El espía en uniforme de gala

El abogado alemán Hermann Görtz llegó a Gran Bretaña en agosto de 1935, acompañado de su secretaria Marianne Emig, a la que presentaba como su sobrina para evitar suspicacias (Görtz tenía 45 años y Marianne 19), según decía con la intención de escribir una novela. Se instalaron en una casa alquilada de Bradstairs, en el condado de Kent, al sur de Londres. En la zona se encontraba la base aérea de Manston y otros aeródromos en construcción. La pareja hizo amistad con un piloto destinado en Manston llamado Kenneth Lewis. Görtz estaba continuamente pidiendo al joven piloto información sobre la base, con la excusa de que necesitaba documentarse para su libro. Por su parte, Marianne le pedía que le hiciese fotos del aeródromo. A los tres meses de estancia en Inglaterra, Görtz hizo un viaje a Alemania acompañado de Marianne y de su impresionante moto Zündapp. Cuando volvió él solo unos días después se encontró con la policía británica esperándole para detenerle acusado de espionaje: La dueña de la casa donde vivía, que no sabía que Görtz se había llevado la moto a su país, había llamado a la policía pensando que se la habían robado, y cuando los agentes fueron a investigar la denuncia encontraron en la casa toda la información que Görtz había recopilado sobre la base aérea de Manston.

En marzo de 1936 se celebró el juicio en el Palacio de Justicia de Old Bailey, al oeste de Londres. La prensa británica dio mucha publicidad al caso, apodando a Görtz “el espía volador”. Aunque el alemán insistía en su inocencia, tratando de convencer al tribunal de que no era más que un novelista que se documentaba a conciencia para sus obras de ficción, las investigaciones de la policía británica concluyeron que Görtz era un espía “autónomo”, que trabajaba por su cuenta con la intención de impresionar a los servicios secretos alemanes para que le aceptasen como agente (ya había sido rechazado en una ocasión después de solicitar un trabajo de inteligencia en el Ministerio del Aire alemán). Por su parte Marianne Emig se negó a viajar a Gran Bretaña para testificar a su favor, por miedo a ser detenida acusada también de espionaje. Görtz fue declarado culpable y condenado a cuatro años de cárcel. En febrero de 1939, después de cumplir su condena en la prisión de Maidstone, fue puesto en libertad y deportado a Alemania.

En agosto de 1939, durante la movilización previa al comienzo de la guerra, Görtz regresó al servicio como teniente segundo en la reserva de la Luftwaffe. Después de pasar por varios destinos, en enero de 1940 logró ingresar en el Regimiento Brandenburgo, la unidad de operaciones especiales del Abwehr, donde alcanzó el rango de capitán. A pesar de la fama que había logrado en Gran Bretaña y de la mala imagen que había dado a los servicios de inteligencia alemanes, al fin Görtz había conseguido convertirse en un auténtico espía.

En noviembre de 1938, mientras Görtz estaba en prisión, el Ejército Republicano Irlandés había declarado la guerra a Gran Bretaña y había iniciado una campaña terrorista para tratar de obligar al gobierno británico a abandonar el Ulster. Cuando estalló la guerra en Europa, en septiembre de 1939, el IRA vio la oportunidad de conseguir el apoyo del Tercer Reich en su lucha contra los británicos. La dirección del IRA propuso que sus hombres podían preparar y facilitar un desembarco de tropas alemanas en el territorio de la República de Irlanda (que se había declarado neutral) para a continuación iniciar la invasión conjunta del Ulster. El plan recibió el nombre en clave de operación Kathleen. En 1940 el líder del IRA Sean Russel viajó a Alemania para tratar de convencer al gobierno del Reich de las ventajas de la colaboración entre alemanes e irlandeses.

El conocimiento que tenía el Abwehr acerca del IRA y la política en Irlanda era muy superficial. Antes de comprometerse a nada con los irlandeses, el servicio de inteligencia alemán necesitaba evaluar la situación real en la isla. Con ese objetivo se puso en marcha la operación Mainau, que consistiría en el lanzamiento en paracaidas de un agente en la República de Irlanda con la misión de contactar con el IRA, establecer un enlace de comunicaciones seguras entre Irlanda y Alemania, evaluar la capacidad militar del IRA y tratar de dirigir sus ataques hacia objetivos militares británicos, todo ello sin comprometer la neutralidad irlandesa ni interferir en su política nacional. Para llevar a cabo una misión tan compleja el agente asignado por el Abwehr no fue otro que el capitán Hermann Görtz. Es posible que no tuviesen más remedio, ya que seguramente era el único agente disponible que había tenido algún tipo de relación con el IRA (había conocido a varios militantes cuando estuvo cumpliendo condena en Maidstone).

Görtz iba a realizar la misión en solitario. Los únicos nombres de contactos irlandeses que tenía eran los de Seamus O'Donovan e Isuelt Stuart, esposa de Francis Stuart, famoso novelista y dirigente del IRA que había viajado a Berlín en enero de 1940 para estrechar la colaboración entre el IRA y el Abwehr. Su equipo de espía consistía tan solo en un radiotransmisor Afu, una pistola Browning de 9 mm y un poco de tinta invisible. Además le entregaron documentos de identidad militares con nombre falso y una importante cantidad de dinero, casi 30.000 dólares estadounidenses. A petición suya le proporcionaron también una cápsula de veneno para tomar en caso de ser capturado. Saltaría vestido con su uniforme de gala de la Luftwaffe, para estar protegido por la Convención de Ginebra en caso de ser capturado (saltar o desembarcar uniformados en territorio enemigo era una práctica habitual de los espías alemanes, como comenté por ejemplo en Operación Pastorius). Su nombre en clave sería "Gilka".

La misión estaba prevista para el mes de abril, pero tuvo que ser aplazada por culpa del mal tiempo. Por fin en la noche del 5 al 6 de mayo de 1940 Gilka saltó sobre Irlanda desde un bombardero Heinkel He-111 a 1.500 metros de altura.

Al pobre Görtz todo le salió mal desde el principio de la misión. En el salto perdió su equipo de radio y la pala que llevaba para enterrar el paracaídas. Después de tomar tierra ni siquiera sabía si estaba en la República de Irlanda o en el Ulster. Tras su captura afirmó que había aterrizado en una granja a las afueras de Trim, cuando en realidad se encontraba en Ballivor, en el condado de Meath. Estaba a una distancia de setenta millas de Laragh, en el condado de Wicklow, donde vivía Isuelt Stuart. Hacia allí se dirigió a pie, cruzando los verdes campos irlandeses ataviado con su uniforme de gala alemán. Se vio obligado a cruzar a nado el río Boine "con grandes dificultades, pues el peso de mi uniforme me agotó; el cruce del río también me costó la pérdida de mi tinta invisible". Poco después, exhausto y hambriento, acabó por deshacerse del incómodo uniforme: “Llevaba entonces botas de campaña, breeches y la camisa, así como un birrete negro en la cabeza... Conservé mi birrete militar para usarlo como vaso, y las medallas ganadas en la guerra anterior por razones sentimentales... Carecía de dinero irlandés y no comprendí que podía usar dinero inglés con toda libertad". Continuó así su camino, teniendo que preguntar en varias ocasiones a los paisanos que se encontraba por la dirección que tenía que seguir. Uno de los lugares en los que pidió ayuda para orientarse fue el cuartel que la Garda (la policía irlandesa) tenía en la localidad de Poulaphouca. A pesar de su extraño aspecto, pudo continuar su viaje sin ser molestado por los gardas. El 9 de mayo llegó al fin a Laragh y comenzó a buscar a su contacto. Según él mismo contaría más tarde, allí sobornó con 100 dólares estadounidenses “al tonto del pueblo" sin lograr nada a cambio, lo que no dice mucho de la sagacidad de nuestro espía. Al fin localizó a la señora Stuart, y a través de ella contactó con Seamus O'Donovan, que fue esa misma noche a recoger a Görtz para llevarle a su casa en Shankill, en el condado de Dublín. Gilka había tenido éxito en ponerse en contacto con el IRA, pero pronto se dio cuenta de que la organización clandestina estaba muy mal dirigida y sus medidas de seguridad dejaban mucho que desear. Pese a ello entregó más de 16.500 dólares a O'Donovan para el IRA.

El 11 de mayo Görtz fue trasladado por O'Donovan y otros miembros del IRA a la casa de JJ O'Neill en Rathmines. Permaneció con O'Neill hasta el 19 de mayo, cuando de nuevo fue trasladado a casa de Stephen Held, uno de los líderes principales de la organización y el creador de la operación Kathleen. Allí tuvo una reunión el 23 de mayo con el dirigente del IRA Stephen Hayes, que había quedado al mando de la organización mientras permaneciese Russel en Alemania (quien por cierto nunca regresó a Irlanda; murió unos meses después de una úlcera gástrica a bordo del submarino alemán que le llevaba de vuelta a su país).

Poco después los gardaí irrumpieron en la casa de Held para efectuar un registro. Görtz no se encontraba allí, pero la policía incautó su documentación falsa, su dinero y sus condecoraciones de la Primera Guerra Mundial. También encontraron documentos relativos a la operación Kathleen (Held había estado tratando de convencer a Görtz de la viabilidad de su plan). Entre los papeles había informes sobre posibles objetivos militares en Irlanda, como puertos, bases aéreas e instalaciones defensivas.

Cuando el jefe de la legación diplomática alemana en Dublín, el Dr. Eduard Hempel, informó a Berlín de los acontecimientos, el Abwehr consideró que la operación Mainau había fracasado. Así se reflejó en el registro del 25 de mayo de 1940 del diario de guerra del Abwehr:

De acuerdo con un informe inalámbrico de la Agencia Stefani [la agencia de noticias italiana] y emisiones del enemigo, la "Operación Mainau" no ha tenido éxito. De acuerdo con ellos “Gilka" parece haber llegado a su destino. El transmisor [el Abwehr no sabía que Görtz lo había perdido], algunos elementos del equipo y el dinero que se llevó con él fueron capturados al parecer en la casa de un agente de Irlanda, debido a la estupidez de este último. Desafortunadamente este irlandés también tenía en su poder los planes de una rebelión que no tenían relación con la "Operación Mainau” [se refería al Plan Kathleen, el que Stephen Hayes había enviado a Alemania]. No hay ninguna información sobre el paradero de "Gilka". Aun en el caso de que no sea detenido en un futuro próximo, es imposible que pueda continuar en activo, debido al descubrimiento del transmisor y del dinero. Si finalmente se detiene a “Gilka” se encontrará en una situación muy difícil debido a que su equipo fue encontrado junto a los planes IRA. Debido al fracaso de la "Operación Mainau" en el futuro no se tendrán en cuenta más propuestas para el lanzamiento de agentes en paracaídas.

Sin embargo Gilka tardó mucho tiempo en ser detenido. Durante 18 meses permaneció escondido con la ayuda de sus amigos del IRA, aunque su desconfianza por los fallos de seguridad que había visto en la organización le llevaba a evitar los escondites que tuviesen algo que ver con ella. En una ocasión en la que se enteró de que la casa en la que estaba alojado había sido utilizada por el IRA como punto de reunión, abandonó el lugar inmediatamente. Pese a todos esos cuidados, en noviembre de 1941 fue finalmente detenido por los gardas junto al miembro del IRA Pearse Paul Kelly, que había ido a visitarle.

Hermann Görtz estuvo cinco años internado en la prisión de Mountjoy, compartiendo condena con otros militantes del IRA. En agosto de 1946 le fue concedida la libertad condicional y se fue a vivir con unos amigos de Dublín. Unos meses después, en mayo de 1947, recibió la notificación de que iba a ser deportado a Alemania. Al conocer la noticia se quitó la vida ingiriendo una cápsula de cianuro. Al parecer tuvo un ataque de pánico injustificado, al pensar que iba a ser entregado a las fuerzas de ocupación para ser juzgado como criminal de guerra.

No se puede negar que Görtz fue un espía incompetente. La historia de la operación Mainau es casi cómica, aunque lo cierto es que gran parte de la culpa de su fracaso hay que atribuírsela al Abwehr, que envió a un agente sin la preparación necesaria a una misión con muy pocas posibilidades de éxito. No fue un caso aislado en la historia del Abwehr. Como dijo Peter Fleming: “La figura solitaria, intrépida y desconcertada del espía avanzando penosamente a través del vacío paisaje irlandés, con botas, tocado con un birrete negro y con un bolsillo lleno de medallas ganadas en la guerra de 1914-18, constituye una elocuente muestra de hasta qué punto el esfuerzo del Servicio Secreto Alemán incurría en graves pecados contra las virtudes de sutileza y disimulo que de él se esperaban...”

Hermann Görtz:


Fuentes:
Graham Greene: El libro de cabecera del espía
http://en.wikipedia.org/wiki/Operation_Mainau
http://www.exordio.com/1939-1945/militaris/espionaje/kathleen.html
http://theinquisition.eu/wordpress/2011/dublin/goertz-mainau/


Las otras banderas de Yevgeni Khaldei

Hace tiempo que conté en este blog la historia de la fotografía de la bandera soviética ondeando sobre el edificio del Reichstag, tomada por el fotógrafo Yevgeni Khaldei para representar gráficamente la victoria del Ejército Rojo sobre el nazismo:


No fue la única foto de este tipo que hizo Khaldei. Hubo otras "fotos de la victoria". En los días posteriores al final de la batalla de Berlín el reportero gráfico ucraniano recogió escenas muy similares, con soldados soviéticos izando sus banderas en otros lugares simbólicos del poder nacionalsocialista.

Uno de esos lugares era el aeropuerto berlinés de Tempelhof. Inaugurado en 1940, el edificio del vestíbulo principal estaba coronado por la estatua de un águila de cuatro metros y medio de altura:


Cuando los soldados soviéticos subieron a la azotea del edificio a colocar la bandera de la URSS sobre la enorme escultura, Khaldei estaba allí para inmortalizar el momento (o quizá fue él mismo el responsable de la puesta en escena, porque su parecido con la fotografía del Reichstag es bastante sospechoso):


En 1960 la estatua fue retirada con motivo de unas obras en el aeropuerto. Su cabeza fue recuperada por militares estadounidenses y enviada a West Point, donde permaneció hasta 1985, cuando la academia militar la devolvió al aeropuerto berlinés. Desde entonces se encuentra en la plaza que hay frente al edificio.

La historia de la cuádriga que corona la Puerta de Brandenburgo es todavía más movida que la del águila de Tempelhof. Representando a la diosa Victoria en un carro tirado por cuatro caballos, fue instalada originalmente en 1793, retirada y enviada a París por los soldados de Napoleón en 1806, y devuelta a Berlín en 1814. Fue entonces cuando le fueron añadidas una cruz de hierro y un águila, símbolos del militarismo prusiano, que no existían en la escultura original. En 1945 fue muy dañada durante la batalla de Berlín. Retirada tras la guerra, fue restaurada en 1958, de nuevo sin la cruz ni el águila, aunque ambos símbolos serían recuperados en 1991, tras la reunificación alemana.

Miembros de las SA nazis desfilan bajo la Puerta de Brandenburgo en 1934:


Tras la victoria en mayo de 1945, soldados del Ejército Rojo, una vez más con Yevgeni Khaldey como testigo, suben a la Puerta de Brandenburgo para colocar su bandera sobre el monumento:


El fotógrafo Yevgeni Khaldei también quiso aparecer en una de las fotografías:


Fuentes:
http://iconicphotos.wordpress.com/2011/08/02/three-flags-of-khaldei/
http://1977voltios.blogspot.com/2011/08/la-roja-ensena-de-la-victoria.html
http://ozebook.com/wordpress/archives/2981">http://ozebook.com/wordpress/archives/2981
http://www.annefrank.org/en/Subsites/


El espionaje atómico soviético 2

Viene de El espionaje atómico soviético 1: La bomba de Stalin

LA CAZA DEL ESPÍA ROJO

Antes de que el proyecto Venona empezase a dar resultados el FBI estuvo dando palos de ciego en su búsqueda de espías dentro del proyecto Manhattan. Un ejemplo: Los norteamericanos habían enviado a Europa un pequeño grupo de científicos dirigido por el físico de origen holandés Samuel Goudsmit con la misión de seguir a las tropas aliadas en su avance por Europa y buscar pruebas que determinasen la situación de la investigación atómica alemana. La misión recibió el nombre de operación Alsos. Cuando los aliados tomaron Estrasburgo, en noviembre de 1944, encontraron lo que buscaban: los trabajos de los científicos de la universidad, entre ellos Carl Friedrich von Weizsäcker (uno de los pocos físicos que por su nivel necesariamente tenían que ser los responsables de cualquier programa nuclear alemán), que demostraban que el proyecto alemán se encontraba aún a nivel académico. En diciembre algunos de los científicos del Proyecto Manhattan empezaron a tener noticias de los descubrimientos de Alsos, y varios de ellos consideraron que había desaparecido el motivo por el que habían apoyado la fabricación de la bomba (conseguirla antes que los nazis). Uno de ellos era un polaco de nacimiento llamado Josep Rotblat, que decidió dimitir del proyecto. El hecho de ser polaco unido a que el FBI descubrió que sabía pilotar aviones le convirtió en el gran sospechoso de espionaje. Durante meses se centraron en investigarle y buscar pruebas contra él, que nunca consiguieron. Al parecer no tuvieron en cuenta que no era muy probable que un espía atómico abandonase el proyecto en el momento más importante alegando razones morales (como curiosidad, Rotblat se hizo famoso muchos años después, en 1995, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz por su labor como presidente de la Conferencia Internacional Pugwash, el grupo pacifista promovido por Albert Einstein y Bertrand Russell).

En septiembre de 1945 la deserción de un agente soviético destinado en la embajada de Ottawa llamado Igor Gouzenko dio las primeras pistas auténticas sobre las redes de espionaje soviéticas en Norteamérica. Gracias a él, el contraespionaje aliado supo que tenía que buscar a un espía con el nombre en clave Alec, que había estado en la misión científica británica en Estados Unidos, y anteriormente en los laboratorios de Tube Alloys en Montreal. Se trataba de Alan Nunn May. En 1946 fue detenido en Inglaterra, juzgado por espionaje y condenado a 10 años de cárcel. Por entonces ya había dejado de colaborar con la inteligencia soviética, y había vuelto a Inglaterra para dedicarse a la física experimental en el King’s College de Cambridge (igual que Philby y compañía, había estudiado en Cambridge en los años treinta y allí había sido “seducido” por las ideas comunistas, aunque no tuvo ninguna relación directa con el Circulo de Cambridge). El primer espía atómico importante había sido capturado.

Alan Nunn May:


El 29 de agosto de 1949 la Unión Soviética hizo su primera prueba atómica. Fue una sorpresa total el occidente. La caza del espía se intensificó, con la ayuda que los datos que estaba dando Venona sobre la actividad de los informadores de los servicios secretos soviéticos en el Proyecto Manhattan. Gracias a Venona el FBI pudo alertar a los británicos de que un científico de esa nacionalidad había estado pasando información a los rusos desde dentro de Los Alamos. Los servicios de seguridad ingleses investigaron a los posibles informadores hasta que acabaron centrándose en Klaus Fuchs como principal sospechoso. Le presionaron haciéndole saber que iban a por él hasta que lograron su confesión durante un interrogatorio en febrero de 1950. Fuchs fue detenido, juzgado y condenado a catorce años de prisión, la máxima pena que establecía la ley de secretos oficiales británica. Coincidiendo con la detención de Fuchs, Bruno Pontecorvo sorprendió a todo el mundo al desertar de Gran Bretaña huyendo precipitadamente a la URSS vía Finlandia. Ambos trabajaban por aquel entonces en Harwell, el centro donde los británicos fabricaban sus propias armas atómicas

La detención de Fuchs y la huida de Pontecorvo provocaron un efecto inesperado: el enfriamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Gran Bretaña a causa de las criticas recibidas desde ciertos sectores estadounidenses, según los cuales por culpa de las deficientes medidas de seguridad británicas los rusos habían conseguido robar “el secreto de la bomba”. El director militar del Proyecto Manhattan, el general Lesley Groves, llegó a decir que si hubiese dependido de él no habrían intervenido extranjeros en el programa, unas declaraciones sorprendentes de quien conocía mejor que nadie la decisiva contribución de muchos extranjeros, y no sólo británicos, a la bomba atómica estadounidense.

Pero las críticas eran injustas: Venona también permitió descubrir que el otro gran espía en Los Alamos era el estadounidense Theodore Hall. Pero en este caso no lograron ninguna confesión ni ninguna prueba que presentar, a excepción de las comunicaciones descifradas por Venona, una información reservada que no podía darse a conocer en un juicio. Hall nunca fue comunista. Había dejado de colaborar con la inteligencia soviética a finales de 1949, cuando vio que también los rusos estaban interesados sobre todo en las aplicaciones militares de la investigación atómica. No hay unanimidad sobre lo que supuso para el programa soviético la información que les facilitó Ted Hall (igual que pasa con Klaus Fuchs, como ya comenté). Hay quien piensa que su contribución fue más importante aún que la de Fuchs, sobre todo por lo que se refiere al mecanismo de implosión de las bombas de plutonio, un problema que dio mucho trabajo a los científicos del Proyecto Manhattan (probarlo fue la principal razón por la que se hizo la prueba Trinity, la primera explosión nuclear de la historia en Alamogordo el 16 de julio de 1945). A pesar de eso, Ted Hall nunca fue procesado, y su caso no se conoció hasta 1997, tras la desclasificación de los archivos Venona.

La obsesión que se desató en Estados Unidos por cazar espías rusos llevó a investigar a muchos de los participantes en el Proyecto Manhattan, algunos sospechosos evidentes, como el izquierdista Robert Oppenheimer, y otros sorprendentes, como Edward Teller, el padre de la bomba H y de ideología muy conservadora, pero que al parecer había recomendado a Hall para un trabajo de postgrado en la Universidad de Chicago, además de que él y su esposa habían sido muy amigos de los Fuchs en Los Alamos. Finalmente el FBI encontró espías para presentar a la opinión pública: Por Klaus Fuchs sabían que su enlace con Moscú era un norteamericano al que conocía con el nombre de Raymond. En 1949 una importante agente del espionaje soviético en Nueva York llamada Elizabeth Bentley se entregó al FBI, y entre otros espías identificó a Raymond, que resultó ser un químico estadounidense llamado Harry Gold. Se demostró que Gold tenía otro informador en Los Alamos, un mecánico llamado David Greenglass. Ambos fueron detenidos y confesaron, y Greenglass inculpó a su hermana y su cuñado, Ethel y Julius Rosenberg, acusándoles de haber sido ellos quienes le captaron para la red. Mientras que todos los demás detenidos llegaron a tratos por los que consiguieron librarse de la silla eléctrica, los Rosenberg, los últimos de la fila, no tenían a nadie más a quien cargar la culpa. Ambos fueron condenados a muerte en 1951, en un juicio lleno de irregularidades. Eran los tiempos del terror atómico y de las campañas paranoicas del senador MacCarthy, y no estaba el ambiente como para mostrarse blandos con unos agentes comunistas. El juez que leyó la sentencia llegó a responsabilizarles de la guerra de Corea y de las 50.000 bajas estadounidenses.

El matrimonio Rosenberg durante el juicio:


Después de la desclasificación de los archivos Venona se ha podido conocer el verdadero grado de implicación de los Rosenberg en el espionaje atómico: Julius Rosenberg, un ingeniero que trabajaba como inspector de armamento, había pasado información a los rusos, pero de poca importancia y nada que tuviese que ver con la investigación atómica, y Ethel no habría pasado de ser una colaboradora insignificante en la red. Era cierto que Gold había contactado con Greenglass a través de los Rosenberg, pero era absurdo presentarles como los cabecillas de la red, y más aún pensar que la información que hubiese podido dar un empleado de bajo nivel de Los Alamos como Greenglass pudo tener alguna importancia en el programa nuclear soviético. Paradójicamente el secreto de Venona, que había permitido a Ted Hall quedar impune, impidió a los Rosenberg librarse de la silla eléctrica.

El espionaje atómico soviético 1


LA BOMBA DE STALIN

A partir de 1941 Stalin comenzó a recibir informes sobre la posibilidad de fabricar una bomba atómica. Antes de la guerra la física nuclear era ya un campo prioritario para la ciencia soviética, con centros de investigación en Moscú, Leningrado y Jarkov. pero la mayoría de aquellos informes no provenían de los organismos científicos, sino de los servicios de inteligencia. El NKVD comenzó a interesarse por el átomo ya en 1940. En ese año, por orden directa de su director Laurenti Beria, se dieron instrucciones a las redes de espionaje en Gran Bretaña y Estados Unidos de infiltrarse en los centros de investigación atómica de estos países. Al mismo tiempo Beria trataba de convencer a Stalin y al Politburó de la importancia del tema, ya que tenía claros indicios de que la carrera atómica había comenzado: científicos relevantes estaban desapareciendo del mapa, al tiempo que las potencias estaban tratando de acaparar las existencias de materiales necesarios en la investigación atómica, como el uranio y el agua pesada. Sin embargo, hasta 1942, cuando pudo presentar cantidades importantes de información que demostraban la magnitud del proyecto atómico angloamericano, no logró convencer a Stalin de que era necesario que la URSS pusiese en marcha su propio programa nuclear militar, el Proyecto Urania (que con el tiempo quedó bajo el control directo del propio Beria).

La primera fuente de importancia que tuvo el NKVD fue el quinto hombre de “los cinco de Cambridge”, una de las más importantes redes de espionaje de la historia. Se trataba de John Cairncross, que entre 1940 y 1942 trabajó como secretario personal de Lord Hankey, ex-jefe de los servicios secretos británicos y ex-ministro sin cartera del gobierno Chamberlain, que había recibido el encargo de Churchill de presidir el comité consultivo británico que estudiaba las posibilidades energéticas y militares de la investigación nuclear. Cairncross (de nombre en clave Carelio) tuvo acceso a los primeros informes técnicos hechos por científicos británicos que confirmaban la posibilidad de conseguir la bomba en un plazo relativamente corto, asistió al nacimiento del programa nuclear británico, escondido tras un organismo al que se le dio el inocente nombre de Dirección de Aleaciones Tubulares (Tube Alloys), y asistió también al comienzo de la cooperación angloamericana de la que nació el Proyecto Manhattan.

Unos años más tarde otro miembro del Círculo de Cambridge tuvo también acceso a gran cantidad de información sobre el Proyecto Manhattan. Se trataba de Donald McLean, un espía infiltrado en los servicios diplomáticos británicos. A mediados de 1945 McLean fue encargado de la coordinación entre los proyectos nucleares norteamericano y británico, que todavía mantenían una estrecha colaboración. Por sus manos pasaba toda la correspondencia entre ambos países referente a la investigación atómica.

Un tercer miembro del grupo de Cambridge también intervino en esta historia unos años después: Kim Philby, posiblemente el más grande agente doble de todos los tiempos, que entre 1949 y 1951, cuando se estrechaba el cerco en torno a las redes de espionaje soviéticas en occidente, era el agente de enlace del MI-6 en Estados Unidos. Philby logró que parte de ellas lograran escapar (entre los que se salvaron gracias a su intervención estaba su amigo McLean). La historia de cómo los norteamericanos consiguieron descubrir a muchos de los espías soviéticos que operaron en occidente en los años 40 comienza en 1942, cuando la central del NKVD en Nueva York cometió el error de utilizar códigos repetidos en sus comunicaciones con Moscú. A ese fallo de seguridad se le añadió posteriormente un libro de códigos soviético parcialmente quemado que los finlandeses habían capturado en 1941, y que en 1944 cedieron a los estadounidenses. A partir de pistas como esas la ASA (Army Security Agency) comenzó a trabajar en el descifrado de los mensajes que los agentes del NKVD habían mandado a la Lubianka en los años de la guerra y que los servicios occidentales conservaban grabados. Fue un trabajo de años al que se le dio el nombre clave de Proyecto Venona. Hacia 1950 el cuadro de las redes soviéticas en occidente estaba más o menos claro, pero Philby, que tenía acceso a Venona, puso sobre aviso a los soviéticos y logró salvar parte de ellas. Pero esa es otra historia.

John Cairncross:


El Círculo de Cambridge dio mucha información, y de gran importancia, pero los soviéticos estaban más interesados en los aspectos técnicos de la investigación atómica que en los políticos: necesitaban hombres dentro de los centros de investigación y desarrollo.

Dentro de la comunidad científica de Gran Bretaña los servicios de inteligencia soviéticos contaban con un importante informante llamado Klaus Fuchs. Alemán de nacimiento, nacionalizado británico, Fuchs era un físico nuclear que trabajaba en el programa nuclear británico desde sus inicios. Fue, junto con Cairncross, el que permitió a los soviéticos conocer el nacimiento y desarrollo de Tube Allois. Más tarde fue uno de los científicos que Gran Bretaña envió a los Estados Unidos para colaborar en el Proyecto Manhattan. Desde allí dio gran cantidad de información de diversas áreas, convirtiéndose, según la mayoría de los científicos e historiadores, en el informador más importante que tuvieron los soviéticos. Se dice que Fuchs hizo una gran contribución al desarrollo del programa nuclear de la URSS. Pero en esto, como en todo, no hay unanimidad. Según Philip Morrison, otro eminente físico que trabajó en el Proyecto Manhattan, “los rusos habían hecho mejor labor por sí mismos que lo conseguido de los estadounidenses vía Fuchs, pero no se atrevieron a poner en práctica su propio trabajo y prefirieron copiarles, por lo que tuvieron que conformarse con un segundo puesto”, opinión compartida, por supuesto, por los físicos soviéticos, que se quejaron de que Beria se fiaba más de las informaciones llegadas de los Estados Unidos que de sus propias investigaciones, obligando a sus científicos a seguir el modelo americano. La opinión más aceptada es que los soviéticos habrían conseguido la bomba por sí solos, pero sin la información enviada por Fuchs y los demás informadores habrían tardado dos o tres años más.

Klaus Fuchs:


En Estados Unidos, en los primeros años del proyecto atómico los soviéticos también contaron con un físico nuclear de primer nivel. Se trataba de Bruno Pontecorvo, brillante físico discípulo de Fermi y colaborador suyo desde antes de que ambos se exiliaran de Italia. Comenzó a enviar información científica en 1942, cuando trabajaba con Fermi en la Universidad de Chicago. Al igual que Cairncross y Fuchs, Pontecorvo era comunista convencido y colaboraba con la inteligencia soviética voluntaria y desinteresadamente.

En el Proyecto Manhattan la seguridad llegaba a niveles agobiantes. Como recordó años más tarde Laura, la esposa de Enrico Fermi: “muchos de los europeos se sentían incómodos porque vivir en un lugar rodeado de alambradas les recordaba los campos de concentración” (muchos de ellos eran refugiados políticos, huidos del fascismo, el nazismo y las leyes antisemitas). Pero no solo afectaba a los europeos: el segundo de Oppenheimer, el doctor Edward Condon (que se haría famoso dos décadas después entre ufólogos y frikis varios de todo el mundo por el “Informe Condon”, la verdad oficial del gobierno USA sobre el fenómeno OVNI) dimitió a las diez semanas porque no podía soportar las estrictas medidas de seguridad. Estas no consistían solo en controlar las entradas y salidas, y rodear los centros de investigación de alambradas y patrullas militares, también (y especialmente) el FBI y el G-2 (la inteligencia militar estadounidense) interrogaban con frecuencia a los científicos e investigaban sus vidas privadas, sus movimientos y relaciones. Sospechosos no les faltaban, muchos de los principales científicos del Proyecto Manhattan, como Leo Szilard y Enrico Fermi, eran de reconocidas ideas izquierdistas. Y no sólo entre los europeos: el mismísimo director científico del Proyecto Manhattan, Robert Oppenheimer, era simpatizante comunista, y entre sus familiares y amistades íntimas había varios militantes del partido comunista. Todos ellos eran sometidos a una estrecha vigilancia por parte de la contrainteligencia norteamericana. Aunque varios de los principales científicos seguramente eran partidarios de compartir sus conocimientos con los soviéticos, por proximidad ideológica o por la creencia de que solo un control internacional de la nueva arma aseguraría la supervivencia de la civilización, la inmensa mayoría de ellos no pasó información conscientemente a los rusos.

Pero algunos sí que lo hicieron. En Los Alamos, en los laboratorios secretos donde se diseñaron y se fabricaron las bombas, los soviéticos lograron tener informadores. Uno fue Theodore Hall, jovencísimo físico que con 18 años comenzó a trabajar en el grupo que diseñaba el mecanismo de implosión de las bombas de plutonio. Otro de los científicos que más activamente colaboraron con la inteligencia soviética fue el británico Alan Nunn May, captado por el NKVD en 1943 cuando se encontraba en Canadá colaborando en el proyecto Tube Alloys. Ya en Estados Unidos pasó información sobre la planta de producción de plutonio en Hanford y sobre Trinity (la explosión de prueba de una bomba de plutonio). Como en todos los demás casos su colaboración con la inteligencia soviética fue totalmente desinteresada. En una ocasión, cuando el NKVD trató de recompensarle por su labor dándole doscientos dólares y una botella de whisky, Nunn May respondió indignado quemando el dinero. La botella se la quedó.

Continúa en; El espionaje atómico soviético 2: La caza del espía rojo

La nueva oportunidad del imperialismo alemán

La Primera Guerra Mundial provocó la caída de tres imperios, tres regímenes anacrónicos que no soportaron el desgaste causado por la guerra. En Rusia, el zar Nicolás II, pese al aviso de 1905, creyó en la lealtad incondicional de su pueblo y lo lanzó a una guerra con la idea de que el sentimiento patriótico (confundido con la fidelidad a su persona) se impondría sin problemas sobre los ideales revolucionarios, ya muy extendidos entre la clase obrera. En Austria-Hungría, el emperador Francisco José tampoco vio en la guerra un peligro, sino una oportunidad para fortalecer la cohesión de su imperio multiétnico. La aparición del enemigo exterior suele funcionar como elemento unificador, y también él creyó que eso bastaría para imponerse a las fuerzas disgregadoras.

En Alemania la situación era distinta. El nacionalismo alemán tenía una gran fuerza en 1914. La victoria en la guerra franco-prusiana y el nacimiento del II Reich convirtió a Alemania en una de las grandes potencias europeas, algo que no se vio reflejado en el reparto colonial ni en las relaciones con las potencias tradicionales, Inglaterra y Francia, que miraban con desconfianza al nuevo imperio, a la vez que éste miraba hacia ellas con un sentimiento de superioridad proveniente de sus éxitos ininterrumpidos desde hacía medio siglo. Esta fuerza del nacionalismo alemán hizo que el país sobreviviese al final del imperio y a la derrota con pérdidas territoriales relativamente pequeñas. Para los otros dos imperios se impuso la doctrina del derecho de los pueblos a su autodeterminación, compartida curiosamente por Lenin y por el presidente de los EEUU Woodrow Wilson. Una doctrina que por cierto no parecía valer para los imperios coloniales de las potencias vencedoras, aunque otras consecuencias de la guerra fueron la independencia de Irlanda o el surgimiento de movimientos nacionalistas en las colonias, sobre todo en Asia y los países árabes.

En Rusia, tras la Revolución de Octubre, el gobierno estaba en manos de los bolcheviques, pero con una difícil situación interna. Sus enemigos tenían el control de la mayor parte del país, mientras que otros pueblos que habían estado sometidos al imperio zarista aprovechaban el caos para conseguir la libertad. A raíz de la revolución los países bálticos habían creado consejos nacionales que habían proclamado la independencia, con la protección de Alemania, que entonces ocupaba la región. Igual hizo Finlandia. Mientras, en Ucrania y el Cáucaso la revolución no triunfó, y se formaron gobiernos independientes de Moscú. La Polonia independiente había renacido en noviembre de 1916, en una maniobra política de Alemania y Austria, con la intención de crear un estado tampón enfrentado a Rusia. Así que la URSS se vio obligada, por el Tratado de Brest Litovsk, a reconocer la independencia de Finlandia, Ucrania, Polonia y los países bálticos, para poder emplear sus fuerzas en el frente interno. Para Alemania fue una gran victoria política, sus políticos celebraron el tratado como uno de los mayores triunfos de la historia del país. Se esperaba que en los países bálticos las influyentes minorías germanas fuesen usadas para que éstos cayesen en la órbita del Reich, o incluso fuesen incorporados a él. La derrota en la guerra lo impidió.

En octubre de 1918 la guerra estaba perdida para los imperios centrales, los aliados avanzaban en Bélgica, los Balcanes y Oriente Próximo. Alemania, Austria-Hungría y el Imperio Turco (otro imperio que cayó víctima de la guerra, aunque su descomposición fue más causa que consecuencia del conflicto) solicitaron conjuntamente el armisticio, con una propuesta basada en los catorce puntos del plan de paz que Wilson había presentado ante el Congreso de los EEUU en enero. Pero Wilson se mostró contrario a toda negociación. Ante el derrumbe militar y la crisis política, el emperador austro-húngaro Carlos I, sucesor de Francisco José, promulgó el Manifiesto de los pueblos, y pidió a todos los países del imperio que formaran comités nacionales. El comité nacional checo fue el primero en proclamar la república. Lo siguió el parlamento austriaco proclamando también la república y la unión con Alemania. Hungría anunció la ruptura con Viena, mientras que el comité nacional esloveno, croata y serbio proclamó la independencia, y Serbia consiguió su pretensión de unificar a todos los pueblos yugoslavos, a excepción de Albania.

En Alemania abdicó el Kaiser y se firmó el armisticio con los aliados. Alemania perdió más tarde territorios en favor de Francia, Polonia y Dinamarca, y todas sus colonias, pero el imperialismo alemán no desapareció. El nacionalismo alemán miraba hacia el oeste con ganas de revancha, de vengar las humillantes condiciones que impusieron los vencedores, la pérdida de territorios y las enormes reparaciones económicas. Pero al mismo tiempo podía mirar hacia el este y ver una oportunidad para resurgir. En las fronteras orientales ya no había ninguna potencia que pudiera hacerles sombra. De los imperios zarista y austro-húngaro había surgido una serie de estados pequeños o medianos, con minorías alemanas en algunos casos muy importantes, que se convirtieron en el objetivo del imperialismo alemán renacido (en realidad nunca murió, porque nunca aceptó la derrota).

Aunque en realidad sí que tenían una nación poderosa al este: la URSS. En los años 20 y 30 la URSS no era todavía una potencia, pero iba camino de serlo, ante la mirada despectiva de los políticos y estrategas alemanes. La guerra civil, la derrota en la guerra ruso-polaca, los periodos de hambrunas, los conflictos políticos internos, pero sobre todo el desprecio de las clases conservadoras alemanas por el comunismo y su convicción de que el sistema soviético sería incapaz de crear un estado poderoso económica, industrial o militarmente, provocarían el gran fallo de cálculo de este imperialismo alemán. Una vez que empezase la expansión hacia el este, y tras asegurar las fronteras occidentales, el nuevo Reich podría llegar fácilmente hasta los Urales y más allá. Cuando Hitler hablaba de la expansión hacia el este, la presentaba como el destino de la raza alemana, marcado por los Caballeros Teutónicos hacía siglos, pero detrás de esa retórica mitológica estaba el convencimiento de los nacionalistas alemanes de que la caída de los imperios zarista y austro-húngaro había dejado un vacío que el nuevo imperio alemán podría ocupar fácilmente en cuanto renaciese.

La política agresiva y expansionista del III Reich tenía su origen en el orgullo herido y la que se consideró necesidad nacional de corregir las injusticias de Tratado de Versalles, pero también en la confianza en las posibilidades de resurgimiento imperial que se abrieron como resultado de los cambios políticos que provocó la Gran Guerra.