La Olimpiada Popular de Barcelona

En 1931 la pretensión de Barcelona de albergar unos Juegos Olímpicos se podía considerar ya una “vieja” aspiración. Había sido una de las grandes favoritas para los Juegos de 1924, pero en un acto de caciquismo descarado del barón de Coubertain el Comité Olímpico Internacional había rechazado su candidatura para concedérselos a París. Desde entonces el movimiento olímpico había adquirido una gran importancia económica y política (aunque nada comparado con lo que es actualmente) y la adjudicación de la sede de unas Olimpiadas era ya un tema de política internacional. En ese año, 1931, tocaba elegir la sede de los Juegos de 1936. Barcelona era la gran favorita. La Exposición Universal de 1929 (durante la cual se había inaugurado el estadio de Montjuic) había dejado una gran imagen en todo el mundo. Y además se jugaba en casa. El congreso en el que el Comité Olímpico Internacional iba a elegir la sede se iba a celebrar en la Ciudad Condal el 24 de abril.

Justo diez días antes se proclamó en España la 2ª República. La prensa mundial se llenó de noticias de revueltas y disturbios en las ciudades españolas. El cambio de régimen hacía presagiar un periodo de inestabilidad que nadie podía saber cómo acabaría. La mayoría de los congresistas no se presentaron a la cita de Barcelona, tan sólo 19 acudieron el día señalado, y la votación tuvo que aplazarse. Cuando se celebró por correo, tres semanas más tarde, 16 de los 19 que se habían presentado al congreso votaron por Barcelona, pero el resto optaron por opciones más seguras. Por una abultada mayoría (43 votos) la ciudad elegida fue Berlín.

Dos años después Hitler era nombrado Canciller de Alemania. En poco tiempo se convirtió en Führer y comenzaron a disiparse las dudas que algunos podían tener sobre cuál era la naturaleza de su régimen. En varios países (sobre todo Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) algunos políticos y un sector de la prensa comenzaron a reclamar un cambio de sede o el boicot a los Juegos. Siempre se les contestaba con el argumento de que no había que mezclar el deporte con la política. En cambio Hitler se dio cuenta enseguida de la gran oportunidad que le daban los Juegos de Berlín. Tuvo gestos para tranquilizar a la opinión pública mundial, sobre todo a aquellos que se preguntaban si sus leyes antisemitas podían estar de acuerdo con el espíritu olímpico. Así mantuvo al judío Theodor Lewald como presidente del Comité Organizador de los Juegos de Berlín. En un último momento hubo una amenaza de boicot por parte de algunos miembros estadounidense del Comité Olímpico Internacional a causa de la esgrimista Helena Mayer, también judía, cuyo caso tuvo una gran repercusión internacional. A otros atletas judíos ni siquiera se les permitió presentarse a la pruebas clasificatorias, pero Mayer pudo participar en los Juegos (ganaría para Alemania una medalla de plata).

En medio de las dudas sobre el futuro de los Juegos de Berlín comenzó a crecer un movimiento internacional que pretendía organizar unas olimpiadas paralelas a modo de protesta por el uso propagandístico de los Juegos por parte del régimen nazi, y también para reivindicar un regreso a los valores olímpicos originales, dando más protagonismo al deporte aficionado y a la participación popular. Muchas organizaciones de izquierdas, sindicatos y asociaciones deportivas se sumaron a la idea, que comenzó a tomar forma. La elección de la sede era obvia, la ciudad que habría sido la oficial de no ser por el miedo de los miembros del COI al régimen "revolucionario" español. Así nació la idea de la Olimpiada Popular de Barcelona. El proyecto fue financiado en gran parte por España y Francia, ambos países con gobiernos de Frente Popular. También contribuyó el gobierno autonómico catalán. Lluís Companys fue nombrado Presidente Honorario de los Juegos. Como es lógico la Olimpiada Popular se iban a organizar totalmente al margen del Comité Olímpico Internacional.

Finalmente ningún país boicoteó los Juegos de Berlín. Ni siquiera los gobiernos de izquierdas de España y Francia se decidieron a hacerlo, aunque habían dado su apoyo institucional a los de Barcelona. La intención de convertir la Olimpiada Popular en unos juegos paralelos comenzó a desvanecerse. Ningún atleta de renombre iba a estar dispuesto a perderse la cita de Berlín desde el momento en el que comenzó a estar claro que no habría boicots. Los organizadores de Barcelona trataron de compensarlo reafirmando su condición de juegos amateurs. Incluso se incluyeron en el programa representaciones folclóricas.

El número de participantes inscritos, entre deportistas y grupos folclóricos, alcanzó las 8.000 personas, pertenecientes a 23 delegaciones nacionales. A los países participantes se les permitía presentar equipos regionales, por lo que también habría representación de Cataluña, Euskadi, Galicia, Alsacia o Marruecos. También participaban Alemania e Italia, con equipos formados por exiliados políticos. Las delegaciones más numerosas eran la de Estados Unidos y la de Francia.

Probablemente la Olimpiada Popular habría fracasado en el objetivo de hacer sombra a los Juegos de Berlín, pero habría sido un éxito en participación. De haberse celebrado. Porque la ceremonia de inauguración iba a ser en el estadio de Montjuic el 19 de julio de 1936. El día anterior, el del ensayo general, estalló la guerra civil en España. Muchos de los participantes en la Olimpiada Popular tuvieron que regresar precipitadamente a sus países, aunque otros se quedaron y se alistaron como milicianos para luchar en las barricadas de Barcelona. De allí nacieron las columnas de voluntarios extranjeros que acudieron a combatir al frente de Aragón, como la Gastonne Sozzi, formada por exiliados italianos, la alemana Thaelmann, la franco-belga París, o la británica Tom Mann.

Los Juegos de Berlín fueron inaugurados sin contratiempos el 1 de agosto. Fueron un enorme éxito. Superaron en todo a las Olimpiadas que se habían celebrado hasta la fecha. Si Los Ángeles 1932 había tenido un presupuesto de 2,5 millones de dólares, la cifra de Berlín ascendió a 30 millones. Fueron la mejor propaganda que nunca pudo soñar el régimen nazi.

2 comentarios:

  1. Equivocada del todo la política de apaciguamiento que tuvieron las potencias europeas hacia el régimen nazi. El boicot debería haber sido internacional. Contra los lobos no sirven las buenas intenciones, hay que emplear otros métodos.
    Un saludo.

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  2. Bueno, hay que pensar también que 1936 era quizás demasiado pronto para que la idea del boicot tuviese éxito. En política exterior Hitler todavía no había dado demasiados problemas, y en cuanto a la política interior alemana, a los gobiernos no les gusta inmiscuirse en los asuntos internos de un país si no afectan directamente a sus intereses. Las amenazas de boicot fueron fundamentalmente para protestar por la discriminación que sufrían los deportistas judíos (un tema en el que los nazis no podían engañar a nadie, porque ya se habían decretado las leyes de Nuremberg) y por parte de la izquierda como gesto de solidaridad a los izquierdistas exiliados o perseguidos en Alemania. Hitler todavía no había amenazado a ninguno de sus vecinos. La remilitarización de Renania, su primer pulso importante que mantuvo con las potencias europeas, fue pocos meses antes de los Juegos.
    Un saludo.

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