hecho del 90% de su territorio un pedregal estéril. La isla fue colonia alemana hasta el final de la Primera Guerra Mundial, cuando un mandato de la Sociedad de Naciones concedió su administración a Australia. El descubrimiento de grandes depósitos de fosfatos a comienzos del siglo XX convirtió a Nauru y su vecina Ocean en las principales fuentes que abastecían a las industrias de fertilizantes de Australia y Nueva Zelanda. La explotación de fosfatos, y en la práctica toda la isla, estaba controlada por la Comisión Británica de Fosfatos (BPC, que a pesar de su nombre era una compañía mixta australiana, neozelandesa y británica, con sede en Melbourne). Cuando estalló la guerra la BPC producía cerca de un millón de toneladas anuales de fosfato de Nauru y aproximadamente otro medio millón de Ocean. Contaba con cuatro barcos fosfateros de más de 6.000 toneladas de desplazamiento cada uno, llamados Triadic, Triaster, Triona y Trienza. Las islas no tenían puertos de aguas profundas, por lo que la carga de los barcos tenía que realizarse a través de estructuras en voladizo que se prolongaban hasta mar abierto.

Debido a su situación, aislada en medio del océano, a los australianos no les pareció necesario destinar fuerzas para la defensa de Nauru, por lo que, a pesar de la importancia económica y estratégica de las dos islas, en ellas no había presencia militar de ningún tipo. Las zonas de patrulla aéreas o navales de la Royal Australian Navy estaban muy lejos de las islas, y en el Mandato de la Sociedad de Naciones que concedía su administración a Australia figuraba una cláusula que prohibía la construcción de defensas costeras.

Al norte de Nauru se extendía una inmensa región de océano sembrada de minúsculas islas (lo que hoy llamamos Micronesia), muchas de ellas en manos de los japoneses. Aunque seguía siendo neutral, Japón había llegado a acuerdos de colaboración con el Eje tras la firma del Pacto Tripartito, que, entre otras cosas, contemplaban la posibilidad de que los puertos japoneses diesen apoyo logístico (refugio y suministros) a los buques alemanes en su guerra contra Inglaterra. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial la superioridad de la Royal Navy obligó a los alemanes a recurrir a buques corsarios para atacar las rutas comerciales del Imperio Británico. Haciéndose pasar por barcos mercantes, los cruceros auxiliares armados se aproximaban a otros buques sin levantar sospechas y los atacaban por sorpresa. Sus zonas de operaciones solían estar muy lejos de sus bases europeas. Contando con la ayuda japonesa, la Kriegsmarine envió al Pacífico a algunos de aquellos barcos.

A finales de octubre de 1940 dos cruceros auxiliares alemanes, el Orion y el Komet, junto con el buque cisterna de suministro Kulmerland, se reunieron en el atolón Lamotrek, en las Carolinas (territorio japonés por aquel entonces). En noviembre pusieron rumbo a aguas de Nueva Zelanda camuflados como mercantes japoneses. El 25 de ese mes capturaron un pequeño buque de cabotaje llamado Holmwood, que transportaba un cargamento de más de mil ovejas. Sus diecisiete tripulantes y doce pasajeros fueron apresados y el barco fue hundido con cargas de demolición. Dos días más tarde los barcos corsarios cañonearon y hundieron al gran paquebote Rangitane. Dieciséis tripulantes o pasajeros murieron en el naufragio. Más de trescientos fueron rescatados por los alemanes y hechos prisioneros. Tras una breve parada en las islas Kermadec, los tres buques se dirigieron a Nauru. El plan era desembarcar en la isla y destruir toda la infraestructura fosfatera.

El crucero auxiliar Komet, camuflado como un mercante japonés de nombre Manyo Maru:


El 6 de diciembre, en ruta hacia su objetivo, los buques se encontraron con uno de los fosfateros de la BPC, el Triona, navegando con rumbo a Nueva Zelanda. Tras una breve persecución, los alemanes torpedearon y hundieron al carguero. Tres de sus tripulantes murieron en el ataque y otros sesenta y ocho fueron capturados.

El momento previsto para iniciar el ataque a Nauru era la madrugada del 8 de diciembre. Pero el mal tiempo que encontraron la tarde anterior, cuando se aproximaban a la isla, obligó a los alemanes a abandonar sus planes de desembarco. Sin embargo, no se irían de vacío. Las malas condiciones meteorológicas hicieron también que varios cargueros se hallasen concentrados en las cercanías. Aquello les convertía en presa fácil para los corsarios alemanes. La tarde del 7 de diciembre, a unas 7'5 millas náuticas al sur de Nauru, el Komet capturó y hundió al Vinni, un barco noruego de 5.181 toneladas. Sus treinta y dos tripulantes fueron hechos prisioneros. Aquella madrugada el Orion se unió al Komet, y entre ambos atacaron a los fosfateros Triadic y Triaster, que se encontraban fondeados cerca de la costa mientras esperaban una mejoría del tiempo para atracar en el muelle en levadizo. Las tripulaciones trataron de huir a tierra en los botes salvavidas, pero todos los hombres fueron capturados y obligados a subir a los buques alemanes. Mientras el Orion hundía el Triadic a cañonazos, el Komet de dirigió hacia un tercer carguero, el británico Komata, de 3.900 toneladas. El ataque del Komet, que causó un muerto y varios heridos, obligó al capitán del Komata a dar la orden de abandonar el barco. Tras capturarlo, los alemanes trataron de hundirlo con cargas de demolición. Los explosivos fallaron y les obligaron de nuevo a utilizar el cañón, ya en la tarde del 8 de diciembre.

Las condiciones meteorológicas hacían que la visibilidad desde tierra fuese muy reducida. Aun así, a última hora del 7 de diciembre los isleños habían detectado la llegada de tres barcos sospechosos. Al amanecer del día siguiente pudieron ver al Triadic ardiendo, y poco más tarde se recibieron por radio llamadas de socorro provenientes del Komata. Por la tarde vieron al Komata bombardeado por otro buque y envuelto en llamas. La confusión era enorme. La suposición más extendida era que Nauru iba a ser atacada por una escuadra japonesa. Pero el mal tiempo impidió a los buques hostiles iniciar un ataque directo contra la isla. En lugar de ello se retiraron.

Los buques alemanes abandonaron Nauru. El Orion se dirigió a Pohnpei, y el Komet y el Kulmerland a Ailinglaplap, en las Islas Marshall, para repostar y aprovisionarse. El plan era reunirse de nuevo el 15 de diciembre, pero al llegar ese día el tiempo seguía siendo igual de malo, lo que frustraba de nuevo sus planes de desembarco. Además habían detectado mensajes que alertaban a los cargueros con rumbo a Nauru y Ocean de sus últimos ataques. Ningún barco se atrevería a navegar por aquellas aguas, por lo que tampoco podrían esperar encontrar nuevas presas. Los alemanes optaron por retirarse una vez más.

Por entonces los tres barcos habían acumulado tal cantidad de prisioneros en sus ataques que tuvieron que plantearse qué hacer con ellos antes de continuar con sus operaciones. El capitán Eyssen, del Komet, propuso dirigirse al archipiélago Bismark para desmbarcarlos allí. El capitán conocía la región (había estado destinado allí durante la Gran Guerra, cuando era una posesión alemana) y sabía que eran unas islas mal comunicadas y que muchas de ellas ni siquiera contaban con estaciones de radio que pudiesen dar la alarma. El 21 de diciembre los barcos arribaron a la isla de Emirau. Los oficiales alemanes reunieron a los colonos australianos (tan solo dos matrimonios) y a los trabajadores nativos de sus plantaciones y ante ellos tomaron posesión de la isla en nombre del Reich. A continuación liberaron a quinientos catorce prisioneros, entre los que había más de cincuenta mujeres y algunos niños. Mantuvieron en su poder a unos ciento cincuenta hombres, todos ellos europeos, australianos o neozelandeses (serían trasladados a Alemania y recluidos en campos de prisioneros). Los isleños ayudaron en lo que pudieron a los más de quinientos desembarcados, sacrificando buena parte de su ganado para alimentarles, mientras algunos hombres partían en una pequeña embarcación para recorrer las 70 millas náuticas que les separaban de Kavieng, en la isla de Nueva Irlanda. Desde allí alertaron por radio a las autoridades australianas de Rabaul, que no tardaron en enviar un equipo de rescate. Los prisioneros liberados llegaron a Australia el 29 de diciembre.

Al dejar Emirau los tres barcos alemanes se separaron. El Kulmerland se dirigió a Japón y el Orion a Lamotrek, y desde allí a las Islas Maug, en las Marianas (también bajo control japonés) para una revisión de sus motores. El capitán Eyssen decidió poner rumbo una vez más a Nauru para intentar el ataque por última vez. El Komet llegó a la isla al amanecer del 27 de diciembre. Eyssen ordenó izar la bandera alemana y abrir fuego contra las estructuras de carga de fosfatos, los depósitos de combustible y los edificios vecinos. Durante una hora el Komet bombardeó sin oposición el puerto con sus seis cañones de 150 mm y sus armas antiaéreas. Los trabajadores se refugiaron en el otro extremo de la isla. La única víctima fue un anciano de 98 años, que murió de un ataque al corazón.

Las instalaciones fosfateras de Nauru bajo el bombardeo del Komet:


Tras el ataque el Komet permaneció unas semanas en el Pacífico sur y a continuación se dirigió al Océano Índico, donde continuó con su actividad corsaria. Regresó a Europa en noviembre de 1941, completando una increíble misión de casi año y medio de duración que le había llevado alrededor del mundo a través de los cinco océanos.

La incursión alemana en Nauru afectó gravemente a la producción de fosfatos. Pasaron diez semanas antes de que se reanudasen los embarques. No se pudo recuperar el nivel de exportaciones previo al ataque, debido a los daños en las infraestructuras de la isla y a la pérdida de barcos fosfateros. La producción en Ocean aumentó, pero no fue suficiente para cubrir la demanda. Gran Bretaña tuvo que recurrir a las importaciones de fosfatos de Egipto, y Nueva Zelanda se vio obligada a racionar el uso de fertilizantes a partir de julio de 1941. Otra consecuencia fue la alarma que el ataque generó en Australia y Nueva Zelanda. Ambos países comenzaron a organizar su tráfico naval en convoyes para proteger sus mercantes de posibles ataques. El gobierno australiano hizo regresar al crucero Sydney y al crucero auxiliar Kanimbla del teatro europeo para reforzar la defensa de las islas del Pacífico. Varios buques de guerra se mantuvieron patrullando las aguas próximas a Nauru y Ocean durante meses, y en ambas islas se desplegaron cañones de campaña para defenderlas de nuevas incursiones.

El ataque también tuvo como consecuencia la interrupción de las importaciones de fosfatos a Japón. Los japoneses temían que se cortasen definitivamente si los aliados confirmaban sus sospechas (más que fundadas) de que los buques corsarios alemanes recibían apoyo logístico en sus puertos. Por ello el gobierno japonés se mostró indignado por el ataque del Komet, y amenazó a Alemania con abandonar los acuerdos de colaboración entre las marinas de ambos países. La Kriegsmarine se vio entonces ante el dilema de elegir entre recompensar la acción del Komet, sin duda su mayor logro alemán en el Pacífico en toda la guerra, o ignorarla, a la vista de los problemas diplomáticos que estaba provocando. Finalmente, el capitán del buque corsario, Robert Eyssen, recibió una felicitación y un ascenso a contralmirante, lo que le convertía en el oficial de más alto rango de toda la flota auxiliar alemana. Al mismo tiempo, se ordenó a todos los cruceros auxiliares evitar nuevas operaciones de ese tipo cerca de aguas japonesas o que pudiesen comprometer de alguna manera a Japón.

Die Glocke

Este es otro misterio inexistente. Es una de las muchas historias que circulan sobre las Wunderwaffen, las míticas "Armas Maravillosas" que según el Ministerio de Propaganda de Goebbels iban a conseguir cambiar el curso de la guerra cuando todo parecía perdido para el Tercer Reich. Lo sorprendente de este caso es que la historia nació y se popularizó hace apenas unos años.

En el año 2000 un periodista polaco llamado Igor Witkowski reveló en su libro Prawda o Wunderwaffe (“La verdad sobre la Wunderwaffe”) detalles de un programa armamentístico ultrasecreto nazi que había conseguido avances extraordinarios en tecnología antigravitatoria. Aunque no aportaba ninguna prueba de sus afirmaciones, la historia consiguió hacerse popular y fue reproducida y ampliada (con datos de su propia cosecha) por el escritor británico Nick Cook y un buen número de expertos en ufología, energías libres y otras ciencias igual de prestigiosas.

Witkowski explica en su libro que descubrió la existencia del programa nazi en agosto de 1997, gracias a un contacto anónimo de la inteligencia polaca que le permitió leer las transcripciones del interrogatorio a un oficial de las SS llamado Jakob Sporrenberg. Como es lógico (y conveniente), su informador no le permitió hacer copias de los documentos que le mostró.

Witkowski asegura que durante la guerra, bajo la dirección de las SS, se construyó un centro de investigación secreto conocido como Der Riese (“El Gigante”), cerca de una vieja mina de sal en la Baja Silesia, en lo que hoy es el sudoeste de Polonia (y a escasos kilómetros del castillo de Ksiaz, otro lugar lleno de misterios del que ya hablé en este blog). Allí los científicos nazis desarrollaron un dispositivo al que llamaron Die Glocke (“La Campana”), un artefacto metálico con forma de campana (por supuesto), de unos 2'50 o 3 metros de diámetro y entre 3'50 y 4'50 de altura. El aparato contaba con dos cilindros, que se rellenaban con un líquido metálico similar al mercurio de nombre “Xerum 525”, y que se hacían girar en sentidos opuestos, generando una fuerza antigravitatoria que hacía que la campana flotase en el aire. Cuando eso ocurría, el artilugio emitía una fuerte radiación de naturaleza desconocida, que supuestamente provocó la muerte de varios de los científicos que trabajaban en el proyecto.

Según Witkowski, una estructura circular de hormigón que se conserva en las cercanías de la mina de sal, a la que llamó “el Henge” (por su parecido con esas construcciones prehistóricas), habría servido como lugar de pruebas del dispositivo antigravitatorio.

En cuanto al destino final de Die Glocke, Witkowski asegura que acabó en algún país sudamericano transportado por nazis fugitivos. Otros autores defienden que está en poder del gobierno de los Estados Unidos.

The Deadly Double

El 22 de noviembre de 1941, apenas dos semanas antes del ataque japonés a Pearl Harbor, dos extraños anuncios aparecieron en la revista estadounidense New Yorker. Parecían ser publicidad de algo llamado The Deadly Double (“El Doble Mortal”). Uno de ellos, publicado en la página 32 de la revista, estaba encabezado con una advertencia en varios idiomas: “Achtung! Warning! Alerte!”. Debajo se veía un dado blanco que mostraba los caracteres 12, 24 y XX, y otro negro con los números 0, 5 y 7. Sobre ellos tan solo había una frase: “Ver anuncio página 86”.


En la mencionada página 86 se encontraba el segundo anuncio. Un dibujo mostraba a un grupo de gente de aspecto alegre reunida en un bunker subterráneo, jugando a los dados en torno a una mesa, mientras sobre ellos se desarrollaba lo que parecía ser un ataque aéreo, con focos reflectantes y explosiones en el aire y en tierra. Se repetía la advertencia “Achtung! Warning! Alerte!”, y bajo ella un texto explicativo (que en realidad no explicaba demasiado): “Esperamos que usted nunca tenga que pasar una larga noche de invierno en un refugio antiaéreo, pero pensamos ... que es de sentido común estar preparado. Si no está demasiado ocupado entre este momento y la Navidad, por qué no sentarse y planear una lista de las cosas que usted querría tener a mano... Productos enlatados, por supuesto, y velas, Sterno [latas de combustible para barbacoas y estufas], agua embotellada, azúcar, café o té, brandy, y un montón de cigarrillos, suéteres y mantas, libros o revistas, cápsulas de vitaminas ... y aunque no es tiempo, realmente, de pensar en lo que está de moda, apostamos a que la mayoría de sus amigos se acordará de incluir esos intrigantes dados y fichas que componen el juego favorito de Chicago”. A continuación aparecían en gran tamaño las palabras “The Deadly Double” y un águila bicéfala, con un aspecto sospechosamente germánico, e incrustado en ella un escudo con las siglas XX.


Después de Pearl Harbor, aquellos misteriosos mensajes parecieron adquirir un significado siniestro. Hubo quien pensó que los anuncios habían sido el método utilizado por las potencias del Eje para avisar a sus agentes en Estados Unidos de que la guerra era inminente. En los dados aparecía la fecha del ataque (los números 7 y 12, es decir, 7 de diciembre). El resto de caracteres podrían incluir mensajes en clave con más información o instrucciones para espías y saboteadores (se han intentado descifrar de distintas maneras, pero ninguna de las interpretaciones tenía mucho sentido). “Deadly Double” podía ser una forma de describir la doble amenaza que se cernía sobre la nación, Alemania y Japón. Y las premonitorias alusiones a bombardeos “entre este momento y la Navidad” parecían referirse a los ataques japoneses. Se cuenta que, ante tanto indicio sospechoso, el FBI se vio obligado a realizar una exhaustiva investigación. Lo que descubrieron (o, mejor dicho, lo que no descubrieron) no hizo sino aumentar el misterio. A pesar de todos sus esfuerzos, no se logró averiguar la identidad del hombre que había contratado los anuncios en el New Yorker. Había pagado en efectivo y no había dejado ningún nombre ni dirección. Los anuncios aparecían firmados por una compañía de Nueva York llamada Monarch Trading Co., que resultó ser una empresa ficticia.

El caso del "Deadly Double" se ha convertido en uno de los grandes misterios de la Segunda Guerra Mundial, y así aparece en infinidad de sitios. Por ejemplo, en este libro de curiosidades matemáticas, además del día y el mes del ataque japonés, el autor es capaz de encontrar en los anuncios del New Yorker el año y la hora, e incluso la latitud de Pearl Harbor. Afirma también que en 1967 se reveló que el FBI había estudiado el asunto en 1941 y había llegado a la conclusión de que todo podía atribuirse a una gran coincidencia. En este artículo de Los Angeles Times el autor asegura que conoció la historia a través de un oficial de inteligencia con el que habló durante la guerra (el artículo es de 1989). En este otro, el autor se atreve a afirmar que en el dibujo del segundo anuncio "todas las imágenes sugieren Pearl Harbor en Hawai", y cree ver una bomba cayendo en la superficie del mar, cuando es evidente que lo que representa es un ataque aéreo sobre tierra y un refugio subterráneo. Se dice también que el FBI sí consiguió identificar al misterioso hombre que contrató los anuncios, pero que éste murió pocas semanas después en circunstancias extrañas. Son versiones no exactamente coincidentes, pero todas llegan a la misma conclusión: el misterio sigue sin resolverse.

Pero lo cierto es que nunca hubo tal misterio. The Deadly Double era exactamente lo que parecía, un juego de mesa.


En medio de la paranoia que siguió al ataque a Pearl Harbor, resulta incluso creíble que el FBI se interesase por el asunto, pero en cualquier caso la investigación no les llevaría demasiado tiempo. Monarch Trading Co. era una empresa auténtica y completamente legal, y The Deadly Double un juego que se comenzó a comercializar en la campaña navideña de aquel año. Es posible que las alusiones a bombardeos en su publicidad fuesen de mal gusto, pero hay que tener en cuenta que era el tema de moda (Europa llevaba dos años en guerra y la amenaza sobre Estados Unidos era cada vez mayor) y que el primer objetivo de cualquier campaña de marketing es llamar la atención. Por supuesto, que apareciesen los números 12 y 7 en los anuncios fue una simple casualidad (y no demasiado sorprendente), y el resto de cifras y símbolos no tenían ningún significado oculto.